Editorial

A mismos problemas, diferentes reacciones


 

No es fácil la situación en la región en términos políticos. La presidenta chilena Michelle Bachellet soportó protestas y una catarata de críticas por un crédito muy importante que cobró su nuera –titular de una empresa con insuficiente solvencia financiera para tal operación-, un día después de asumir su nuevo mandato. Después de un intento de circunscribir la situación al ámbito privado, la crítica social fue creciendo hasta el escándalo. Lejos de esquivar responsabilidades, a la mandataria no le tembló el pulso y echó a su hijo de la función pública por el supuesto tráfico de influencias. Y fue más allá: lo expulsó junto a su esposa –la beneficiaria del crédito- del Partido Socialista. Como telón de fondo estaban los colegios privados aliados a los bancos chilenos, que no estaban de acuerdo con la gratuidad escolar, una vieja deuda del país andino y que ahora se impuso como reclamo generalizado. Estas dos cuestiones que sucedieron en simultáneo generaron una crisis que Bachellet sorteó con altura de estadista. Esto es, no negando la realidad y promoviendo gestos que calmen las aguas en lo inmediato. Pero sobre todo, no desacreditando la crítica cuando hay cosas criticables, ni elucubrando ánimos golpistas detrás de ella.

En la Argentina Cristina Kirchner tuvo sus momentos similares: 8N, 14A, entre otros, y más recientemente su 18F con la protesta de fiscales, a los que se unió un grupo muy importante de argentinos que marcharon a Plaza de Mayo por la muerte del fiscal Alberto Nisman. En todos los casos la réplica oficialista fue inexistente o se limitó a adjudicar motivaciones políticas destituyentes detrás de cada manifestación popular. Sin embargo, las convocatorias hechas para respaldar al Gobierno, son tildadas de genuinas. También, al igual que Bachellet, enfrenta cuestionamientos sobre su familia: Máximo Kirchner, su hijo, está por ser indagado por evasión impositiva en los hoteles que maneja de la familia, sin profundizar en los vínculos comerciales de estas empresas con el supuesto lavado de dinero del empresario Lázaro Báez. Aquí también la reacción de la presidenta argentina fue distinta a la de la chilena y en lugar de instruir a su hijo para que se ponga a disposición de la Justicia, la actitud fue cuestionar al fiscal que ordenó la investigación y buscar el modo de detener el avance de la causa. No podemos pretender en este caso que se lo expulse a Máximo de la función pública porque en la formalidad no la tiene sino que ejerce su poder desde las sombras. Pero sí se esperó eso del vicepresidente, Amado Boudou, al que se lo mantiene en sus puesto sin que si quiera se lo aparte con una licencia por el sólo hecho de la presunción delictiva, cuando hay pruebas suficientes como para que se haya dictado su procesamiento en dos causas. Como se ve, aquí en Argentina también se mezcla todo en el malestar ciudadano, como sucedió en Chile con situaciones tan diversas como el tráfico de influencias y la educación pública. Por eso cuando hay una marcha por un tema puntual, como el caso Nisman, los otros asuntos también están presentes.

En este marco regional complicado, Brasil -que históricamente ha sido altamente corrupto-  vive horas turbulentas con enormes protestas por el “petrolao”, un enorme hecho de corrupción que engloba a la política y que tiene como sede una de las empresas cariocas más importantes: Petrobras.

Dos millones de brasileros se congregaron en una marcha al grito de: “¡Fuera Dilma!”, en las calles de todo el país. De ellos, un millón se reunió en San Pablo, sobre la avenida Paulista y alrededores, según cifras oficiales de la Policía Militar, en lo que fue la protesta política más grande que se haya registrado en democracia en esa ciudad. Según estimaciones de la misma fuerza, en total salieron más de dos millones de personas a la calle en todo el país. Además de San Pablo, hubo protestas en 24 estados brasileños.

Algunos partidos opositores juntan firmas para la destitución de la presidenta, porque según dicen no puede contener la corrupción que hay en Brasil. El perfil de los manifestantes es de una clase media acomodada, que pretende más republicanismo y menos corrupción, en general, si bien el detonante fue una investigación a Petrobras, en la que cada vez se sindica más políticos que abusan de esa caja enorme. La jornada cerró con cacerolazos en varios barrios de las principales ciudades de Brasil, al mejor estilo argentino, en repudio a las palabras de los ministros que salieron a hablar en vivo para hacer un balance de las protestas, a las que calificaron de democráticas y de estar lejos de cualquier golpe de Estado. Otra gran diferencia respecto de la actitud argentina. 

Distintos funcionarios ya anticiparon que, como respuesta a la protesta, la presidenta anunciará una serie de medidas de combate contra la corrupción y la impunidad en los próximos días. No detallaron qué tipo de acciones van a tomarse, pero indicaron que el gobierno está abierto al diálogo para tratar las propuestas. Como decíamos más arriba respecto de Chile: gestos para calmar en la inmediatez, mandando una señal a la población de que se escuchó el mensaje. 

También en el país carioca se superpusieron dos cuestiones que encendieron la chispa de la indignación, un sentimiento que suele ser multicausal y de carácter acumulativo: por un lado la corrupción y desvío de fondos en la estatal Petrobras; por otro la crisis económica que viene desde antes del Mundial y que tuvo punto de inflexión con una nueva devaluación del real, que ya acumula un 14,6 por ciento en lo que va del año. También a diferencia de Argentina, la oposición brasilera en el Congreso ejerce su rol y no cesa en sus cuestionamientos a la presidenta.

Sin dudas en Brasil el detonante de la salida de la gente a las calles fue cuando, a partir de la confesión de “arrepentidos” en la causa, se fue conociendo la trama del desvío de fondos. Es que los administradores de la empresa estatal fueron los primeros en caer pero luego, a cambio de mejorar su situación procesal, comenzaron a nombrar a todos los políticos que hacían uso y abuso de la caja petrolera. Eso desató el mal humor social que venía desatándose desde antes del Mundial,  que no obstante le permitió a Dilma ganar las elecciones. Es decir que si bien la situación del bolsillo es siempre motivo de una protesta, lo que termina de indignar a la gente como para pase de la conversación a la acción es la corrupción. 

Las sociedades de estos tres países, Argentina, Chile y Brasil, son similares; sus gobiernos tienen el mismo viso ideológico y los tres enfrentan problemáticas parecidas sino iguales. Sin embargo, Chile y Brasil reaccionan ante el malestar social mientras que nuestra presidenta tiene por costumbre eludir tanto el momento (yéndose a El Calafate) como las reales y válidas motivaciones para, en cambio, elucubrar conspiraciones detrás de expresión popular.

Tanto que Cristina elogia y admira los gobiernos de la región, bien podría dejar la adulación para pasar a la emulación.

 


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