Editorial

Boudou es la imagen de la impunidad caminando en los pasillos del poder


El vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, no logra desembarazarse de la Justicia, que lo tiene acorralado con varias causas, siendo una de ellas mucho más relevante que las otras, como lo es la de la exCiccone.

Pero, al mismo tiempo, el alto funcionario nacional (el segundo de mayor rango en el país, nada menos) continúa interponiendo amparos y pedidos de nulidad, sin que tengan éxito sus intentos defensivos, lo que lo hace aún más insostenible en el cargo. No obstante, lejos de dar un paso al costado (ya sea renunciando y tomando licencia hasta que se resuelvan las cuestiones de fondo) sigue firmemente enquistado en las entrañas del poder de la presidenta Cristina Fernández, que no habla de su vice, pero tampoco actúa como debiera.

El hecho de no hablar del tema se puede entender como un apoyo tácito, pero la certeza de que la presidenta lo sostiene llega cuando no toma la decisión de correrlo del cargo, fundamentalmente como gesto hacia una sociedad que necesita ejemplos desde lo más alto del poder. Tampoco es que lo inmolaría en ese afán educativo sino que las acusaciones que pesan sobre Boudou son suficientes como para ameritar su apartamiento.

Nadie duda de la legitimidad de cargo de Boudou, que fue elegido primero por Cristina Fernández para que sea su compañero de fórmula para lo que sería su reelección en 2011, y después fue votado junto a la presidenta por una amplia mayoría del pueblo argentino. Pero esa legalidad que le confieren las reglamentaciones no va de la mano con la ética y el sentido común. Estos dos elementos actúan como contrapeso de la legitimidad.

A todas luces, Amado Boudou no representa a ningún argentino. O dicho en otros términos: ningún argentino se puede sentir representado por un vicepresidente como Amado Boudou.

Cierto es que la figura de los vicepresidentes en Argentina nunca tuvieron un peso de relevancia, más allá de varios dolores de cabeza que le dieron a los presidentes por disidencias a la hora de gobernar o por las apetencias políticas. El caso más reciente es el de Julio Cobos, que siendo vice de Cristina Fernández votó en contra del oficialismo en la recordada resolución Nº 125 que enfrentó al Gobierno con el sector agropecuario y buena parte de la sociedad. Fernando de la Rúa tuvo que tolerar, antes de su lamentable final como presidente, la fuga de su vice “Chacho” Alvarez en medio de escándalos de gestión. Carlos Menem, que había armado una estructura de poder que parecía invencible, también sufrió las ambiciones de Eduardo Duhalde primero y de Carlos Ruckauf en el segundo mandato. De estas situaciones se salvaron Raúl Alfonsín que tuvo un vice como Víctor Martínez que pasó los cinco años y medio de gestión prácticamente en el anonimato, y Néstor Kirchner que tuvo, entre 2003 y 2007, a un fiel Daniel Scioli que siempre se manejó con la prudencia y cautela que lo siguen caracterizando.

Cristina Fernández, como queda visto, tuvo experiencias traumáticas con sus dos vice, por situaciones diametralmente opuestas, pero que le impidieron gozar de la tranquilidad necesaria a la hora de ausentarse del país o de padecer alguna indisposición que le impidiera ejercer la presidencia.

Volviendo al tema que nos ocupa, un aspecto importante de destacar es que ni Boudou ni la presidenta parecen comprender que un paso al costado voluntario por parte del vice sería mucho más beneficioso en términos de imagen que esta terquedad en seguir en funciones. Es decir que incluso como estrategia política les sería conveniente el apartamiento. De hecho, eso es lo que piensan muchos en el kirchnerismo.

Pero lo que ronda por la mente de muchos es por qué no se toma una decisión que descomprima la situación, máxime de cara a un proceso eleccionario como el de 2015 cuando en cierto modo y a pesar de aun no conocerse quien será el candidato, el oficialismo debe revalidar su gestión denominada, en términos políticos, modelo nacional y popular.

La cuestión parece tener respuesta en que el caso Ciccone no terminaría en Boudou, y que si a éste le sueltan la mano para que caiga al abismo, podría llevarse con él a algún otro peso pesado y el escándalo sería mayor aún. Hay una versión que afirma que Boudou actuaba a pedido del propio Néstor Kirchner, que le pidió recuperar o levantar la fábrica de hacer papel moneda. Quizá no imaginó que el vicepresidente intentaría quedársela para sí mismo y sus amigos. Esto deja abiertos muchos interrogantes, como si Cristina teme que si Boudou habla quede manchada la memoria de su extinto esposo.

Otra posibilidad es que la presidenta crea que el costo político es mayor si lo saca del Gobierno que si, en cambio, lo defiende echando la culpa a los enemigos de turno, lo que tendría más que ver con el clásico “relato” kirchnerista.

Boudou es la imagen de la impunidad caminando en los pasillos del más alto poder en Argentina. Durante mucho tiempo se rió, literalmente, de todo lo que tenga que ver con la legalidad. Intenta por todos los medios que las causas en las que está como imputado se caigan por cualquier razón.


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