Editorial

Busquemos consensos, sin asesinar la verdad


Atravesamos días particularmente difíciles, de incertidumbre respecto del futuro. La Argentina es un país donde el clima puede cambiar drásticamente en cuestión de días, como sucede actualmente. Veníamos de un país que nos decían que crecía, poco resulta que no lo suficiente; que la falta de empleo se estaba acomodando, que la pobreza había bajado un cinco por ciento. De pronto la corrida de los mercados y sale el presidente por televisión diciendo que debemos hacer un acuerdo con el FMI, con las implicancias que tiene para los ciudadanos de a pie la sola mención del Fondo, las recetas recesivas, el temor a las condiciones que ponen a los rescates. En esto el Gobierno que dice ser tan sincero, la realidad lo desmiente: no nos van diciendo la verdad, explican poco y mal, comunican pésimo y esto genera angustia, temores reales y otros fantasmas que quizás hoy no tendrían razón de ser, pero que con justeza tenemos, en función de los años aciagos vividos.

La gestión de Mauricio Macri fue muy aplaudida por los expertos en finanzas en sus primeros meses: levantamiento del cepo, acuerdo con los hold outs, blanqueo. Después vino la meseta del gradualismo. Los empresarios entendieron el corazón de esa receta que se basó en la sustentabilidad macroeconómica es una quimera si carece de sustentabilidad política. Por lo tanto, se deben alcanzar al mismo tiempo objetivos contradictorios: reducir la inflación pero sin sacrificar el crecimiento. Visto así parece bárbaro, maravilloso, para enfrentar un momento como este. Pero un programa así parece que no deja a nadie del todo contento: el ciudadano se siente atrapado por la quita de subsidios y las paritarias a la baja y el círculo rojo cree que acá no se está cambiando nada estructuralmente.

La crisis que atravesamos, erróneamente tratando de disimularla por parte del oficialismo, no es económica sino financiera y esta diferencia no es menor. Porque el mayor problema -además del déficit fiscal, que ya es estructural por los años de acumulación- es que faltan dólares, en gran parte por el desequilibrio de la balanza comercial. Este problema ha sido señalado en forma más o menos dramáticamente por casi todos los economistas. Y para completar la fiesta, el Banco Central utilizó la herramienta cambiaria para controlar la inflación. Así retrasó más el tipo de cambio. Eso es suicida en una economía con déficit de cuenta corriente. Los países que no cuentan con un caudal satisfactorio de dólares son los más vulnerables al cambio en los flujos financieros y con esto no decimos nada que no sepamos desde siempre.

En la Argentina ese rojo es de 5 puntos del PBI y la inflación trepa por encima del 20 por ciento. Cambiar esta realidad no será solo un requerimiento del FMI; es lo que tenemos que hacer por nosotros, por la salubridad de la economía, por la República, lo pida o no el organismo. Y para ello, para una economía con estas enfermedades, las prescripciones son universales, no exclusivas del Fondo. La inflación, cuando un país no está creciendo, cuando no hay inversión suficiente, se morigera con menos emisión monetaria, topes salariales y control de precios. Todo en términos terapéuticos, es decir hasta equilibrar, hasta sanear. No como modelo económico en sí mismo.

La verdad es que cuando se generan problemáticas de este tipo, cuando hay que recurrir al Fondo Monetario, tan rechazado en la Argentina, porque nos presta y es dinero barato que nos hace falta, habría llegado la hora de que la dirigencia política y la dirigencia empresaria muestren claramente dónde se van a parar. Porque es en estas circunstancias donde necesitamos de la responsabilidad de todos.

La dirigencia política opositora se diferencia por sus objetivos; el llamado Club del Helicóptero que sueña y seguirá soñando con una gestión de Macri terminando antes de culminar el mandato, que esperan que este momento desemboque en una secuencia como la de 2001, olvidándose -o quizá no les importe- lo que padecimos en aquellos años de la gran crisis económica, la más grande que tuvimos en toda nuestra historia. Son un núcleo duro de algunos K y grupos de izquierda. Con estos sectores hay poco que hablar.

Pero hay mucha otra dirigencia -peronista, massista, socialista- con la que se puede dialogar y se debe dialogar. Y en este sentido el Gobierno debiera llamar a este diálogo, porque de estas crisis no se sale aislándose sino consensuando. No olvidemos que el primer año de su gobierno Macri logró miles de leyes con estos sectores opositores. A los que luego terminó dando la espalda y según ellos plantean, dejando que sus funcionarios, sobre todo Marcos Peña, los agredieran en todas las vueltas.

Lo que hay que hacer –insistimos que no porque lo diga el FMI sino porque es lo hay que hacer- requiere de consensos, con legisladores y gobernadores. Son medidas antipáticas, antipopulares, que deben acordarse y encararse con convicción en conjunto, estableciendo plazos para su ejecución y revisiones periódicas de la marcha. De haberse actuado de este modo, por ejemplo los legisladores (muchos a instancias de los gobernadores) no hubiese aprobado el proyecto que impide la adecuación de tarifas. Ellos saben, aunque es impopular decirlo y actuar en consecuencia (lo que les quitaría rédito político) que tal acción complica aun más el déficit. Si hubiese existido un plan del que ellos hubiesen formado parte por integrar una mesa de diálogo, no lo hubiesen aprobado.

Sucede también que hay mucha lucha y mucha acción por la consecución del poder por el poder mismo (y en este plan, que al Gobierno le vaya mal les resulta fabuloso). No nos llamemos a engaño: hay mucha dirigencia que trabaja no para el pueblo sino para su causa política, para la próxima elección.

No estamos frente a una oposición que no tenga picardías o que no busque réditos políticos, pero también es cierto que están quienes pueden tener el reflejo de acudir a un llamado al consenso frente a una crisis. A ellos hay que recurrir y llamar y, de paso, dejar en evidencia a quienes no respondan, desnudando su verdadero interés.

El problema de esta oposición más responsable, para diferenciarla de los talibanes destituyentes, son muchas veces los socios del macrismo. Porque cuando los radicales y la Coalición Cívica montan un escándalo por el incremento de las tarifas, la situación se descontrola y aunque los integrantes de Cambiemos terminan volviendo al ruedo, el incendio está hecho.

La otra cuestión es el empresariado que desde el comienzo dijo aplaudir los cambios pero los resistió en la práctica fogoneando la inflación. Ellos se defienden diciendo que el de Macri es “el Gobierno que más dialoga pero el que menos escucha”. Puede ser cierto, pero la realidad es que necesitamos que también estén adentro de los consensos.

Al fin, contémoslo como quieran, pero aquí sin techo a las paritarias (lo que se está haciendo) y sin control de precios (lo que no se está haciendo) un camino para salir de la inflación, aun para aquellos que creen que el mercado se acomoda solo, es hora que comprendan que en las crisis no es así y es el Estado el que debe restablecer los equilibrios para que luego fluya la economía.

Pero nada de esto se logra sin consensos amplios que esperemos el Gobierno empiece a trabajar en conseguirlos.

 

 


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