Editorial

Comenzó la verdadera era Macri


Macri inauguró esta semana lo que va a ser la etapa más importante de su administración, en la que piensa dejar su marca en la historia.

Y el momento era ahora, seguramente. No quiso convocar al diálogo desde la debilidad, ya que ganó la presidencia por poco más de dos puntos y, encima, el segundo semestre de crecimiento económico demoró poco menos de un año en llegar. Ahora, envalentonado por los resultados de las elecciones del 22 de octubre, cuando el votante ratificó el rumbo elegido, convocó a todos los sectores para hablar en serio. Lo hace en un momento estratégico desde lo político, pero también es valorable que lo haga cuando no tiene enfrente a un núcleo opositor que verdaderamente le complique el escenario. Es decir, podría haberse “mandado” solo, pero en un gesto pocas veces visto en nuestro país, convocó para encarar cambios que son tan necesarios como difíciles. Tal vez porque no quiere cargar solo con esta misión. 

De acuerdo con los anuncios que en la línea muy gruesa hizo Macri, salta a la vista que llamó a un cambio de los paradigmas culturales, de cómo pensar el país, la economía y el crecimiento. Y como es sabido, ganar batallas culturales es siempre más complejo que ganar elecciones. Desde la simple premisa de que “no podemos gastar más de lo que recaudamos”, que esconde toda una nueva estructura económica, hasta redimensionar gremios, sistema jubilatorio y las interrelaciones empresarias. Nada será sencillo, como es fácil advertir -de allí algunas caras largas durante el discurso presidencial en el CCK- porque aun a cada sector le cuesta pensar que todos tienen algo que ceder en este juego de transformar el país. 

Y la apelación de Macri a cambiar la forma de reflexionar de muchos argentinos es bien recibida por el votante, pero mirada con suspicacia por los sectores de la economía que pretenden conservar sus nichos, muchos de los cuales son directamente proporcionales en beneficios personales para ellos mismos y detrimento de la calidad de vida de los ciudadanos. Decimos esto porque las grandes líneas que lanzó el presidente son hasta de sentido común y en eso es muy difícil que se pueda no estar de acuerdo. El problema vendrá con la letra fina de los cambios que deben hacerse con leyes que tratará el Parlamento y ahí veremos qué oposición tiene realmente voluntad de diálogo y a dónde se llega.

Tenemos alguna prevención con el tratamiento parlamentario de cada asunto, porque somos conscientes de que si no hay consensos básicos, no hay futuro. Por eso los consensos serán fundamentales y en ello está obsesionado el Gobierno en lograr.

Mientras Macri hablaba y daba los grandes lineamientos, la televisión mostraba rostros con rasgos de preocupación de dirigentes políticos, empresarios, sindicalistas, jueces y académicos, con quienes espera lograr esos acuerdos núcleo. Sabe el Gobierno que no podrá hacer una transformación tan importante solo desde el ala política.

Parafraseando a la expresidenta Cristina Kirchner, llegó el momento de la “sintonía fina” de esta gestión. Durante sus primeros 22 meses en el mando, Mauricio Macri se mostró más que cauto a la hora de bajar el gasto público, al imaginar que una de sus consecuencias podría haber sido una mayor reducción de la actividad económica. Tampoco pudo bajar impuestos en consecuencia, porque una cosa va absolutamente ligada a la otra. En criollo, si se cede por un lado, hay que ver a qué santo hay que desvestir. 

Ahora que parece lanzado a los cambios en serio. Es fundamental ir analizando lo que llamó “la agenda de reformas permanentes”, políticas de Estado, trascendentes a la gestión, cuyos ejes principales serían la responsabilidad fiscal, la disminución de la inflación y los impuestos, el aumento del empleo y la calidad institucional. Además de estos grandes lineamientos, hizo varias alusiones al gasto improductivo del Estado, en temas donde en general la mayoría de la sociedad está de acuerdo, así como eliminar las jubilaciones de privilegio que aún subsisten, el ajuste de la política que es otro ítem muy esperado por los ciudadanos.

Esta cuestión del redimensionamiento del Estado tiene que ir acompasado por la expansión del sector privado, de lo contrario la ecuación no cierra y esto lo sabe el Gobierno, por eso el gradualismo con el que encaró muchas medidas.

Es que la Argentina destina unos 14 puntos de su PBI al pago de salarios públicos en los niveles nacional, provincial y municipal, incluyendo las transferencias a las universidades. Pero un pecado que cometió el macrismo en estos primeros dos años fue, sin dudas hacer que la estructura del Estado nacional aumente un 25 por ciento, pasando el número de ministerios de 16 a 21 (incluyendo la Jefatura de Gabinete), a los que deben sumarse 87 secretarías de Estado, 207 subsecretarías de Estado, 687 direcciones nacionales y generales y 122 institutos, sin contar universidades ni academias. Todo eso hace un total de 1.124 unidades administrativas. 

La idea ahora es empezar a corregir el pasado de otras administraciones y de la propia. En más de una ocasión, Macri ha hablado de la importancia de la productividad. Ahora tendrá que demostrar que la productividad puede empezar por casa, esto es, por el Estado.

No es un punto poco importante porque del redimensionamiento del Estado depende que se pueda aliviar la pesada carga impositiva que evita la expansión y el crecimiento de la iniciativa privada. El único camino para crear empleos ciertos y de calidad, y no planes de “trabajo” del Estado que en realidad es desempleo encubierto y mal pago.

Un punto no poco importante es la cuestión gremial, el presidente habló de que existen tres mil gremios y solo seiscientos firman paritarias. En realidad economistas de fuste como Espert desmienten la cifra y dicen que hay mil cien sindicatos. De cualquier modo, lo que se está apuntando es que hay gran cantidad de gremios que son solo nichos de negocios para pocos y de nada sirven al trabajador, porque si ni paritarias firman, no tienen sentido de existencia. Macri pidió menos sindicatos, fuertes y transparentes. Y en esto es innegable que tiene razón.

No obstante que se llegue a acuerdos básicos, lo que quizá más cueste en el análisis parlamentario sea la cuestión de los jubilados, porque ya varios sectores opositores han salido a quejarse de la propuesta. Macri pretende eliminar los dos aumentos anuales a los pasivos y otorgar incrementos en el año por inflación. Es un asunto más que discutible, porque si un jubilado cobra por mes la mitad o menos de la canasta básica de un pasivo, medida por el Indec, ajustar por inflación los perpetuará en esa situación, sin recuperar los puntos perdidos en estos dos años. Será uno de los asuntos donde el diálogo seguramente se pondrá difícil.

 

Lo que es claro es que hay muchas cosas que no están bien desde hace años; a algunas se las vino sosteniendo por temor al impacto político y electoral, en un país donde vamos a las urnas cada dos años. A otras se las fue emparchando de manera espasmódica según las amenazas de colapso. Pero si coincidimos como argentinos en que hay cosas que no están bien, debemos también coincidir en la necesidad de cambiarlas. Y finalmente, en que ese cambio no será placentero ni mucho menos. Tenemos un presidente que tomó la decisión de avanzar hacia un mejor Estado, más coherente, más eficiente. Sin dudas -por convicción o porque no le queda otra- la ciudadanía deberá aceptar los cambios. No será sencillo que los representantes y prestadores de la ciudadanía se encolumnen. La política hará su juego y las elecciones, como siempre, esmerilarán los procesos. Pero partiendo de la base de que no estamos bien, cosa en la que coinciden todos los sectores, sería mediocre e hipócrita que no se acompañara esta iniciativa.


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