Como Jesús, Francisco tiene sus “Judas”

En instituciones de muchos años, como la Iglesia, que es la más antigua del mundo, los cambios siempre son resistidos.  Muchos se sienten cómodos con el statu quo que, aun a sabiendas de que hay cosas que se podrían hacer mejor o directamente se está rodeado de cierto grado de corrupción. La llegada del Papa número 112 podría no haber resultado en un cambio para los engranajes internos de esta institución tan anquilosada como cerrada, lo que le ha valido durísimas críticas en el último tiempo pero resultó ser todo lo contrario. Jorge Mario Bergoglio, el Papa argentino, llegó para dar vuelta todo, como si se tratara de una media. 

Aunque cauteloso en los cambios hacia afuera, aquellos que refieren a los dogmas y normativas de la Iglesia, ha sido en cambio aguerrido e intrépido hacia adentro, con sus pares sacerdotes. Para ellos está aplicando tolerancia cero y los “heridos” por esta decisión van paulatinamente saliendo a la luz. Lo último que se dio a conocer es una sospecha que sobrevoló siempre y que ahora puede confirmarse: hay miembros del clero que hacen “negocios” con dinero que los fieles depositan en la Iglesia con fines caritativos.  

Ya durante el pontificado de su antecesor Benedicto XVI algo se filtró al respecto por un “Vatileaks” como se lo llamó: un hombre de su confianza (su mayordomo) robó papeles internos del Vaticano, lo comercializó en los medios de prensa italiana y de allí se ventilaron asuntos que pusieron en jaque al mismo Papa. Hoy, tras el destape del denominado VatiLeaks II, que determinó el arresto de un prelado español y de una asesora amiga de aquel, luego excarcelada, Francisco, aunque afirman que está amargado, no se detendrá hasta llegar al fondo del asunto.

Sin dudas a Francisco esta postura le traerá como consecuencia más resistencia y recelo en sus huestes pero cada vez más le hará ganar el respeto y lo que es ya una devoción de parte de la feligresía mundial. Es decir, más que nunca deberá cuidarse de los cercanos. De hecho, dos libros que saldrán a la venta hoy en Italia -Via Crucis, de Gianluigi Nuzzi, y Avaricia, de Emiliano Fittipaldi- relatan muchos escándalos de este tenor sobre la base de documentos filtrados a escondidas y hasta grabaciones hechas a espaldas del Papa, pero ninguno ataca a Francisco. Todo lo contrario, ponen de manifiesto la tenaz resistencia de la curia romana al cambio, a la limpieza y a la política de transparencia y austeridad que él puso en marcha.

Hemos dicho desde el comienzo del papado de Francisco que uno de los problemas más serios que tendría en su gestión era la curia, es un organismo conformado por un sector de la Iglesia muy selecto y acostumbrado a hacer lo que le parece con total prescindencia de lo que predicara el Santo Padre y sin que ellos lo supieran. Algunos no se habrán enterado, otros seguramente sí, pero prefirieron tapar el problema o hacer la vista gorda, pensando que de esa forma protegían el prestigio de la institución. Pero el jesuita argentino no piensa cubrir nada bajo las arenas del tiempo. 

“Los gastos están fuera de control”, dijo Francisco, alarmado, según una grabación clandestina realizada el 3 de julio de 2013 en el Vaticano, que aparece en el libro “Via Crucis”, según reveló el diario Corriere della Sera. “Hay que aclarar mejor las finanzas y hacerlas más transparentes”, agregó el Papa, que advirtió que había que analizar detalladamente los contratos porque muchas veces tienen “trampas” y que, antes de cualquier compra, había que pedir “al menos tres presupuestos”, una práctica muy argentina por cierto. No fue una puesta en escena porque no sabía que estaba siendo grabado y mucho menos que esta conversación se haría pública. Realmente se preocupó, y luego se ocupó. Y desde entonces, 2013, podemos deducir que debe estar viviendo una guerra interna que en alguna circunstancia se deja entrever, como sucedió en octubre durante las contradicciones en la apertura del sínodo.  

En el libro, además, hay documentos que detallan las trabas enfrentadas por Francisco para lograr transparencia en el centro del poder administrativo de la Iglesia Católica, bajo sospecha de irregularidades durante décadas, más bien centurias, sólo que antes no se ponía en duda.

Un documento con membrete de la Secretaría de Estado reproducido en la obra, por ejemplo, rechaza un pedido de informes realizado por la comisión puesta en marcha por Francisco para analizar las finanzas del Vaticano sobre el destino del óbolo de San Pedro (el dinero donado por los fieles al Papa), cuyo 79,4 por ciento serviría para mantener a la curia romana, según Nuzzi.

La verdad es que Francisco ha elegido el camino difícil pero el más importante, el de la verdad, el de trabajar por la fe, el de la voluntad de enfrentar la corrupción. Y esto le dará más crédito a la Iglesia que ocultar la corrupción bajo la alfombra para pretender ante el mundo ser una institución impoluta. Seguramente que si algún Papa anterior lo hubiera visto de ese modo, aunque sea por prestigio personal, hubiese encarado antes este “mani pulite”.

Conociendo el espíritu de Bergoglio, por cómo ha sido él en su vida personal y pastoral, no caben dudas de que no lo hace por la gloria personal sino por coherencia evangélica. ¿Cómo pedir transparencia a los gobernantes si en el Vaticano no la hay? Esta es una pregunta que a estas horas el Papa debe hacerse y por eso ha tomado la decisión de ir a fondo en estos temas.

Francisco ha sufrido en carne propia lo de Jesús con Judas: fue traicionado por cercanos colaboradores. El secretario de esa comisión creada por él para analizar las finanzas, era el prelado español Lucio Angel Vallejo Balda, y una amiga personal, Francesca Immacolata Chaouqui. Resultaron ser ellos los dos “cuervos” arrestados por la gendarmería del Vaticano el fin de semana pasado; ella fue excarcelada por colaborar con la investigación. En una misiva al Papa, el titular de la comisión, el economista maltés Joseph Zahara, queda claro el obstruccionismo de la vieja guardia en la que se incluye Vallejo Balda, que no quiere ceder poder ni privilegios. “Lamento comunicarle que la comisión no puede completar la posición financiera de la Santa Sede debido a falta de datos”, le dice. Y la comisión ad hoc tuvo que ser finalmente disuelta.

La misma resistencia al cambio, desmanejos, derroches y riqueza escandalosa gracias a un patrimonio inmobiliario valorado en 4.000 millones de euros aparecen en el otro libro, “Avaricia”. Según el periodista Emiliano Fittipaldi, pese a los intentos de limpieza de Francisco, “el dinero de la caridad es gastado por los monseñores”. Inclusive revela puntualmente que la plata donada a los niños enfermos atendidos en el prestigioso Hospital Bambini Gesú, del Vaticano, fue usada para pagar los 200.000 euros de refacciones del nuevo ático en el que vive el cardenal Tarcisio Bertone, exsecretario de Estado, en el Palacio San Carlo. Es el mismo purpurado que ofició en nuestro país la beatificación de Ceferino Namuncurá.

Da profunda tristeza ver cómo paulatinamente se van confirmando sospechas que siempre pulularon respecto de la Iglesia, de sus recursos, de sus riquezas, esas “espadas” que siempre esgrimieron los detractores. Como toda institución humana, hay dentro de ella personas muy valiosas pero las que no lo son terminan por esmerilar al resto. Pero mucho más triste sería que se siguieran permitiendo estos comportamientos por el solo temor de no enfrentar a la curia romana. Francisco tiene temple para esto y para mucho más, como lo viene demostrando.

A diferencia de la época de Benedicto XVI, cuando el mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, un pez pequeño, resultó el gran culpable, ahora la gendarmería quiere ir al fondo de la cuestión, por orden directa de Francisco. “Acabo de ver al Papa. Sus palabras textuales: seguimos adelante con serenidad y determinación”, tuiteó anoche Angelo Becciú, sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano.

No será fácil, pero el Papa ha tomado la decisión correcta.