Editorial

Comodoro Py, donde se mezcla política, derecho, aprietes y mucho dinero


Las prisiones preventivas y las excarcelaciones más o menos rápidas están hoy en el ojo de la tormenta del sistema judicial argentino. Son apenas una punta de todo un sistema judicial que hace décadas dejó de ser institucionalmente viable.

Políticos que son detenidos por causas graves, pero que están en una muy lenta etapa de investigación, que luego son dejados en libertad sin que nos quede claro si estuvo bien que fueran presos o bien que los dejen libres. Al fin no hay sentencias en todo caso. La lógica indica -lo hemos planteado otras veces- que las dos cosas no pueden ser ciertas.

En este manoseo y desmanejo en que ha caído la Justicia federal, los argentinos vemos cómo se hace trizas la ilusión de la lucha anticorrupción. Las sospechas de intromisión de la política por medio de una decena de “operadores”, la “desesperación” de algunos magistrados por quedar bien con el poder actual y hasta la posibilidad de que haya magistrados “coimeados” se entrecruzan con la información dura y pura respecto de las causas que se han ventilado de la gestión anterior y algunos que ya aparecen de la actual.

Un libro que marca a la “Justicia contada desde adentro” de autoría de dos veteranos de los tribunales penales, el exjuez Mariano Bergés y la exsecretaria Adriana Galafassi, explican el fenómeno que vivimos: “Ningún gobierno de los últimos 30 años intentó mejorar el sistema de Justicia. Por el contrario, todos intentaron colonizarlo. El actual no es la excepción”. Además afirman: “Hoy es tarde. Acomodado el gobierno, también aprendió que es mejor no hacer olas en la Justicia Federal. No sea cuestión que se desempolve alguna causa o se inicie una nueva porque ‘todos tenemos un muerto en el placar’”. Y así estamos, estuvimos, y estaremos, según parece. A merced la salubridad institucional de una institución que se asume débil y acomodaticia.

Decimos débil en el sentido de flaco cumplimiento de su rol pero por el contrario, en cuanto a fuerza objetiva, la Justicia Federal es lo más fuerte que hay en el país, tanto que un juez federal es quien puede meter preso al presidente. Dice el periodista especializado Alconada Mon que cada vez que hay un atisbo de reforma judicial los magistrados amenazan. Cuenta que al propio ministro Germán Garavano, un juez de los más conspicuos de Comodoro Py le dijo a un operador “decile que si sigue con eso lo voy a meter preso”. Todo porque había delineado planes para el Poder Judicial y su reforma que lo llamó “Justicia 2020”. Y entre sus propuestas incluyó diluir el poder de los tribunales federales de Comodoro Py. Un mensaje muy similar recibió Gustavo Béliz cuando él también intentó -allá por 2003, como ministro de Justicia- licuar el poder de esos 12 jueces.

Y lo más complicado es que no hace falta que la amenaza se cumpla ya, ahora, porque seguramente no habría motivos para hacerlo, pero cuando el ministro deje de serlo, quién sabe, es cuestión de esperarlo. Porque, al fin, los jueces federales saben tener paciencia, cuando alguien está en el poder goza de impunidad, las denuncias que le efectúan no avanzan, no se las investiga. Pero ahí quedan “pisadas” a la espera de que el poder se evapore y ahí llegó el momento de quedar bien con los nuevos dueños de la Casa Rosada. Y, mágicamente, desempolvan la denuncia y de buenas a primeras se llama al exfuncionario a indagatoria.

Porque así funciona Comodoro Py, donde se mezclan política, derecho, aprietes, mucho dinero y, como si faltara algo, los servicios de Inteligencia como telón de fondo.

Los que recorren Comodoro Py cuentan que a puertas cerradas, algunos jueces hablan de “rehenes” cuando aluden a los funcionarios del gobierno de turno que figuran como imputados en sus juzgados. Claro, por el momento duermen tranquilos pero cuando dejen el poder…

Esto que vemos en Comodoro Py es parte del poder real, el que sobrevive a todos los gobiernos, el que permite que un fiscal “pise” una investigación años y cuando le conviene la desempolve, porque necesita salir en los diarios como un fiscal (o juez) que persigue a los corruptos. Un lugar donde los operadores del poder de turno son los personajes más asediados y buscados, porque llevan y traen mensajes, consiguen favores y prebendas tales como cargos (para ellos o para familiares), ascensos y un largo collar de etcéteras.

Para poner algún ejemplo, durante todo el kirchnerismo dictaron entre dos y cuatro condenas por año por delitos contra la administración (2003-2014), según datos oficiales del Registro Nacional de Reincidencia. Y solo en 2015 hubo 16 condenas, cuando el kirchnerismo ya estaba en las puertas de salida de la Casa Rosada.

Y la verdad es que no es cierto que la labor judicial no se pueda mensurar y controlar. Una auditoría del Consejo de la Magistratura a pedido del Colegio de la Ciudad de Buenos Aires y la ONG Será Justicia, mostró descarnadamente lo que hemos venido advirtiendo. Las demoras injustificadas y discrecionales de investigaciones sobre actos de corrupción están certificadas. Todo con nombre y apellido de los jueces.

En medio de este enchastre los funcionarios de Comodoro Py usan a destajo al periodismo, manchando a algunos colegas que, desesperados por una primicia se han prestado a difundir información clasificada que le fuera entregada “oficialmente” pero bajo cuerdas. Para evitar verse envueltos en un delito, escuchamos a los colegas decir “este informe se lo olvidaron en el bar de Comodoro Py”, o “esta escucha la encontré en un paquete en el tarro de basura de la puerta del canal”. Si no fuese para llorar sería para reírse de estas absurdas explicaciones. Cuando es claro que son informes filtrados por la misma Justicia para lograr algún efecto público sobre las causas que llevan.

Y si vamos a llegar al hueso debemos ser contestes que a esta situación no se hubiese llegado sin la mirada distraída de la Corte Suprema, el Consejo de la Magistratura y el poder político de ahora, de antes y de mucho antes.

Para cambiar la Justicia hay que modificar todo, desde el sistema de selección de jueces donde la política no sea clave y donde haya sistema de controles efectivos. De lo contrario seguiremos en este desalentador panorama donde la corrupción no se verá nunca amenazada.


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