Editorial

Cristina se metió de lleno en el fango electoral


El último acto de la presidenta Cristina Fernández tuvo toda la liturgia del kirchnerismo, pero además fue de alto voltaje político. El primer gran signo fue la presencia, a su lado, de Daniel Scioli. 

La ocasión fue la inauguración del Polo Tecnológico en donde supieron funcionar las Bodegas Giol, en el barrio porteño de Palermo. De cumplir con la veda electoral, esta habrá sido la última obra pública presentada antes del ballottage. Y la presidenta supo aprovechar el momento. Aunque según cómo se lo mire. Porque si de captar un voto más para esta segunda vuelta, su discurso no fue acertado. Ella sigue hablando para su gente, para el núcleo duro kirchnerista, para el voto que ya tiene, y no recurre a una oratoria que cautive. Todo lo contrario, esa vehemencia sobre lo hecho con la consiguiente incapacidad de reconocer los errores que toda gestión tiene y sobre todo el mesianismo implícito en cada frase, queriendo implantar a fuego que ninguna otra administración podrá ser mejor, no consigue un voto adicional, sólo regocija a los propios, a los que ya están. 

Visto de esta forma, el gran perjudicado resulta ser Daniel Scioli, que está en un plan de ablandar su discurso, despojándolo de absolutismos y planteando desde posturas medias hasta algunas directamente opuestas al actual gobierno. Tanto Macri como él, en síntesis, están haciendo lo posible para acercarse, desde los extremos que partieron, hacia lo que quien votó a Massa quiere escuchar.

De todos modos, sabido es que los oficialismos tienen ventajas electorales porque están en el poder. Desde este punto de vista, Scioli el viernes ha podido “lucrar” un poco con una gran obra visible, como es el Polo Tecnológico, y toda la enumeración de logros mencionados por la presidenta. 

Hechas estas lecturas posibles, surge una pregunta: ¿tenía chance Scioli de elegir entre ir o no ir al acto? No. 

La mandataria se metió de lleno en la pelea política y aseguró que el Frente para la Victoria no realiza una “campaña sucia” sino “una campaña transparente para mostrar” lo que hacen. 

Como se ha hecho costumbre tras las elecciones, ahora el discurso oficialista no habla de personas sino de que el ballottage será para elegir entre dos modelos. Sobre esta base, invitó a que cada ciudadano se haga “cargo de su voto” porque después no vale pedir “que se vayan todos”, recurriendo una vez más a la visión apocalíptica de “nosotros o el ocaso”.

Lo que quizá no mide Cristina es el rebote que en la ciudadanía tienen estas actitudes de profundizar desde la presidencia una lucha política que debiera darse en el ámbito electoral. Al tiempo que lo tiene a Scioli a su lado como mudo testigo de sus embates. Si la intención es obtener el voto de quien no los votó el 25 de octubre, el efecto es negativo.  

El eje de la campaña oficialista es muy claro: si se toma como referencia que más del 60 por ciento de la población, en la primera vuelta no quiso el cambio, antes que modificar su discurso que tanto gusta a la militancia, la estrategia de la presidenta (de la que Scioli parece ser sólo un partícipe necesario) es la de infundir el miedo. Somos nosotros o la hecatombe, sería la línea gruesa sobre la que versan todas las declaraciones y toda la parafernalia proselitista. 

Jugando otro juego, están los protagonistas reales: Daniel Scioli y Mauricio Macri, ambos con la vista puesta en sumar. De todos modos, son tantas las promesas que se ponen sobre la mesa y muchas de ellas diferentes a las escuchadas antes del 25, que la gente desconfía. Quien  tiene que necesariamente redefinir su voto advierte que cada candidato busca captar a los simpatizantes de Sergio Massa e irá a las urnas con pocas expectativas de cumplimiento, sólo buscando lo que considera el mal menor.

Sin emitir juicio de valor sobre las expresiones puntuales de la presidenta, en general se trasluce en su discurso un gran deseo de no dejar el poder. 

Y eso lo ha sabido transmitir muy bien, al punto que la militancia no aceptó a ninguno de los posibles seguidores que sonaron en estos años, a sabiendas que ella no podría ser reelegida. Daniel Scioli fue siempre sin dudas el más resistido por el kirchnerismo, pero porque con los ultra K solos no se gana una elección, su aceptación en un espectro más amplio decantó en que él fuera el ungido. Es decir, no se trata de una continuidad natural. Y eso queda muy claro en cada discurso de Cristina. 

Tanto se nota que si por ella fuera se quedaría en el puesto, que la sensación que da cuando habla es que anhela que, incluso aunque gane Scioli, la sociedad argentina padezca los avatares de una crisis para que “pruebe” lo que es Argentina sin Cristina y pida por ella. ¿Operativo clamor en marcha?


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