Editorial

Cuesta entender a Francisco


Estamos a horas de que el Papa Francisco visite a nuestros vecinos países Chile y Perú.  Y los argentinos, una vez más, nos quedamos “con la ñata contra el vidrio”.

En los casi cinco años que lleva su Pontificado, nos ha rodeado, visitando Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecuador y Colombia; más arriba, también tocó los suelos de Cuba y México. 

Como dijo el presbítero Jorge Oesterheld, vocero de la Conferencia Episcopal, “es doloroso que pase por arriba nuestro y aterrice en otro lado”.

En este sentimiento, que es genuino, lógico y generalizado en la grey; no hay política ni grieta en él. Simplemente duele y cuesta entender.

Se han escuchado voces, una sola oficial y muchas oficiosas, explicando los motivos de continua postergación de la ansiada primera visita del Papa argentino. Y ninguna conforma; por el contrario, genera más y más interpretaciones según pasan las horas, lo que no hace más que empañar la imagen del pastor y su labor.

Ya nos quedó claro que nadie, absolutamente nadie, puede hablar en su nombre. Lo dijo la Iglesia argentina para echar por tierra a cuanto personaje de este país puso en su boca palabras que el Papa nunca dijo.

Precisamente, como Francisco jamás brindó una explicación de por qué Argentina no está en su itinerario de viajes, es que surgen versiones y libre interpretaciones de los motivos que no lo traen al país.

De este modo es que el Papa de todos termina metiéndose en la grieta. Ciertamente no creemos que sea su propósito, pero es el resultado que se obtiene de una ecuación donde faltan datos certeros de parte del protagonista.

Desde esta página siempre hemos prodigado una imagen universal de Francisco, porque esa es su condición. En varias ocasiones machacamos sobre el concepto de que él ya no es un pastor argentino, que no somos su rebaño exclusivo, ni siquiera preferencial. Sencillamente porque es el Papa para todo el mundo, por igual. Y es desde esta concepción de su misión que su postura esquiva con el país, duele y es cuestionable.

Sin caer en comparaciones odiosas, el segundo viaje fuera de Italia de Juan Pablo II fue a su Polonia natal. Alemania fue el destino de la primera visita pastoral de Benedicto XVI.

Pero vamos a detenernos en Juan Pablo en Polonia en el año 1979. Vaya si estaba convulsionado el país, bajo la órbita soviética, en plena Guerra Fría y con su presidente en el exilio. El mundo vivía un cisma y el Papa, que desde el inicio de su mandato se dio a la lucha anti comunista, fue justo allí donde todo hervía. La sociedad polaca estaba dividida y armada, con hambre, penurias y familias diezmadas. Era un país en carne viva y ahí estuvo el Papa, dando su mensaje al mundo y apacentando a los más cercanos a su historia personal. Si una figura podía traer sosiego y unidad en ese momento de Polonia era el Sumo Pontífice quien, además, era polaco.

Lo mismo ha hecho falta todo este tiempo en Argentina; ahora quizás sea tarde para ese propósito. Porque la grieta no ha hecho más que profundizarse y Francisco ha caído en ella.

Aguardar la llegada de un mejor clima social para concretar la visita no ha sido un factor coadyuvante a un mayor bienestar de los argentinos sino todo lo contrario: la dilación ha abierto más las heridas. 

Preocupado porque su figura sea utilizada aleatoriamente por todos los sectores políticos, Francisco ha dejado en un segundo plano al pueblo, su grey, su rebaño, que lo espera con ansias desde hace cinco años. Sin dudas que su preocupación es fundada porque aun sin venir, cada uno de gestos y acciones son forzados en su interpretación por cada bando, pero ¿importa esto más que el sentir de un pueblo? 

El Papa es una figura política y en todo país que visita se hace una lectura política de su presencia. Pero sobre todas las cosas es pastor y sus visitas son pastorales, y allí donde más dolor, miseria, guerra y divisiones hay, es donde más se requiere y valora su presencia. Argentina cuadra en este perfil, sin dudas tanto o más que Chile y Perú.

La cercanía geográfica de su visita genera otras cuestiones que también muestran lo que el Papa genera en un pueblo: más de un millón de argentinos están viajando a Chile para verlo.

Y para eso gastan dinero que no tienen, usan vacaciones de sus trabajos y ponen en riesgo su vida atravesando peligrosas rutas. Esto tiene que ver con lo que genera la figura del Papa en los creyentes y que excede a los nombres y los momentos políticos. ¿No son la fe, la devoción, el fervor motivos superadores de las circunstancias?

Tristemente, aun con sus buenas intenciones, las decisiones que ha tomado el Papa respecto de venir a Argentina han generado todo lo contrario a lo buscado: más divisiones, más dolor, más grieta.

Dicen desde la Iglesia que nos está dando una enseñanza, que tenemos que aprender a interpretarlo. O tal vez predica su universalidad al mundo dejando de venir a su país natal. O quizás cree que si no entra en la manipulación política (que no sabemos si existiría) nos hace un bien. No hay certezas y, a falta de ellas, hay libres interpretaciones, muy dañinas por cierto, para él y para nosotros como sociedad. Insistimos: está siendo peor el remedio que la supuesta enfermedad.

 

En pocas horas Francisco estará sobrevolando suelo argentino. Dicen que en ese momento emitirá un mensaje importante. Albergamos la esperanza que sea el anuncio de que Argentina pasa a formar parte de su agenda de viaje próxima. Ya es tiempo, Francisco.


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