Editorial

Después no le pidamos peras al olmo


Mientras quienes viven de y para la política están viviendo horas de dramatismo y un estrés que hasta los emociona, el hombre de a pie transita con apatía este frenético cierre de listas. Aunque la dirigencia crea que hay un público interesado en sus movimientos, la realidad es que la mayoría de la sociedad está ajena a estas disputas, sencillamente porque para el pueblo es más de lo mismo y descree que un cambio de figuras les pueda importar alguna modificación a su vida. Es que la política en Argentina, hace tiempo dejó de ser para la gente el medio para cambiar las cosas. Por culpa precisamente de quienes hacen política. 

La verdad es que aunque el voto sea una herramienta fundamental de la democracia para cambiar la realidad, no a todos los ciudadanos les interesa la política. Esto fue, es y será así, aquí y en muchos otros lugares del mundo, donde se nota más porque al no tener elecciones obligatorias, vemos cómo se festeja cuando los electores pasan el 20 por ciento de los habilitados.

Aquí, la obligatoriedad del voto lleva a que los ciudadanos se interesen pero lo hacen desde ese lugar, desde la obligación, no desde una atracción por este metié y sus efectos. Solo los del famoso “círculo rojo” que define Jaime Durán Barba siguen de cerca las instancias partidarias, tanto por una cuestión de interés ciudadano como por fanatismos al estilo “Boca-River” y, especialmente, cuando los movimientos involucran traiciones, zancadillas a sus eventuales contrincantes, carpetazos, trabajos “sucios” (anónimos, difamaciones). Estos artilugios de la baja política son precisamente los que espantan a los ciudadanos de involucrarse o acercarse a los partidos políticos y, eventualmente, puedan proyectarse; difícilmente cuando lleguen a un cargo o a una banca, cambien como por arte de magia.

Este cierre de listas debiera ser un muestrario de los que serán candidatos (una suerte de libro “Quién es quién”, que tanto gusta a los ingleses), porque es un rosario de todos los vicios de la política. El secretismo en el armado de las nóminas, como siempre, con tres o cuatro encerrados en un cuarto eligiendo quiénes van en los primeros lugares. 

Y aquí, tenemos el primer problema, porque los elegidos para la lista no les deben a los votantes el lugar que ocuparán, ya que ningún partido va a las Paso. Pero le deben el “favor” al jefe que los puso. Aquí ya no vale el libre albedrío, ni la objeción de conciencia: el que resulta electo hace lo que le dice quien lo puso y “a otra cosa mariposa”.

Además es claro que desde que estalló la Argentina en 2001, al clamor del “que se vayan todos”, no solo no se fue nadie, porque las caras son más o menos siempre las mismas sino que además, el deterioro de los partidos políticos permitió que los pretensores de cargos ya no se sintieran atados a un espacio con el cual se supone que coinciden ideológicamente sino que buscan donde pueden ocupar un lugar en la lista y después acomodamos el discurso. En broma se dice en el mundillo que “los muchachos andan con el tarrito naranja en la cabeza”, aludiendo a que están a la venta como los automóviles en la calle.

Nos cansamos de ver a intendentes y legisladores que llegan por una sigla política y luego, en un sistema de “liana” muy aceitado, terminan apoyando a otros espacios porque les ofrecen seguir teniendo, a futuro, la banca o el cargo nuevamente. También la falta de incorporaciones hace que personas que están en algún cargo, especialmente los que están funcionando bien, son apartados para trasladar su prestigio a una lista y traccionar más adhesiones, al solo fin de lograr el número deseado en cada Cámara. En desmedro de la eventual buena gestión que se viene realizado y de las capacidades específicas de la persona en cuestión, que tal vez sean mejores para un puesto que para otro. Es decir, que sea un buen ministro de Salud, por ejemplo, no implica que tenga iguales dotes para legislar. Esas cuestiones de aptitud no cuentan, definitivamente, a la hora de armar las listas. 

La verdad es que los cierres de listas se han ido transformando en una sucia mancha de aceite que se terminó por extender a todos los partidos, siglas y espacios. 

De modo que cuando hay dirigentes de la sociedad civil que se han ganado un prestigio sano y sobre la base de un esfuerzo sostenido, se niegan a participar de la política, no los podemos culpar. Porque plantean: “Yo no voy a tirar mi honra a los perros” y la verdad es que podemos entenderlo. Porque el manoseo al que se deben someter, los riesgos que corren de ser difamados por otros pretensores, buscando ensuciarlo, hacen que, al fin, el ciudadano con una vida hecha, aun cuando sabe que podría sumar mucho, se plantee si vale la pena atravesar esas penurias para poder hacer un aporte al país. Y la verdad es que son muy pocos los que, de afuera del ambiente, se animan a ingresar.

Como es obvio afirmar, desde la política se pregona que abren las puertas y los brazos a todos los que quieran acercarse, que están esperando nutrirse de las ideas de aquellos que han sido exitosos en el plano privado. Pero a esta declamación le llega la realidad: a los políticos no les gusta que se sumen aquellos que no participan de los “códigos”, acuerdos tácitos y sentido absoluto de la omertá que todos respetan. Les molesta y hasta les temen a esos ciudadanos que, como cualquier hombre de a pie, hable de valores, de honrar la palabra. Los políticos profesionales comienzan por reírse a sus espaldas de estas figuras, hasta luego enojarse e intentar que no llegue a una banca ni a un cargo. Salvo que, ante la necesidad de tener “un masacarón de proa” como se dice vulgarmente, elijan a una figura para encabezar la lista y colar detrás a más de un impresentable. Al fin, las “sábanas” son tan extensas en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, que se sabe que la mayoría se fija sólo en los primeros lugares. 

Este sábado a la medianoche se cierran las listas para las Paso de todos los partidos y en medio de febriles negociaciones que se vienen sucediendo en todos los espacios, no descartamos los clásicos griteríos, amenazas y hasta algún que otro empujón a la hora de firmar las nóminas de candidatos en los locales habilitados.

Tengamos en cuenta que los mismos que tienen estas actitudes ahora son quienes van a ocupar, con nuestro voto, las bancas de legisladores. Después no le pidamos peras al olmo.

 


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