Editorial

Edna, la gran dama de la cultura


La cultura de Pergamino lleva un luto por la desaparición física de Edna Pozzi, su principal figura. Escritora, poeta y ensayista, poco hace recordar sus tantas décadas de juez del Trabajo porque la palabra escrita fue su elección de vida, el lenguaje en su modo más exuberante, donde la imagen y la metáfora se mezclaban irremediablemente, para recordarnos que, al fin, nuestro idioma puede ser el más bello del mundo.

Pero aun siendo una figura multipremiada por su obra, en el país y en el exterior, tuvo la voluntad enorme de quedarse en Pergamino. Esto que parece una decisión a la ligera fue, por el contrario, una elección de vida muy fuerte. Considerar que la pampa húmeda merecía tener un desarrollo cultural propio, que no era necesario que la cuestión artística sucediera solo en las grandes ciudades.

Bajo esa premisa y en un esfuerzo intelectual y humano muy destacable, levantó hace ya 20 años la Casa de la Cultura de Pergamino, en lo que fue la vieja Terminal de Omnibus de nuestra ciudad.

En el primer ingreso que hizo en la locación nada era muy auspicioso y le era difícil imaginar que aquellas paredes pudieran ser algún día un ámbito apropiado para el arte en todas sus expresiones. Es que todo era una ruina repleta de roedores, chapas podridas y polvillo. LA OPINION acompañó aquellas primeras reuniones en que todo iba cobrando forma, siempre gracias a Edna que supo ver detrás de la basura, la posibilidad de constituir esa ruina en un acto fundacional para la cultura local. Gracias a su persistencia, su convicción y, desde ya, su aporte económico.

Así comenzó la transformación de un edificio cuyo destino era la demolición, en un hogar para los artistas, actores, músicos, plásticos, bailarines, poetas.

Y no es aventurado decir que cada ladrillo, cada telón, cada butaca tienen el sello de su esfuerzo y de su sueño.

Edna tenía la capacidad, además, de sumar a todos sus amigos en sus aventuras culturales y así lo hizo en la Casa de la Cultura, donde obtenía colaboración y apoyo de quienes la conocían. Uno de los que estuvo desde la primera hora la precedió solo por unos días: Jorge Etchepare. Ese respeto intelectual que transmitía, la palabra justa, la ironía risueña, el modo cálido de ofrecer generosamente a todos su pensamiento infinito, fueron parte del milagro para sostener la Fundación de apoyo a este emprendimiento. No era fácil; el sostenimiento de estas instituciones nunca lo es, porque necesitan de una energía vital puesta al servicio de una causa, como era para ella darle vida a esta casa.

Y Dios le dio el privilegio de haber podido celebrar, el año pasado, los 20 años de este espacio de los artistas de nuestra ciudad. Su condición física ya no era la mejor, pero su voluntad trascendió cualquier dolencia y es así que se puso al frente de todos los detalles porque para Edna celebrar la cultura era sinónimo de celebrar la vida.

Es difícil para quienes somos contemporáneos de todas estas circunstancias valorar el legado de una persona; seguramente serán las generaciones por venir las que, cuando visiten a la Casa de la Cultura y puedan sentir la calidez de las paredes donde se encierra tanta historia artística, valoren con justeza y objetividad la importancia de contar con ese espacio que nació del ámbito privado hacia la comunidad con total desprendimiento y sin interés comercial. Quizá no lleguen a dimensionar el esfuerzo que llevó crear y sostener la institución, pero tendrán el ejemplo vivo de que con voluntad y conciencia se pueden llevar adelante proyectos culturales, sin que sea necesariamente el Estado el que resuelva todo el problema.

Lo mismo sucederá con su obra, sobre todo la más moderna que apenas se está conociendo y que plantean un enorme desafío para su lectura, por la profundidad de su ideario y, porque una vez más, Edna revolucionó la novela con “Ultimo amor terrenal y gozoso”, la obra que editó la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (Unnoba) el año pasado.

Sin embargo el legado que le deja a Pergamino es más personal que su obra misma, es un espacio que llegó para quedarse, para ser parte del trascurrir cultural de la ciudad.

Dijo el padre Ariel Busso despidiendo a Edna que “el infierno es el olvido” y, precisamente, en este caso la poeta se ha convertido por imperio de su propio esfuerzo y decisión, en inolvidable para los pergaminenses.

Su obra destinada a la ciudad está allí, con su frente estilo colonial, la sala mayor, el teatro chico, la sala de plástica.

El desafío ahora es honrar esa memoria sosteniendo el sueño de esta Casa de la Cultura, que desde hace 20 años viene haciendo historia en nuestra ciudad.

Edna Pozzi nos dejó físicamente, eso en algún momento le sucede a todo el mundo, pero su obra literaria y su espacio cultural trascenderán el tiempo.

Ahora a Edna, la jueza, la poeta, la hacedora, le espera una dulce eternidad.

 


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