Editorial

El gigante asiático se mete de lleno en la globalización


En la década del sesenta y principios de los setenta, los analistas argentinos y de otros países del mundo consideraban que China en pocos años iba a dominar el mundo, que su extensión y su disciplina estaban destinados a ser la nación más importante y peligrosa del planeta. No fue a los pocos años, como preveían los opinólogos de aquellos tiempos, pero pasadas varias décadas el destino de la China milenaria va acercándose a transformarse en uno de los países más importantes tanto de oriente como de occidente. 

La República Popular China, como la conocemos es el país más poblado del mundo, con más de 1.300 millones de habitantes, y la primera potencia económica mundial por PIB, en términos de paridad de poder adquisitivo. ?Pero para quienes estamos convencidos de que la democracia es un viaje de ida, debemos poner sobre la mesa que se trata de un estado unipartidista gobernado por el Partido Comunista y tiene la sede de su gobierno en la capital, Pekín. 

Precisamente esta semana el presidente chino, Xi Jinping, inauguró el XIX Congreso del Partido Comunista de China con un discurso en el que envió un mensaje triunfalista y aseguró que China “se erguirá entre todas las naciones del mundo” en 2050 si el régimen se mantiene y persiste en sus políticas. Xi subrayó en primer lugar los logros de sus cinco años en el poder, una época “con un entorno exterior caracterizado por una economía mundial sin fuerzas para recuperarse” en la que China sin embargo se consolidó como segunda potencia económica, aumentando su PBI desde los 8 hasta los 12 billones de dólares, lo que sacó de la pobreza a más de 60 millones de personas.

El asunto, que no es menor, es que el Gobierno chino viene, paulatinamente, abriendo su economía hacia un sistema que, al menos hacia afuera de sus fronteras, funcione en el mercado internacional. Es inimaginable el impacto que esta decisión comenzará a tener en un concierto mundial con economías algo gastadas. Al fin, la propuesta del comunismo chino de derivar al mercado la asignación de recursos, un giro liberal, no es una novedad. Lo interesante es su reiterada ratificación de parte del presidente chino, lo que implica que se viene una profundización de la integración del gigante asiático. Esa iniciativa está consignada en el llamado China 2030 Report, un documento elaborado en 2013 por el Banco Mundial y el premier Li Keqiang, un economista pragmático que, según se acaba de confirmar, mantendrá su sillón y sus ideas en el segundo mandato quinquenal del presidente.

En ese documento ambicioso se dibuja un proceso de liberalización y privatizaciones de las poderosas empresas estatales y del sistema bancario y financiero. La idea es lograr una economía funcional e impulsar la alternativa del desarrollo del consumo interno, un asunto que el comunismo más acérrimo no ve con buenos ojos. También ese objetivo aparece como punto clave en el extenso discurso de Xi Jinping. Esas contradicciones entre comunistas clásicos y los neocomunistas, tienen su reflejo en la oleada de purgas que ha venido experimentando el poder chino desde que Xi asumió el control a comienzos de 2013. Cayeron figuras centrales del poder del PC chino, además de una gran purga con acusaciones de corrupción que envolvió a más de un millón de funcionarios que cayeron por ese motivo (y quizá también por oponerse a los cambios).

Xi también recordó en su discurso la historia del PC chino, que se acerca a su centenario (fue fundado en 1921) y rememoró que “combatió 28 años bañado en sangre” para lograr “la transformación más amplia y profunda desde que comenzó la historia de la nación china”. Y entre numerosos objetivos habló claramente de continuar la apertura económica, entre ellos el de “hacer que el mercado juegue un papel decisivo en la distribución de los recursos” y participar en el proceso de globalización económica. Anunció además que China ya está a punto de lograr la “sociedad moderadamente próspera” que fue el gran objetivo del anterior secretario general y presidente, Hu Jintao.

Prometió una China abierta a la economía mundial, ya que “el enclaustramiento conduce al atraso”, y afirmó que el país debe mantener su régimen, “una dictadura democrática popular”, ya que no consideró recomendable “trasplantar mecánicamente las modalidades de los sistemas políticos extranjeros”. En definitiva van a mantener el régimen comunista y distribucionista fronteras adentro y serán feroces competidores de mercado puertas afuera. 

Va a ser un cambio radical para la globalización un poco agonizante de estos tiempos la irrupción más profunda del gigante asiático, un país con el que es muy difícil competir porque su mano de obra es ilimitada, barata y con los años se ha vuelto de buena calidad. Pero además, porque China como Estado ha venido haciendo inversiones en América Latina y otros países, sobre la base de una moneda fuerte y fondos que generan la envidia de cualquier país occidental. 

Quizá en pocos años veamos que se va cumpliendo aquella premonición de los opinólogos de los años sesenta que imaginaban una China como país central en el mundo.

El tiempo dirá.


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