Editorial

El terrorismo va por nuestras libertades y valores


Mientras se van conociendo más detalles del atentado terrorista en Manhattan que dejó ocho muertos y una decena de heridos, entre ellos ciudadanos argentinos, más se clarifica que se trata de un modus operandi ya conocido y utilizado en Europa en los últimos años por el terrorismo islámico: una camioneta alquilada por pocos dólares por un ciudadano con varios años de residencia legal que provoca en pocos minutos, con escasa preparación un desastre que aniquila vidas aleatoriamente con el único fin de plantar un mensaje de “estamos en todos lados y ya nadie puede estar tranquilo”.

Para el terrorismo no importan las víctimas, no hay un blanco certero; no atacan a nadie en particular, ni siquiera a una nación en particular. Tampoco el número de muertes que resulten. El efecto buscado se logra con uno o con 100, en cualquier punto del globo. Por eso todos somos potenciales víctimas.

En este caso el atentado nos toca muy de cerca, porque entre los muertos están estos cinco rosarinos que estaban en plan turístico paseando en bicicleta por la Gran Manzana, celebrando sus 30 años de egresados de la escuela media. Ellos y sus compañeros sobrevivientes pagaron con su vida el odio terrorista y el ataque sistemático a nuestro estilo de vida occidental, nuestros valores y creencias. 

El inmigrante uzbeko autor del atentado ha sido arrestado herido pero vivo, lo cual no es común en este tipo de ataques donde va implícito el suicidio en caso de no morir en el intento o el abatimiento por las fuerzas de seguridad. En el interrogatorio, el terrorista afirmó que planificó el ataque durante semanas y reconoció la autoría de una nota en árabe en el lugar con menciones al grupo Estado Islámico (EI).

Sayfullo Saipov ha seguido casi exactamente al pie de la letra las instrucciones que EI puso en sus cuentas de redes sociales sobre cómo llevar adelante un ataque como el que se realizó.  Y en este sentido habrá que repensar el control de las redes sociales en materia de terrorismo, porque evidentemente no estaría funcionando filtro alguno como para que se pueda reclutar asesinos por las redes. También por este motivo, cualquier vecino, conocido, amigo, puede convertirse en un terrorista. Este es el otro miedo que nos han infundido, el de tener enemigos en casa. Recordemos que cuando ocurrió lo de las Torres Gemelas, las autoridades de Estados Unidos hicieron un minucioso estudio de cómo habían ingresado al país los kamikazes y se reprocharon el no haberlos detectado; acto seguido, agudizaron los controles en fronteras y en el otorgamiento de visas. Pero todo esto ya quedó obsoleto, porque EI e Isis están a un click de tener células y lobos solitarios en todos los países del mundo. Jóvenes que se identifican con el mensaje, frágiles en su discernimiento, marginados por el sistema, débiles mentales, son presa fácil y adoctrinable vía Internet, además de una mano de obra barata para este macabro negocio. 

Como sucedió en otros atentados en Europa, Saipov, de 29 años, era inmigrante desde 2010, nunca mostró signos de tener cercanías con el terrorismo y quienes lo conocían dicen sentirse sorprendidos de este nuevo despertar islamista violento, cuando todos creían que estaba feliz en Estados Unidos o así lo demostraba. En consecuencia, jamás había estado en el radar del FBI como posible durmiente terrorista. Más aun, el atacante se había instalado legalmente en los Estados Unidos, un estatus que no es fácil de obtener, era un camionero que fundó un par de empresas de transporte en Ohio y trabajaba como chofer de Uber.

La problemática planteada con el terrorismo de trinchera tal como se presenta actualmente es altamente difícil de combatir porque los durmientes o lobos solitarios hacen una profesión de fe, a veces incluso unilateral, con el Estado Islámico y salen a sembrar el terror en su nombre. Otros toman contacto por las redes sociales, se ofrecen o son cooptados y terminan alquilando un vehículo para hacer un desastre en cualquier momento. De modo que la falta de “aura” por llamarlo de alguna manera, es decir, de síntomas de estar trabajando como unicélula terrorista, hace la labor de los servicios de inteligencia de todos los países muy complicada.

El haber encontrado el modo de sembrar el terror con tan bajo costo y sin necesidad de tener materiales específicos que eventualmente puedan dejar rastro, como explosivos o armas, es otra dificultad no menor. Porque cualquiera con un documento de identidad y carnet de conducir puede alquilar una camioneta, un utilitario y hasta un auto de menor porte como para atropellar a ciudadanos desprevenidos. Esto que sucedió en Manhattan, en Barcelona, y en tantos otros países antes, ya se ha convertido en el esquema favorito de aquellos a los que se les despierta la violencia terrorista. 

Que en este caso les haya tocado a cinco argentinos el ataque no es nada extraño, sí doloroso para nosotros porque a ningún país le gusta que ataquen a sus ciudadanos, pero en esta aldea global donde vivimos, donde se viaja permanentemente, y todos nos comunicamos vía redes sociales, no hay modo de evitar que, eventualmente, un ataque terrorista nos incluya.

Y duele, decimos no solo porque estos argentinos perdieron lo más valioso que tenían, la vida, sino porque en definitiva lo que intenta el terrorismo islámico es llegar al corazón de nuestros valores y nuestras libertades, obligándonos a vivir vigilados por el Estado a través de las redes sociales y de otros modos utilizados para espiar a los ciudadanos, cerrando fronteras para evitar que ingresen extranjeros, pretenden obligarnos a padecer miedo, sin poder disfrutar de un estilo de vida que occidente eligió para desarrollarse y que es parte de su esencia. 

Como objetivo es quizá muy amplio el del terrorismo islámico, sembrar terror para modificar de raíz nuestras sociedades, porque no cuentan con  algo que es muy importante: al terror que intentan implantar los países opondrán su voluntad y su fuerza si hace falta, para defender la autodeterminación de vivir con nuestras libertades como lo hemos elegido. 

 

No es un camino fácil y seguramente costará todavía más sangre derramada para acorralar definitivamente a los islamistas violentos, pero lo que estamos defendiendo no es una nación sea Estados Unidos u otro país de Europa o la misma América Latina, lo que vamos a luchar por conservar es nuestro estilo de vida, nuestro derecho a elegir la religión que profesamos, los lugares que visitamos, las carreras que estudiamos y los valores que nos dieron y nos dan identidad a todo occidente, con nuestras diferencias particulares, pero con la libertad en el medio de nuestra preferencia.


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