Editorial

Francisco, dos años de coherencia evangélica


veces soy un poco desprejuiciado y se me va la lengua, pero no importa”, dijo el Papa Francisco durante una larga entrevista con la corresponsal de Televisa en Roma, Valentina Alazraki, a quien recibió en la residencia de Santa Marta, bajo un cuadro imponente de la Virgen de Guadalupe.

La entrevista se realizó el mismo día en que se cumplían dos años de su Pontificado, y en esa nota el Papa reveló que se ha sentido usado por la política de nuestro país, al referirse expresamente a los “políticos argentinos que pedían audiencia”. Todos saben que luego esas fotos se publican en todos los medios y recorren todas las redes sociales, entendiendo nuestra dirigencia que por ósmosis pueden ganar algo de la adhesión y la credibilidad que despierta el Santo Padre. Muchos sueñan con la ventaja que eso significa. Al Papa no se le pasa por alto, no es neófito en la materia y entiende el propósito. Es un hombre excepcional de fe pero conoce la calle, sus códigos, la pobreza, los empresarios y la política. Por eso pone todos los temas en la mira desde una perspectiva tan interesante.

Francisco criticó la utilización de su figura por parte de sectores políticos, y declaró: “Los argentinos, cuando vieron un Papa argentino, se olvidaron de todos los que estaban a favor o en contra del Papa argentino”. Y es verdad, hubo un cambio repentino en el kirchnerismo que pasó de una pésima relación con Bergoglio a una fría reacción ante su nominación papal para terminar con enormes gestos de acercamiento.  

Con sano criterio, por esta “viveza criolla” de nuestra dirigencia es que oportunamente anunció que durante 2015 no recibirá más a políticos argentinos para no interferir en la campaña presidencial. Pero en esta nota,  amplió su percepción y llama a la otra parte a tener similar gesto. Lo pidió en referencia al aluvión de dirigentes políticos que no cesan de difundir la foto de su encuentro con el Papa por las redes sociales y hasta en afiches de campaña. 

Parece ayer cuando los argentinos nos mirábamos unos a otros, entre emocionados e incrédulos ante el anuncio de que nuestro arzobispo era el nuevo Papa. Las imágenes de archivo de aquella jornada -que se repitieron en las últimas horas- muestran a un Bergoglio temeroso, dubitativo, escueto en su discurso en una lengua que no le era habitual. No faltó quien dudara, ante esa postura, de su capacidad para semejante responsabilidad. Verlo hoy marca un tremendo contraste. No sólo se lo ve seguro y a la altura de las circunstancias, sino que su rostro denota felicidad, hasta podría decirse que un mejor semblante que el que lucía en Buenos Aires. 

Cabe recordar que antes de la elección, los cardenales habían acordado que fuese cual fuese el elegido, este debía impulsar una reforma profunda a la Curia romana. 

Y no erraron con el ungido: tan sólo un mes después de ser electo, Francisco creó un consejo para la reforma institucional y ha promovido un recambio con el nombramiento, en estos dos años, de 39 cardenales.

Una de las tareas en las que más se ha comprometido el Pontífice para garantizar la transparencia financiera del Vaticano es la reforma económica de los distintos estamentos de la Curia. Ha creado además el Consejo y la Secretaría de Economía. Estos nuevos organismos contribuirán a una adecuada rendición de cuentas.

Esa tarea ha sido tan valorada como criticada, según quién lo analice dentro del clero. Sin dudas, es significativa y era necesaria. Pero lo que más destacado en estos dos años ha sido lo que sucedió puertas afuera del Vaticano, entre la gente. Todo el mundo se vio cautivado por sus gestos y frases, reconciliando al hombre con la institución.

No ha dejado tema por tratar, sin esquivar los más complejos y los que involucran directamente a la Iglesia, como los abusos por parte de sacerdotes. Más recientemente, Francisco pidió las oraciones de todos los católicos por el atentado contra los periodistas de la revista Charlie Hebdo en París, sin importarle que en ella se hubiesen publicado imágenes ofensivas contra Benedicto XVI, él mismo y la Iglesia.

Dicen quienes frecuentan la Santa Sede que en el Vaticano sonríen ahora hasta los guardias suizos. Siguen haciendo su trabajo con perfeccionismo helvético, y no bajan la guardia frente a las amenazas, pero miran a los ojos a la gente. Es parte del aire de alegría y de sencillez que se ha contagiado poco a poco por el ejemplo de Francisco.

Del mismo modo, hay también personas que rechinan los dientes: son los intrigantes y los “carreristas”. Es que han perdido el control. Y, aunque lo intentan, no consiguen sabotear un pontificado que avanza a toda vela incluso en los días de tormenta.

Después del “electroshock” que significó la primera renuncia de un Papa, Benedicto XVI, la “terapia” de Francisco está dando buen resultado. Estos dos años han rejuvenecido a la Iglesia, que gana optimismo, ligereza y sencillez. Siguiendo el ejemplo del Papa, muchos obispos se han bajado del pedestal para descubrir, sorprendidos, que la gente los escucha más cuando hablan de igual a igual. Y los que continúan actuando como “obispos príncipes” están cada vez más solos y sin referencia.

El estilo del nuevo Papa, tan distinto de Benedicto XVI, desconcertó al principio a los católicos de gustos tradicionales. Pero en pocos meses casi todos pasaron del desconcierto a la simpatía y ahora, al cabo de dos años, pueden ver las líneas de continuidad con propuestas de Benedicto XVI que el bondadoso pontífice alemán no conseguía llevar a la práctica.

Es un Papa con sana dosis de inconsciencia, una buena conjunción de energía y temeridad  (no utiliza coches blindados, se mezcla con la gente, toma mate de quien se lo ofrezca) que ha pasado por encima de los burócratas vaticanos que ponían el freno a los cambios. Sencillamente los desconcertó.

Siempre en tono coloquial y un lenguaje popular, consigue que su mensaje llegue a todos los rincones del planeta. La gente entiende sus imágenes, llenas de sentido común, sin necesidad de intermediarios.

En síntesis, es un intelectual de gran calado y con un talento instintivo para la diplomacia humana, pero procura que no se note. Porque sabe que eso lo aleja del pueblo. Por eso, cuando salen a la luz resultados espectaculares como el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, en el que mucho tuvo que ver, intenta disimular.

Francisco no apunta a cambiar la Iglesia sino que quiere cambiar a las personas que la integran. Y lo mismo pretende del mundo: cambiar el modo de ser y de actuar de los católicos hacia un estilo más cercano al Jesús de los Evangelios. Cambiar el modo de pensar de los musulmanes, a cuyos líderes religiosos dijo el 28 de noviembre en Ankara que deben condenar el extremismo y la violencia en las propias filas. Cambiar el modo de actuar de los ciudadanos de los países ricos para que no derrochen los recursos del planeta. Evitar que la economía real vaya a remolque de la especulación financiera. Contener en lo posible las guerras y el terrorismo.

Y lo hace desde el corazón, lo pide con el alma y lo reclama desde el ejemplo. Por eso obtiene resultados. Por ejemplo, ha criticado con dureza el capitalismo descontrolado y el intervencionismo militar de Estados Unidos. Aun así, el presidente Obama lo invitó a visitar el país en septiembre de este año.

En la última entrevista reveló su plan: su pontificado “va a ser breve, cuatro o cinco años”, y aseguró que Benedicto XVI “no es una excepción sino una institución”, dejando la puerta abierta para que la figura del Papa emérito se generalice en el futuro. Es decir que cuando ya no se sienta con fuerzas para cumplir la misión pastoral que tanto se impone, podría dejar el pontificado activo.

Dos años son pocos para cambiar una institución de dos milenios pero en algún momento había que comenzar a transitar ese camino. Francisco dio los primeros pasos y ya piensa en pasar la posta. Cuando los cardenales se vuelvan a reunir en cónclave sabremos con su elección si la Iglesia realmente está dispuesta a seguir esos pasos o vuelve a fojas cero con el proceso iniciado, que no es otro que volver a las fuentes, al Evangelio.

En estos dos años, Francisco ha demostrado ser el Papa para estos tiempos y ha llamado la atención de muchos, dentro y fuera de la Iglesia, por su  sencillez, desprendimiento, atrevimiento y cercanía. A pesar de la amenaza terrorista, Francisco continúa acercándose a las personas como el primer día, moviéndose en su Ford Focus y su papamóvil descubierto y caminando entre los fieles cada vez que puede.

Tampoco han cambiado sus costumbres, come y cena con el resto de sacerdotes en el autoservicio de Santa Marta y ha eliminado algunos pequeños detalles del protocolo como ser ayudado para vestirse o tener que ser acompañado por la seguridad cada vez que se mueve en el Vaticano o toma el ascensor. 

 

Lo único que no parece haber cambiado en estos dos años es él: el jesuita argentino Jorge Bergoglio.


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