Editorial

Hedonismo mata utopías


El Ingreso Básico Universal fue la política social más ambiciosa que se ha propuesto en el mundo. Idealmente, supone pagar un salario que alcance a cubrir las necesidades básicas a todos los ciudadanos, sin importar su condición socioeconómica, y sin pedirles ninguna contraprestación. Se pensó como una clara respuesta a la pérdida sostenida de puestos de trabajo que se registra desde hace décadas en los países desarrollados por el avance de la robotización. Y la experiencia tenía como base la creencia de que el ser humano sin presiones, ni conflictos administrativos y sin tener que dar nada a cambio para vivir, se tornaría más creativo y productivo.

Con esta suerte de utopía que haría revivir al mismo Tomás Moro, que se aplicó desde enero de 2017, Finlandia se convirtió en el primero en avanzar en esa dirección, abarcando una muestra representativa de ciudadanos de todo el país. Tras muchos años de debate, el país nórdico decidió llevar a cabo un experimento social para comprobar los efectos que produciría la medida.

Es así como a fines del año pasado, 2.000 personas de entre 25 y 58 años fueron elegidas al azar para participar del programa. Como se buscaba generalizar debían recibir la suma gratuita, sin contraprestación y sin haberla solicitado, ocupados y desocupados, pero la mayor inquietud es ver cómo reaccionan estos últimos. Los participantes que no tenían trabajo dejaron de recibir el seguro de desempleo, que les exige buscar trabajo activamente para seguir cobrándolo, y pasaron a percibir un salario de 560 euros (656 dólares), equivalente al subsidio mínimo por desocupación. Durante dos años, nadie podía retirarles ese ingreso ni les exigía nada a cambio. Podían hacer lo que deseen. En caso de que consigan trabajo, no solo no dejaban de cobrarlo, sino que se les sumaría al sueldo. Cumplido el período de prueba, se estudiaría a fondo qué pasó con esas 2.000 personas, comparando sus experiencias con las de una muestra aleatoria de desempleados que no recibieron el beneficio. Uno de los ejes era evaluar qué proporción de cada grupo consiguió trabajo o inició algún emprendimiento.

Los sindicatos se opusieron desde el primer momento porque afirmaron que si la renta básica no va asociada con un resurgir del activismo social, corre el riesgo de convertirse en un mecanismo adormecedor que reduce el número de huelgas y favorece una flexibilización aun mayor del mercado de trabajo. Y lo llamaron “la uberización de la fuerza de trabajo”, comparándola con el sistema libre de taxis Uber. Según su visión, habría mano de obra barata, porque el Estado ya les pagaba un salario, y serían aprovechados por los empresarios.

Finalmente, el proyecto de Utopía, como se llamaba el país ideal de Tomás Moro, donde oro, plata y dinero carecen de estimación y se emplean en fabricar orinales y otros utensilios más bien groseros y donde nadie está ocioso porque trabajan unas horas en el oficio de su agrado y el resto lo dedican a sus aficiones, se canceló antes de llegar s su fin. El gobierno de Finlandia ha decidido suspender el programa al año porque en la primera etapa los resultados no eran los esperados, no hubo más buscadores de empleo sino menos y pese a que ya no pasan por el estrés burocrático del papeleo para cobrar el beneficio por desempleo no les generó, esta fresca libertad, un incentivo para ser más activos o creativos, sino para dedicarse al ocio de tiempo completo. El experimento que nació teóricamente para alentar el empleo, terminó desalentándolo absolutamente. La utopía estaba en marcha pero el hedonismo metió la cola. Es inherente a la condición humana: el hombre y la mujer buscan el placer personal, por el placer mismo, como primera instancia.

Una de las paradojas de este proceso es que el partido que llevó adelante la iniciativa no es la socialdemocracia ni ninguna otra fuerza de izquierda, sino el Partido del Centro, del primer ministro Juha Sipilä, de tendencia liberal. Por eso el plan tiene un sesgo orientado a que los participantes usen el dinero como incentivo para trabajar, no para dejar de hacerlo. Otro dato es que el país en cuestión es Finlandia, el más estable económicamente de Europa, donde en términos generales no se viven las zozobras que en otras naciones.

El fracaso tiene otras aristas porque la experiencia se había pensado además como un instrumento promotor de la equidad, la inclusión, la dignidad y, claro está, como herramienta para reactivar las economías. Ciertamente en economías deprimidas o estancadas, el incorporar a compradores de bienes y servicios a través de un ingreso, propicia una demanda agregada que generaría, al menos en teoría, un círculo virtuoso que a su vez reactivaría la producción y daría lugar a más empleos y al crecimiento.

Pero la teoría, cuando media la intervención del hombre con su hedonismo y su corrupción como características intrínsecas del ser, muere en los papeles. Además, aun si la experiencia hubiese dado buen resultado, ¿cómo aplicarla en países que tienen muchos más millones de habitantes que Finlandia? Porque el país nórdico cuenta con una población de 5. 5 millones de habitantes y un producto nacional bruto de 240 billones de dólares. En los índices de desarrollo humano tiene un nivel muy alto. Finlandia también es reconocido por ser el país con uno de los mejores niveles educativos en el planeta. De modo que allí cuenta con los recursos para hacer este tipo de experiencias, a diferencia de la mayoría de los países del mundo que no podrían encararlo a escalas interesantes. Si allí no funcionó, indubitablemente tampoco funcionaria en otros puntos del globo. Quizás lo más cercano, pero en el marco de un régimen dictatorial, sea Cuba, que a su vez cumple con una característica fundamental: es una isla. Con sus fronteras cerradas y con riesgo de vida al franquearlas, no podemos decir que el estado de bienestar utópico ha funcionado con los Castro; para poderlo corroborar, los cubanos tendrían que haber podido elegir entre vivir de ese modo o dejar el país. Esto dicho con prescindencia de la vara con que se mida la calidad de vida del cubano, porque hay quienes sostienen que Cuba es el paraíso y no por sus playas. De todos modos, mientras todos los que allí viven estén obligados a quedarse, no puede medirse si el sistema funciona.

Lo que llevó a que el proyecto en Finlandia se termine antes de tiempo es que no se pudo demostrar que las personas que reciben los beneficios libres de exigencias se sientan motivadas a buscar un empleo. Dado que en Finlandia existe un sistema de bie-nestar social financiado a través de la recaudación tributaria, para quienes trabajan, la tasa tributaria deduce de sus ingresos un monto considerable. Por ello, muchas personas prefieren no trabajar y recurrir directamente al sistema de seguridad social, dado que, si trabajaran, los descuentos a su salario, los dejarían con un ingreso neto cercano al monto que recibirían por concepto del seguro de desempleo. Y al fin el remedio resultó peor que la enfermedad, porque así es de complejo el ser humano.

Ahora Finlandia volverá al sistema de seguro de desempleo tradicional, con las exigencias correspondientes a buscar trabajo mientras se lo cobra, papeleo y controles, dando por cerrada una utopía que podría haber sido revolucionaria en materia de incentivo de empleo y que terminó en rotundo fracaso. Ergo, un estímulo económico del Estado, llámese subsidio, plan o como sea, sin requerimientos de contraprestación, en nada contribuye a estimular a una mayor productividad. Si sucedió en Finlandia, con inobjetable mayor grado de educación, calificación y calidad de vida que la media mundial, ¿qué esperar en Argentina? Cuando es necesario para la subsistencia, bienvenidas sean las ayudas del Estado; pero esperar que de un subsidio, sin más, salga un trabajador, es por lo menos utópico.

Así es el Hombre, hedonista; el placer personal antes que cualquier alternativa que redunde en beneficio para la sociedad.

Solo para marcar una diferencia: a nadie en Finlandia se le ocurrió organizar piquetes solicitando más planes, cortar calles, avenidas y rutas, en reclamos de más ayuda, generando el caos permanente. En todo caso hacen las experiencias, si no les sirven como en este caso vuelven al seguro de desempleo y no se encuentran con una tragedia cotidiana como sucede en la Argentina.


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