Editorial

La apuesta es lograr inversión al menos de mediano plazo


No somos un país sencillo en materia de economía, casi es ocioso plantearlo; errores de décadas, errores presentes, una ciudadanía que se acostumbró a cimbronazos y vaivenes, han generado una mentalidad que, la más de las veces, conspira contra las mejores intenciones de transformarnos en una nación normal.

En esta etapa, y pasada apenas la crisis cambiaria que recalentó los ánimos de todos, el ascenso que logró la Argentina a mercado emergente abre una oportunidad para desarrollar la plaza bursátil de Buenos Aires y atraer al país nuevos fondos que hasta ahora no podían invertir en empresas argentinas porque estábamos calificados como país de frontera, peligroso para invertir para decirlo en términos prácticos. Y esto hacía que quienes manejan fondos de inversión no se animaran a jugar el dinero de sus carteras de clientes en una nación sobre la que pesa esa advertencia, porque si las cosas no salían bien no tendrían excusa.

Y la verdad es que la mejora en la calificación del país le dio oxígeno nuevo al muy castigado, en estos tiempos, mercado de capitales local. Lo que llevó a que las acciones argentinas crecieran más del 18 por ciento en Wall Street. Pero no es suficiente, lejos de serlo. Es más, quedarnos en esta etapa es también peligroso. Lo que necesitamos, con carácter de urgente, son las otras inversiones, las genuinas y productivas, las que engrosan el PBI y, por ende, la recaudación de un Estado que necesita cumplir sus compromisos. Las que generan puestos de trabajo y, también en consecuencia, ayudan a achicar el déficit fiscal (ni hablar del bien social que promueve). Pero el empresariado Pyme e industrial argentino no está en condiciones, de momento, de cubrir esta necesidad con su caudal de inversión. Necesitamos que el mundo venga a la Argentina. Es el momento de salir al ruedo a promover la radicación de capitales, con la garantía de la seguridad jurídica que implica ser un país auditado por el FMI, lo que será útil en términos de confianza a mediano plazo, porque los inversores saben que el proceso local está siendo monitoreado por los funcionarios del organismo, para que se cumpla con metas que no hagan padecer al que trae su dinero al país. Si algo bueno tiene este acuerdo es que el Gobierno está compelido a hacer las cosas bien, ninguna medida estrambótica o populista (en su ascepción más negativa) puede tener cabida y eso es un aliento a la inversión extranjera.

Llegó el tiempo, además, de preocuparse seriamente por la variable que más dólares le hace perder al país; concretamente el saldo entre exportaciones e importaciones volvió a tener un fuerte salto en mayo, a la baja, llegando al nivel más alto en seis meses impulsado por la severa sequía que afectó al país. En el año, el rojo acumulado trepa a 4.691 millones de dólares. Esta problemática que la hemos planteado en diversas oportunidades, es una verdadera desgracia para un país que no fabrica dólares y que los termina consiguiendo de préstamos externos. Las cosechas por venir no son auspiciosas y nuevamente estamos dependiendo de ellas. Hay que empezar a poner los huevos en otras canastas y procurar que nuestra exportación sea de más valor. Caso contrario, vendiendo commodities e importando manufactura nunca podremos revertir la balanza; mucho menos cuando cada vez importamos más y nuestra “vedette”, la soja, va a atada a variables como el clima, el precio de pizarra y una logística sumamente costosa.

Es claro que existe en la Argentina una escasez de dólares para financiar el déficit en cuenta corriente sin nuevas emisiones de deuda en dólares, como decimos, por lo que los flujos de capital alternativos son importantes en este plano.

Y acá aparecen como elementos de este difícil momento que atravesamos, el impacto de una fuerte sequía sobre el campo (eso es lisa y llanamente menos ingreso de divisas), un dólar más alto y la desaceleración económica, que todo indica que se profundizará tras el cimbronazo cambiario. La temida recesión ya golpeó la puerta de la Argentina y entró.

En esta encerrona en la que estamos, la lluvia de inversiones que el Gobierno esperaba en el segundo semestre del primer año de mandato de Mauricio Macri y no vino ni una garúa, se hace ahora imperiosa. Necesitamos de la inversión externa para poder transitar esta etapa de cambios porque hace falta crecimiento, producción y empleo, lo que evidentemente no logramos generar con capital solo local que, dicho sea de paso, tampoco es fácil de seducir ni está en condiciones.

Ahora que se abre la oportunidad para que la cantidad de fondos globales que operan en el mercado internacional suba exponencialmente, algo que además estará apuntalado por la ley de mercado de capitales. Al fin, el Gobierno intenta el camino para la llegada de capitales y, como decimos, lo necesitamos desesperadamente.

El primer impacto de la reclasificación ya se vio en las acciones argentinas que subieron, como decimos al comienzo, pero llegó el momento de que se vuelquen fondos frescos a los papeles argentinos. Operadores esperan además un efecto contagio en el mercado local que, como decimos, es tan esquivo a veces como la inversión extranjera. Lo que podría potenciarse con un desarrollo cierto de la plaza argentina. A eso se suma además que el riesgo de invertir en la Argentina bajó por la reclasificación, algo que debería llevar a que haya más proyectos de inversión viables.

En realidad nos han subido la calificación a mercado emergente, por las continuas mejoras en el acceso al mercado, como la simplificación de los registros para inversores extranjeros, la liberalización del mercado de capitales y algunas reformas introducidas por bolsas y mercados argentinos, como la creación de un banco liquidador.

Sin embargo, la Argentina debe estar atenta a la calidad de la inversión que recibe, para no confundir volumen con seriedad, que es lo que ha venido sucediendo, donde todas las divisas que venían eran para jugar a la bicicleta financiera y luego retirarse de pronto dejando una crisis financiera fenomenal. Concretamente tenemos que ofrecer a nuestro país buscando inversión aunque sea de mediano plazo, que nos dé impulso de crecimiento. La inercia de Cabrera en la cartera de Producción no lo hizo posible; Sica debe imponérselo como primera medida. Esa es la apuesta.


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