Editorial

La cultura del dólar barato


Mientras funcionarios, economistas y empresarios discuten si hay o no retraso cambiario, la clase media argentina sigue viviendo a pleno la cultura del dólar barato: vacaciones en el exterior, tours de compras y una variada cartelera de artistas internacionales en nuestras tierras, como en los mejores años de la convertibilidad.

Cuando Carlos Menem recibió a los Rolling Stones en febrero de 1995 lo hizo con un ojo puesto en las encuestas electorales. En mayo se jugaba la reelección presidencial. Sabía que los músicos británicos eran muy populares y que habían llenado varios estadios de River. Pero esa fotografía fue también la cristalización de un fenómeno igual de trascendente para la estrategia política del riojano: otra demostración práctica de la riqueza cosmopolita que podía disfrutar la clase media argentina gracias a la convertibilidad, ese régimen que llevó el atraso cambiario a su máxima expresión. En esa época los artistas internacionales visitaban el país tentados por la generosa billetera en dólares de los argentinos, que además viajaban por el mundo haciendo compras.

La sociedad vivía una extraña bipolaridad: sentirse más rico en el exterior que en su propio país. El atraso cambiario signaría la mayor parte de las dos décadas siguientes, con un paréntesis que se inició tras la crisis de diciembre de 2001 que derivó en el fin de la convertibilidad y duró hasta 2007. Ese fue un período de dólar caro y salarios bajos, un contexto que hacía muy difícil comprometer dólares a los artistas del exterior ya que los bolsillos argentinos no estaban en condiciones de pagar una entrada que justificara el riesgo de esa inversión en la industria del espectáculo.

Pero la situación volvió a cambiar. Por factores estructurales y coyunturales, la percepción del dólar barato volvió a ganar consenso en buena parte de la sociedad en un fenómeno que todavía se mantiene, pese a sucesivas medidas como recargos para compra de divisas y gastos en el exterior, cepo cambiario y la devaluación de diciembre de 2015.

La cultura del dólar barato signó la mayor parte de los últimos 20 años como lo reflejaron los hábitos de consumo de la clase media, con excursiones de turismo por el mundo, tours de compras a los Estados Unidos -y más recientemente a Chile- o haciendo reventar las boleterías de shows internacionales en Buenos Aires.

Los gobiernos de turno no pudieron -o no quisieron- corregir las distorsiones de precios relativos, sobre todo el impacto distorsivo de la inflación. Entre otras cosas, porque el dólar barato siguió siendo un instrumento que favoreció las políticas de estímulo al consumo, una estrategia que suele rendir buenos frutos electorales, pese a su contracara de caída del empleo y la actividad.

Así llegamos a un punto en que el atraso cambiario ya supera el 20 por ciento. Si bien la devaluación de diciembre de 2015 fue del orden del 40 por ciento, poniendo al tipo de cambio en un valor de equilibrio para la salubridad de los actores del mercado interno pero actualmente más de la mitad de su efecto se perdió por la suba de los precios relativos.

Sucede que el atraso cambiario es popular porque permite revalorizar el poder adquisitivo del peso en términos de dólares. Así vemos actualmente cómo los argentinos van masivamente a aprovisionarse a Chile o a Miami. Los gobiernos apelan al atraso cambiario porque les permite conquistar el voto de la clase media que ve incrementado su poder de consumo en dólares. Pero la contracara de este proceso es la industria nacional, que no puede competir con los productos importados y se producen cierres y despidos, como ya quedó demostrado.

La compra de dólares para viajes al exterior se disparó 63 por ciento en enero pasado, en comparación con mismo mes del año 2016, primer mes calendario completo tras la eliminación del cepo cambiario en diciembre de 2015. La explosión en compras de divisas durante la temporada estival llega en un momento en el que el retroceso del precio del dólar en lo que va del año vuelve a encender el debate por la apreciación del peso. 

El Banco Central publicó que las operaciones pactadas en el Mercado Unico y Libre de Cambios (Mulc) resultaron en un déficit de 2.622 millones de dólares en el primer mes del año, lo que interrumpió tres meses consecutivos de superávit y generó el número negativo más importante desde la salida del cepo. Dos factores explicaron el resultado negativo en el Mulc: la demanda por billetes y las compras de turistas que eligieron veranear fuera del país. 

Así, la “fuga de divisas” (formación de activos externos) sumó 1.945 millones de dólares en enero frente a los 1.574 millones de un año antes, un aumento del 23,5 por ciento. Playas brasileñas, balnearios uruguayos y tiendas chilenas también cumplieron su rol. El crecimiento fue aun mayor en la compra de divisas por parte de turistas, que pasó de 803 millones de dólares a 1.309 millones entre enero de 2016 y el mes pasado. De todos modos hay que tener en cuenta que este año la fuga turista se concentró en enero, a diferencia del año pasado cuando ante la inminencia del fin del cepo los veraneantes adelantaron sus compras durante los últimos meses de 2015.

Según el área de Desarrollo Económico del Cippec, “ahora estamos en niveles parecidos a mayo de 2015, lo que significa que todo el impacto de la devaluación de diciembre con la salida del cepo fue absorbido”. Si bien afirman que “la serie histórica muestra que estamos mejor que en los años 90”, coinciden con otros análisis respecto de que en 2016 se perdieron 20 puntos de competitividad por el atraso cambiario. 

El período reciente de mayor competitividad para nuestro país se registró entre 2002 y 2007 y fue porque en ese lapso hubo marcado crecimiento de las exportaciones. Además se vivió una etapa de turismo receptivo, con la llegada de muchos extranjeros para los cuales la Argentina era un destino muy barato.

Justamente, lo que se vive en estos meses está muy lejos de lo que ocurría en aquellos años posteriores al fin de la convertibilidad, pese a la actualidad recesiva. Las noticias vienen registrando casi a diario colas de 10 kilómetros en los pasos fronterizos para cruzar a Chile. Son argentinos decididos a aprovechar la ventaja cambiaria para comprar -al otro lado de la Cordillera- electrónicos, electrodomésticos, ropa y otros productos a precios que son alrededor de 50 por ciento más bajos que los de Argentina.

El Indec publicó hace pocos días los datos de su encuesta sobre turismo internacional actualizados a noviembre de 2016 y los números puros indican que en 11 meses la cantidad de extranjeros que ingresó al país se redujo 2,5 por ciento contra igual período de 2015. En cambio, aumentaron los argentinos que salieron del país: de 2,6 millones entre enero y noviembre de 2015 pasaron a 3,1 millones en idéntico lapso de 2016, con un incremento interanual del 16,5 por ciento.

La estabilidad del tipo de cambio oficial en un contexto de alta inflación erosionó buena parte de la ganancia de competitividad conseguida tras la apertura del cepo. En el mediano plazo, la desaceleración de la inflación ayudaría a morigerar la tendencia a la apreciación del tipo de cambio real. De todas formas, si el sector público (Nación y provincias) sigue financiando su déficit con deuda externa, la tendencia al atraso cambiario persistirá.

Según la ubicación del tipo de cambio, surgen ganadores y perdedores. Y la balanza siempre se inclina políticamente por favorecer al sector donde se encuentra la masa crítica de votantes, es decir la clase media. En general, los productores de transables (comerciables internacionalmente) se ven perjudicados por el dólar planchado. En cambio, en los sectores de no transables (servicios), sigue pesando el contexto local recesivo. Pero no es solo la cotización del dólar lo que incide en la competitividad de nuestra producción: la presión tributaria es el principal elemento que le resta competitividad a la economía. La carga fiscal oscila entre 40 y 60 por ciento de los productos finales. Por eso, bajo el esquema actual, los sectores transables que no son muy competitivos -la industria y las economías regionales- se verán perjudicados por cierto atraso cambiario coyuntural, ya que la carga impositiva es ya estructural y de difícil variación, ya que sostiene el sistema público (subsidios, asistencias, leyes de protección laboral). Ganar productividad por vía reducción de la presión tributaria, mayor y mejor acceso al crédito y una baja del costo de transporte o logístico, aunque positiva, requiere de un horizonte de lejano plazo para que dé frutos.

El atraso cambiario en cambio sí favorece expectativas transitorias de recuperación de actividad vía consumo, lo que seguramente caracterizará a 2017. 


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