Editorial

La mentira de querer que todo cambie pero sin que cambie nada


Lo que debía ser una reunión para unificar fuerzas en la CGT y expresar un rechazo común a la acusación de “mafias” que hizo Mauricio Macri y al intento oficial de auditar los procesos eleccionarios, casi termina a los golpes. El escándalo de gritos y recriminaciones casi genera la ruptura de la central obrera, atravesada por los intereses cruzados.

El paro general del 6 de abril nació, además del reclamo genuino por las paritarias a la baja, de la fallida marcha del 7 de marzo en la que la izquierda les copó el acto. Fueron los propios errores del trípode cegetista lo que los expuso, con sus coqueteos e idas y venidas, a que los sacaran del palco a botellazos y trompadas.  Los conflictos se agudizaron precisamente por la falta de unanimidad para convocar al paro general y el alineamiento con la Casa Rosada que exhiben algunos sindicatos de peso.

Sin embargo, lo que más preocupa a algunos gremios, diríamos que a la mayoría, es la pretensión del Gobierno de que haya más transparencia en los procesos electorales de los gremios. A todos les preocupa el alcance de las recomendaciones hechas por el Ministerio de Trabajo al respecto. Lo que muchos no saben, pero en el ambiente laboral es moneda corriente, es que los estatutos gremiales son la carta de triunfo más importante de los oficialismos sindicales, para mantenerse 30 años en los mismos sillones. Tanto es así que cuando el diputado sindicalista Facundo Moyano quebró la omertá más sagrada del gremialismo y propuso que haya recambio en los sindicatos, el ataque de los jerarcas cegetistas fue contundente en su negativa y la situación no pasó a mayores porque es el hijo del poderoso Hugo Moyano. Al fin, en los sindicatos –como en otras instituciones- se da esta situación contradictoria de exigir cambios de realidad sin que nada cambie para ellos. 

Precisamente cuando se habla de cambios en la Argentina, atendiendo a esa mayoría que votó a “Cambiemos”, si hay un sector social que resiste a cualquier modificación es el sindicalismo. Es harto evidente que son estructuras viciadas, poco democráticas y cada vez más lejos de la representación y más cerca de la lucha por el poder mismo. Los trabajadores de cada gremio saben que muchas veces se hacen acuerdos por conveniencia de los dirigentes y no en beneficio del colectivo que dice defender, que muchos de los secretarios viven muy por encima de sus posibilidades sin dar explicaciones y que, al fin, se han enquistado por décadas en las jefaturas de sus gremios, a fuerza de oprimir con los más variados mecanismos cualquier intento de renovación. Sin embargo, la mansedumbre, el temor o el desinterés que exhiben las bases son funcionales a estos intereses espurios. Los trabajadores representados poco exigen porque poca voz tienen, por eso a más de uno le ha de interesar que el Gobierno plantee a la CGT una revisión de sus estatutos, lo que por razones que desconocemos pero suponemos, es resistido de manera unánime por los jefes.

No es el único sector que se resiste a los cambios, porque en realidad se predica mucho la necesidad de ellos pero más de uno está más acostumbrado a la Argentina desordenada y de baja institucionalidad que a asumir las responsabilidades de un país serio. Lo vemos en algunas empresas incluso de porte, que quieren vivir en un país normal pero aprovechan cualquier resquicio de nuestra eterna falta de controles para evadir lo que se pueda y si algún funcionario se muestra permeable a un cohecho (coima) en vez de denunciarlo, lo asumen con naturalidad. Y como un problema tiene raíz en otros, la Justicia es uno de los nichos que se resiste completamente al cambio, quiere seguir siendo funcional a cada Gobierno para conseguir ventajas personales en cada etapa. De este modo para denunciar una coima, a eso íbamos, al respecto. Para salir bien librado de una denuncia de estas características el empresario debe tener en cuenta la posición del funcionario que la pidió, sus relaciones judiciales y su poder personal. Al fin, nadie denuncia.

Tampoco es sencillo aplicar cambios en la administración pública, por el contrario, las diversas capas geológicas de empleados que ingresaron por el menemismo, la alianza y el kirchnerismo, resisten con toda la fuerza a que haya cualquier modificación en un estilo de trabajo que tienen desde hace décadas, sólo con algunos matices. Cuando se habla de eficiencia inmediatamente agitan fantasmas respecto a que, en lugar de que los mejores sean premiados, todos serán perseguidos bajo esa excusa. En realidad el Gobierno macrista en este sentido tendrá que ser más claro en este aspecto a fin de que al menos los buenos agentes de la administración se sumen a la propuesta.

Resisten los docentes, más allá de la problemática de los salarios que es comprensible, cualquier cambio en el estatuto que los rije, sobre todo para eliminar los bolsones de ausentismo abusivo que tiene la estructura en las provincias. Se ha llegado a plantear en territorio bonaerense que si se baja el ausentismo, esos fondos engrosarían los salarios de quienes no faltan. La respuesta fue el rechazo. No quieren que cambie nada.

Y resisten los hombres y mujeres de la cultura los cambios en el Incaa. En principio hay un pecado de origen respecto de que para sacar un funcionario que no estaba rindiendo frutos esperables para el proyecto de cambio del Gobierno, se pretendió ensuciarlo sospechándolo de corrupción. La colonia artística, desde los más macristas hasta los kirchneristas, salieron en defensa del funcionario, del que se debió aclarar que era honesto. Este error de pretender oscurecer la cuestión trajo cola porque los artistas pensaron que el Gobierno pretendía eliminar el apoyo al cine argentino. Una vez aclarada la cuestión, el Gobierno termina diciendo la verdad, lo que debió hacer desde el comienzo: pretenden que se acaben los eternos “curros” en el Instituto. Porque a la par de un gran movimiento cinematográfico real y de calidad que tenemos, hay subsidios que se otorgan por amiguismo y hasta por trabajos audiovisuales que no se concluyen nunca. Y la realidad es que hay unos cuantos que viven del Incaa, que sin necesitarlos ni merecerlos se hacen de sus subsidios y que obviamente se resisten a cambiar un sistema que les ha sido muy cómodo y lo han usufructuado por años.

 

Cuando hablamos de cambio, la sola palabra no explica quizá la profundidad de lo que se pretende y muchos que dicen apostar al cambio cuando le toca transparentar sus nichos se resisten de modo vigoroso. Y es así como vemos que cada espacio institucional que se pretende modificar es, por lo menos, un problema cuando no un dolor de cabeza para el Gobierno. Porque a veces las sociedades deben ponerse de acuerdo al respecto, si queremos que en la Argentina haya un cambio muchas cuestiones se tocarán y debemos plantearnos si estamos dispuestos de verdad o solo es declamación. De eso se trata lo que estamos atravesando.


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