Editorial

La meta de inflación, expectativas y temores


Cuando recientemente el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, afirmó que se cumplirán este año las metas de inflación, entre el 12 y el 17 por ciento, se extendieron las críticas entre las consultoras y los economistas, así como entre el hombre de a pie que está medianamente informado. Porque la realidad es que, tal como van las cosas, los incrementos de precios en los primeros meses del año dan una proyección de entre el 22 y el 25 por ciento, no menos. No olvidemos que, en abril por ejemplo, la inflación interanual marcó un 27,5 por ciento. Sin embargo el funcionario considera que aun es posible cumplir con el objetivo, y planteó que mayo cerrará con 25 (interanual), julio con 21 y así se llegará a diciembre entre 14 y 17 por ciento. Esta declaración ya contiene una trampa, porque Sturzenegger no dice que este año cerrará con esa cifra, sino que en diciembre se llegará a ese porcentual, que no es exactamente lo mismo.

Sin ningún cambio violento en los indicadores a la vista, la pregunta que nos azuza es, ¿qué teoría baraja el funcionario para ser tan taxativo? ¿Cómo pretende lograr revertir la tendencia y bajar los precios si hasta ahora no han hecho más que subir?

No somos economistas pero a la hora de buscar una respuesta, creemos advertir por dónde viene la cosa, que no es otra que valerse de las reacciones propias del mercado, una receta ortodoxa y probada en la economía mundial para estos casos: profundizar la recesión. La lógica es que baje la demanda para que la oferta baje sus precios. 

Esta fue la apuesta inicial del Gobierno para combatir la inflación, pensaron que les iba a funcionar “de una”  pero el año pasado fracasaron, quizá porque en la Argentina los formadores de precios son altamente resistentes a bajar precios y también porque los ciudadanos veníamos con el envión de un consumo exacerbado, más allá de las reales posibilidades, sustentado con los planes de financiación. También la disvalía que supone la inflación para la preservación del billete llevó a que muchos lo gastaran en bienes, siempre en cuotas, con la intención de “ganarle” un poco a este fenómeno tan nocivo. 

Por eso el Banco Central, que es donde el Gobierno ha puesto la responsabilidad de contener la inflación, va a agudizar su política monetaria haciéndola más contractiva (“secar la plaza”, decimos en un lenguaje más llano). Con menos dinero circulante y bolsillos más flacos, se espera que el consumo se retraiga más aún, a fin de contrarrestar lo suficiente con la política expansiva del kirchnerismo que elevó el consumo a un límite que no se podía sostener, ya que al fin era todo sobre la base de la inflación, porque el dinero circulaba haciendo funcionar la maquinita de fabricar billetes, mientras el déficit fiscal escalaba. 

Con menos ventas, los oferentes tendrán que necesariamente rever sus números y conseguir compradores. Es claro que hay precios claramente inflados en la Argentina, donde los alimentos cuadriplican su valor a los de países europeos y Estados Unidos. Lo sabemos también cuando los productores manifiestan lo que les pagan por su mercadería y lo comparamos con su precio en las góndolas. La ya famosa “cadena de comercialización” se queda con gran parte de la torta y es ahí donde está apuntando la estrategia del Gobierno, a que estos componentes sinceren sus costos y reubiquen sus márgenes de ganancias. Con poca plata en la calle, los precios tendrán que bajar por algún lado, es la teoría.

Y más allá de lo traumático que es vivir de esta manera, si lo tomamos como un remedio para una enfermedad, podremos llegar a ver algún beneficio a este trance. Como cualquier terapia, puede resultar dolorosa, pero si sirve para desenmascarar a avivados y abusadores, bienvenido sea.

Esta estrategia del gobierno se hace más plausible en las ofertas que realizan los supermercados, principales formadores de precio. ¿Cómo se explica que un paquete de arroz costaba ayer 24 pesos, pero para este fin de semana, en el mismo supermercado, nos ofrecen dos paquetes por el mismo valor? ¿Entonces el arroz vale 12 pesos el paquete o 24? Es claro que en un momento nos han cobrado un costo abusivo, como salta a la vista. No cabe la posibilidad de que sea a la inversa, y que decidan de un día para otro hacer caridad.

Lo que pretende el Gobierno es que la retracción en las ventas -que ya es importante- llegue a un punto que obligue a los formadores de precios a bajar los costos actuales. Es una apuesta importante en un país que históricamente tiene más memoria inflacionaria que recuerdos de haber bajado precios pero en esa expectativa se para el Gobierno.

Sturzenegger también defendió la mantención de las altas tasas de interés, como otra forma de ubicar en los bancos el dinero excedente circulante, una medida que en el propio Gobierno se discute aunque en voz baja, porque saben que el riesgo que se corre es que, como sucedió el año pasado, hubo efectivamente más retracción pero al mismo tiempo funcionó como freno a la economía, sobre todo en un momento en que el crecimiento es claramente endeble.

Una de las preocupaciones del Banco Central para el cumplimiento de la meta inflacionaria son los tarifazos porque saben que el aumento de las tarifas erosiona la baja del índice de precios que se venía registrando en la segunda mitad de 2016 y que hizo recrudecer el incremento de precios.

Precisamente, los economistas sostienen que el aumento de hasta 148 por ciento (en Caba corresponde, por el piso de dónde venían) en la electricidad virtualmente sepulta el plan de Sturzenegger de alcanzar sus metas de inflación en este 2017. En este caso la frazada corta genera estos efectos, mientras un sector del Gobierno trata de bajar precios, otro debe sincerar costos de los servicios y los resultados, al fin, no terminan siendo los esperados.

Las consultoras que el propio Gobierno contrata afirman que la meta que se impuso Sturzenegger luce inalcanzable, si los tarifazos no se atenúan. En Pergamino ya barajan un cuadro tarifario con aumentos autorizados en torno al 50 por ciento y es lógico esperar que los pequeños comerciantes locales los trasladen a los precios, pero por este motivo de una demanda alicaída también es posible que no lo hagan en su totalidad y absorban una parte a costa de su ganancia, para no espantar a los compradores. A esto precisamente es a lo que apunta el Gobierno: a que se terminen los abusos, como el caso de las cadenas de comercialización, y a que se comparta el esfuerzo a ambos lados del mostrador en el caso de los pequeños negocios. De esta forma, a precios más bajos, menor inflación.   

El panorama es complejo, sobre todo porque la meta que todos deseamos que baje tiene que ver más que nada con los alimentos, que es lo que más mordió la inflación el año pasado y este. Y esperamos que la presión recesiva, la baja en las ventas cada vez más pronunciada, haga retroceder a los formadores de precios, aún en un contexto de incremento de tarifas.

 

No es fácil y no está exento de sacrificios para la mayoría de los argentinos, la recesión cuando se agudiza en términos de productos alimentarios es, necesariamente, un camino angustiante. Pero la inflación descontrolada también lo es, de modo que no podemos menos que esperar que la crisis que actualmente atravesamos nos lleve a una baja de precios y una mayor estabilidad en nuestra economía.


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