Las aulas vacías en una Venezuela desgarrada

Ninguna crisis es solo económica, o solo política, o solo sanitaria en una nación. En general, cuando un país se degrada, todo el universo social padece los rigores y las consecuencias de la caída. Muchas veces hasta trastocar las mismas cimientes de un colectivo que empieza a perder hasta la identidad misma.

Precisamente en Venezuela, donde la crisis muerde con mucha fuerza, aparte del drama cotidiano por la falta de alimentos y la escasez de medicamentos, miles de niños y jóvenes han abandonado este año las aulas de escuelas y universidades en el país caribeño por múltiples razones relacionadas con el calamitoso estado de situación social. El  sector educativo está en alerta por esta cuestión, mientras no encuentran ninguna salida a corto plazo.

Se cree, porque el régimen oculta las cifras pero igual se filtran, que podrían haber abandonado la escuela unos 560.000 alumnos este año, por diversas razones desde el encarecimiento y la escasez de alimentos, así como del transporte público. Sencillamente, muchas familias no pueden pagar el boleto escolar de sus hijos; es eso o, escasamente, comer.

También la violencia que vive el país conspira porque en forma permanente se reporta que en los entornos escolares, como en muchas calles del país, hay enfrentamientos entre bandas o balaceras, y conflictos; como no hay seguridad de la zona hay padres que en ocasiones no envían a sus hijos a los establecimientos educativos. Al fin, prefieren cuidar la vida de sus hijos ante tanta locura que se vive.

En todo el país, el año escolar comenzó con 251.180 alumnos de inicial, primaria y secundaria menos, de acuerdo con la cifra ofrecida por el ministro de Educación, Elías Jaua, que ubicó en 7.195.335 la cantidad de inscriptos, y que contrasta con los 7.446.515 reportados en enero por su antecesor, Rodolfo Pérez.

La Federación Venezolana de Maestros ha dicho que desconoce el paradero de ese cuarto de millón de alumnos y ha manifestado su preocupación por este tema, al tiempo que ha denunciado el deterioro de más del 90 por ciento de los planteles educativos frente a la inacción del gobierno de Nicolás Maduro en este sentido. Es decir, por las mismas razones que los alumnos, los docentes de todos los niveles no se presentan en sus puestos de trabajo, sin que las autoridades arbitren medida alguna para garantizar la educación de los chicos. Por otra parte, cuando finalmente las tome se va a encontrar con que muchos de esos maestros ya no están debido a que han emigrado en buscar de seguridad y supervivencia; por caso, los profesores universitarios están cobrando 10 dólares al mes, lo que equivale a comprar cinco kilos de carne. Con ese panorama, es lógico que todos, pero más quienes tienen una formación en la que han invertido tiempo y dinero, busquen por todos los medios dejar el país.

A todas luces, la carrera académica ha perdido su atractivo en la misma medida en que los docentes han visto mermar su poder adquisitivo, lo que ha provocado decenas de renuncias de profesores, solicitudes de permisos no remunerados, los concursos para nuevas vacantes han quedado desiertos y hay una oleada de jubilaciones.

La verdad es que con un 366,1 por ciento de inflación, ¿cómo mantener a alumnos y profesores en las aulas? Se hace imposible la tarea en medio de la crisis económica, a la que se suma un escenario de violencia.

Lo cierto es que por hambre, falta de libertad, escasez de medicamentos o, simplemente, buscando mejores oportunidades para estudiar o trabajar, cada vez más venezolanos huyen de su país y eligen como destino la Argentina.

La llegada de venezolanos creció 140 por ciento en 2017: entró uno cada 20 minutos. Más de 27.000 se mudaron a la Argentina el año pasado, seis veces lo registrado en 2015. Para este año prevén otro récord; la mayoría son jóvenes que estaban estudiando u otros que se han recibido. Porque, precisamente, quienes tienen formación son los que más se de-sesperan por salir del infierno, mientras que los sectores de menores recursos se sienten atrapados y no atinan en muchos casos a emigrar. No saben cómo hacerlo.

Y mientras tanto, Nicolás Maduro se pavoneaba en la Cumbre de las Américas, diciendo: “Les daré una lección a los peleles del imperialismo. Mauricio Macri, el brasileño Michel Temer y el colombiano Juan Manuel Santos saldrán derrotados. Somos antiimperialistas y nadie nos va a chantajear”.

Además de calidad de vida y la vida misma de las personas que hoy se ve depreciada por la falta de medicamentos y adecuada alimentación,  en Venezuela lo que se está perdiendo es una generación o dos de ciudadanos niños y jóvenes que, sin poder estudiar, ya tienen limitadas sus posibilidades de un futuro mejor.

Porque aun cuando en un tiempo cercano Venezuela lograra salir de la dictadura chavista -lo que está por verse de todos modos-, aunque una vuelta de timón del propio Maduro revirtiera el amargo presente, esas generaciones que no están pudiendo concurrir a la escuela ya no podrán recuperarse.

La tragedia del país caribeño va tomando a cada paso una dimensión cada vez más dolorosa, viven rodeados de violencia, vigilados por una dictadura que encarcela sin tregua, con escasez de alimentos, con faltante de medicamentos y todo ese sufrimiento además se extenderá a las nuevas generaciones porque ni herramientas de educación tendrán para pelear por su futuro, con una escuela y una universidad que se van despoblando de alumnos y profesores.

Nuestra tesis inicial, de que ninguna crisis es solo económica, o solo política, porque una vez que se desata la tragedia todo el universo social se degrada al ritmo del conflicto, se confirma en Venezuela, donde se está muriendo gente hoy y donde se están matando los posibilidades de los adultos del mañana.   

No podemos más que abrazar a la distancia a los hermanos venezolanos que atraviesan por un momento tan profundamente desgraciado, del que todavía no sabremos cuándo saldrán, pero sí que el daño causado en temas como la educación puede ser irreparable para varias generaciones.