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Ya estamos a las puertas de las elecciones primarias, también llamadas Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (Paso). Cuando fueron creadas en 2009, tras la aprobación de la Ley Electoral Nº 26.571 por Cristina Kirchner y su ministro Florencio Randazzo, la mayoría de los argentinos sentimos que estábamos dando un salto cualitativo respecto del modo de definir candidaturas. Así lo reflejaban las encuestas de la época y el espíritu de quienes propiciaron su implementación.
Lo visualizábamos como una mejora porque se definirían qué partidos quedaban habilitados a presentarse a las elecciones nacionales, que según la ley son aquellos que obtengan al menos el 1,5 por ciento de los votos válidamente emitidos en el distrito de que se trate. Y sobre todo, sería la gente la que definiría la lista de candidatos que representaría a cada partido político, de ahí lo de interna abierta. El mismo día los que pretendían postularse, lo harían con libertad y se terminarían las candidaturas armadas a dedo entre cuatro paredes.
La versión idílica de las Paso duró lo que se tarda en aplicar una norma, ya que en todos los espacios políticos comenzaron a resistir las ventajas de este tipo de elecciones utilizando subterfugios, como armar juntas electorales que desechaban las listas alternativas a los oficialismos partidarios. Comenzando por el kirchnerismo, impulsor de la modalidad, y luego copiado por el resto de los partidos.
Y así llegamos a esta Paso 2017, en que todos los sectores políticos han tomado una decisión de cara a la sociedad: nadie admite competir en internas, las listas únicas a riguroso “dedo” arrecian. Comenzando con Cristina Kirchner que borró con el codo lo que escribió con la mano, armó un frente propio para no competir con Florencio Randazzo que osó ir a las Paso, incluso cuando perdió en el camino el valioso sello del PJ. La cuestión es no competir y armar listas “a gusto y piaccere”, donde ya no caben los que cosechan más aceptación entre la gente sino quienes tienen que ser ubicados en la nómina por cuestiones partidarias. En este marco, de escuchar propuestas para discernir a quien queremos candidato, ni hablar; “dedocracia” sin tapujos, como antes, como siempre.
Cambiemos anunció que todos irán con listas únicas, no habrá puja y la lapicera para colocar candidatos la tienen Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y con el aporte del veto de Elisa Carrió. Con este esquema negocian con la UCR las postulaciones; en el distrito porteño decidieron no armar Cambiemos siquiera, de modo que el PRO maneja las listas a gusto.
En el Frente Renovador de Sergio Massa también anunciaron que no habrá Paso, se irá con listas únicas en todas las categorías. Los acuerdos con el GEN de Margarita Stolbizer o el arreglo con Libres del Sur son sobre esa base. Así se desconocen las particularidades de cada distrito, como puede ser el caso de Pergamino, donde este sector presenta divisorias muy claras que deberían deglutirse sin más, a menos que se permita algún enfrentamiento de baja intensidad, lo que por otro lado haría que los postulantes nacionales y provinciales reciban votos de dos listas. Pero la torta mayor, como se la llama a las bancas de legisladores, están acordándose como siempre, a “dedo” mágico.
Entonces, ¿por qué las Paso? Porque la ley la establece como obligatorias, de modo que el Estado argentino, en plena crisis económica y atravesando un duro ajuste, va a tener que gastar unos dos mil millones de pesos (un presupuesto del sufrido Pami), para una elección primaria que, en los efectos prácticos, no tiene destino ni objetivo a la vista.
Si no hemos madurado lo suficientemente en el plano político como para otorgarle el valor real que tiene una norma que mejora la democracia y a los efectos concretos se la anula mediante jugarretas y subterfugios, las Paso terminan siendo un vergonzoso gasto solo para cumplir una formalidad, para mentirnos haciéndonos creer que somos un país que ha evolucionado en la democracia, cuando en realidad es todo lo contrario.
Si nuestra dirigencia no está a la altura del espíritu de una elección primaria, lo mejor, más lógico y sincero, sería volver a donde estábamos, cuando las internas no eran obligatorias y se hacían en el seno de los partidos políticos -si así lo decidían- y cada sector se hacía cargo de los costos sin expoliar al Estado. Al fin, es un gasto que se equipara al de una elección general, pero duplicado. Y la verdad es que así no tiene el más mínimo sentido, hacer una elección obligatoria para ir a poner en la urna una boleta única de cada partido. No se justifica ni el gasto ni las molestias que implica.
Por otra parte, el único dato que obtendremos de esta Paso es saber cuántos votos obtienen los mismos sectores que dos meses después irán a las urnas para los comicios legislativos de medio término. Visto así nos salía más barato hacer una encuesta de postulantes, pero no una elección obligatoria porque otra de las manías de nuestra política es que no alcanza con que sean obligatorias las elecciones generales sino que tenemos también internas como carga ciudadana. Un absurdo que termina en grandes gastos y poca repercusión, porque desafiamos al lector a que analice cuántos vecinos concurren a las Paso en estas circunstancias, por más obligatorias que sean, ¿para elegir qué?, si todos presentan listas únicas.
Un despropósito lo que está sucediendo, pero uno bien caro por lo que sabemos. Lo ideal sería que nuestros políticos hubiesen obrado de acuerdo con el espíritu de unas elecciones primarias abiertas pero visto y considerando que imperan el desapego por la ley y el interés partidario por sobre cualquier cualidad de los postulantes, a esta altura lo único que nos queda esperar de nuestros legisladores y funcionarios es un poco de pragmatismo, para que se pongan de acuerdo, suspendan la aplicación de la ley que obliga a las Paso hasta que los partidos políticos estén dispuestos a asumir las internas. O, dicho de otra manera, hasta que se saquen las caretas de democráticos y empiecen a actuar como tales.
