Editorial

Los accidentes de tránsito, ese mal que tanto cuesta reducir


Prácticamente todos los días hay al menos una noticia sobre un accidente de tránsito con personas fallecidas o seriamente lesionadas. No se trata de hechos aislados, sino de nuevos capítulos de una saga que, aunque no se sabe ni cuándo ni dónde, va a tener continuidad en la medida que el tránsito vehicular en Argentina continúe padeciendo el descontrol, que se potencia en esta época donde muchas familias salen a las rutas en busca de sus destinos vacacionales.

Nuestro país ostenta uno de los índices más altos de mortalidad por accidentes de tránsito. Según la asociación civil “Luchemos por la vida”, en promedio, 21 personas mueren por día; hay 7.500 víctimas fatales por año y unos 150 mil heridos de distinto grado y miles de discapacitados. Las pérdidas económicas del tráfico caótico y los consecuentes accidentes de tránsito superan los 10.000 millones de dólares anuales.

Pero no se trata de números, sino de vidas humanas. De hombres, mujeres, jóvenes y niños cuyas vidas se truncan por causa de un accidente de tránsito.

Es como si un avión de pasajeros cayera todas las semanas muriendo unas 145 personas cada vez. Y si así ocurriera, seguramente, no estaríamos tan tranquilos. Las autoridades tomarían drásticas y urgentísimas medidas de seguridad.

No sucede lo mismo con los accidentes de tránsito. Tal vez, porque las muertes se producen de a una, de a dos, o de a tres. Los muertos en accidentes de tránsito no nos “llegan” tanto. Se los considera lejanos, creyendo que son cosas que les ocurren “a otros”. Difícilmente se cree que cualquiera puede sufrir uno en el momento menos pensado. “Nadie al subir a un automóvil experimenta el miedo que muchas veces se siente al despegar dentro de un avión”, reflexiona Luchemos por la Vida.

Sin embargo, los accidentes de tránsito en la Argentina, son la primera causa de muerte en menores de 35 años, y la tercera sobre la totalidad de los argentinos.
Las cifras de muertos son elevadísimas, comparadas con las de otros países, llegando a tener 8 ó 10 veces más víctimas fatales que en la mayoría de las naciones desarrolladas, con relación al número de vehículos circulantes. ¿Tendrán que ver los controles para que esto sea así?

En esto de los accidentes de tránsito, Pergamino no constituye una excepción dentro de la normalidad del promedio nacional, ya que se trata de una situación extendida a lo largo y ancho de todo el país, la cual alcanza cada vez mayor volumen, aún con todas las campañas y medidas de prevención que se adoptan.

De acuerdo con las estadísticas de orden nacional, sigue en aumento el número de víctimas fatales y de heridos como consecuencia de los accidentes de tránsito.

Son números que asustan, una enormidad que podría ser drásticamente reducida con el solo aporte de un mayor nivel de prudencia por parte de los conductores de vehículos, sobre la base de dos conceptos clave: respeto por las normas de tránsito y uso de velocidades moderadas, acordes a las que permiten nuestras carreteras.

Es que según lo reflejan todos los estudios sobre el tema de la accidentología, en el 96 por ciento de los casos, la responsabilidad del siniestro es por el factor humano. Es decir, por los conductores que cometen actos de imprudencia que suelen concluir en un accidente, con las consecuencias conocidas.

En Pergamino los accidentes con consecuencias dolorosas también nos golpean de manera frecuente al existir una alta exposición a los siniestros, tal vez sin que todos adviertan lo peligroso que se ha convertido transitar por nuestras calles, y ni pensar cuando se trata de salir a las rutas, donde un error o una maniobra imprudente suele terminar de la peor manera. 

Por eso es tan importante, diríamos de vital importancia, el avance de la obra de la autopista, pues con esa estructura se reducirá a una mínima expresión el riesgo de accidentes para quienes deban viajar hacia y desde Buenos Aires. 

En este punto siempre va a servir de ejemplo lo que le sucedió a la familia Pomar que, más allá de todas las connotaciones que tuvo el caso, se trató de un siniestro vial en una ruta cuyas condiciones de tránsito eran deficientes.

Desde luego que al problema hay que atacarlo desde su génesis, en este caso la concientización de los conductores, pero al mismo tiempo es menester adecuar las carreteras para salvar vidas y hacer más ágil la transitabilidad. 

También, y fundamentalmente, son necesarios mayores controles. En las rutas argentinas –salvo algunas contadas excepciones- literalmente cada cual hace lo que quiere, circula a la velocidad que le place y todo ello porque no hay ningún control carretero. Basta con hacer un viaje hacia cualquier destino y se podrá advertir que prácticamente no existen los puestos policiales, pudiendo recorrerse cientos de kilómetros sin que alguna autoridad le solicite, al menos, la licencia para conducir. Esto hace que las carreteras se conviertan en tierra de nadie, en una selva donde siempre va a predominar el más osado.

Ninguna solución a un problema grave llega de la noche a la mañana, ni tampoco depende de un solo factor. Varias cuestiones deben confluir para obtener resultados y en el caso del tránsito se tiene que empezar aplicando todo el rigor posible a quienes cometan excesos, y para detectar a este tipo de conductores no es necesario esperar que lastimen o maten a un tercero.


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