Editorial

Lula, poder, corrupción y el espejo de la Argentina


El expresidente Lula da Silva, favorito para las próximas presidenciales brasileras, deberá hacer efectiva una condena a 12 años por corrupción y lavado de dinero, ratificada por dos cámaras judiciales. Finalmente este miércoles, con todo Brasil y la región pendiente del resultado, el Supremo Tribunal no dio lugar al pedido de habeas corpus que había hecho el exmandatario para su eximición de prisión. La Justicia decidió que vaya preso.

Pero nada es sencillo en un país que, como el nuestro, exhibe una grieta importante: una parte de Brasil quiere la prisión de Lula y otra de igual porte afirma que el expresidente es inocente y que según la Constitución sin condena firme, como es el caso, debe seguir libre.

Y mientras la grieta se va haciendo abismo, en el gigante carioca aparecieron voces militares. El jefe del Ejército se sumó al bando de los que reclamaban que Lula fuera preso, porque de lo contrario “iban a actuar”, lo que implica una involución política peligrosa en la región.

Pero el telón de fondo de esta cuestión y que es más amplia que Brasil, es qué vamos a hacer en Latinoamérica cuando enfrentamos casos de corrupción y cómo se castiga, evitando la tentación de generar un vapuleo judicial, donde al fin lo que termina estando en segundo plano es lo más importante: si estamos frente a un delito o no. Porque en los casos que rodean al poder, aparece el fantasma de una persecución política. Acá estamos frente a una disyuntiva de hierro: si la democracia empieza a combatir la corrupción hasta sacársela de encima o lo hace tibiamente mirando a quién sí o quién no o no se la saca, o en qué momento. La diferencia entre las opciones no es menor.

En el caso que nos ocupa, Lula es Odebrecht, más allá de que fue un presidente brasilero querido por amplios sectores. Pero una cosa y la otra evidentemente pueden coexistir. Porque mientras ayudaba a surgir a millones de cariocas de la pobreza, apoyó y le hizo de paraguas a una empresa que se fagocitó a la política. Con Odebrecht, Lula exportó coimas y negocios por gran parte de América Latina. Y además está condenado por recibir dádivas de otra empresa constructora brasilera.

Hay un expresidente de Perú detenido, otro a punto de ser extraditado y un tercero, Pedro Pablo Kuczynski, que acaba de caer. Un exvicepresidente de Ecuador está preso y la tormenta sigue por Panamá y Nicaragua. En la Argentina, se procesó a Julio De Vido, pero somos el país de América Latina donde aún se ocultan los desmanes de Odebrecht.

Es decir que, a todas luces, el delito existió; no obstante hay gran parte de la sociedad que en cada país involucrado soslaya este hecho e inscribe las condenas como persecusiones políticas. Es entendible que así sea porque en todos los casos se nota que hay un criterio de oportunidad a la hora de expedirse la Justicia. En Brasil, cayó con todo su peso sobre el candidato preferido de la oposición para las próximas presidenciales; en Argentina, hay mucha cautela sobre la situación de Cristina porque hay una presunción (y posiblemente así sea) que al Gobierno no le conviene que la expresidenta esté presa, en términos electorales. El timing de la política y la Justicia es real, pero también lo son los casos que se ventilan en la Justicia. Es decir, delito hubo, y eso no debe soslayarse.

Además, lo que sucede en la Argentina es inverso a lo que pasa en Brasil, porque mirando el espejo del país vecino donde no solo Lula sino toda la oposición quedó manchada irremediablemente por haber participado de las fiestas de las coimas, aquí la corrupción también incluye a la mayoría de los sectores políticos. Por eso se lucha contra la corrupción, pero hasta ahí.

Porque parte de la corrupción investigada en Brasil es nuestra corrupción también. El escándalo Odebrecht empezó a sonar  aquí hace dos años, pero es el país donde menos avanzó cualquier causa nacida de este escándalo. Para ponerlo en un ejemplo: si Lula va preso y Cristina está muy lejos de eso, es porque en la Argentina se dan condiciones políticas por las cuales al Gobierno no le conviene que encarcelen a la expresidenta. Y así estamos, hacemos que combatimos la corrupción pero no vamos hasta el hueso porque queremos que la pelea sea selectiva y se castigue a unos sí y otros no. Y la verdad es que así no hay ni combate ni Justicia. De modo tal que todo termina sospechado.

Además en Brasil la delación premiada (una figura que aquí no está legislada claramente para la corrupción) hizo estragos en toda la clase política y en la Argentina, precisamente, toda la clase política se opone a atravesar ese río Jordán, que los puede depositar manchados en la otra orilla.

Odebrecht declaró que entre 2007 y 2014 pagó sobornos por 35 millones de dólares en la Argentina. El exministro Julio De Vido aparece en la jugada pero muchas empresas de quienes hoy son altos funcionarios fueron socios de la brasilera en el país. Mucho dinero se pagó con la importación de caños que Odebrecht había comprado por la mitad de precio a Techint y que terminaron de cobrar el año pasado. También, con los sobreprecios en la planta compresora de Pichanal, Salta: costaron entre dos y tres veces más. Hay una comisión investigadora de todo esto pero está parada.

Pero como hablamos de Justicia y de su relación con el poder, siendo Lula el favorito para las elecciones brasileras a presidente, el problema de su prisión por corrupción, genera indudablemente repercusiones innegables. Porque también tenemos experiencia en Latinoamérica de que nunca una prohibición política tiene buenas consecuencias. No la tuvo con Perón y el peronismo en la Argentina, al contrario fue un factor de inestabilidad, violencia e injusticia; y fortaleció al movimiento que se pretendió destruir.

Y hacemos la comparación con lo sucedido en la Argentina porque en Brasil el grado de fragmentación política y la ausencia de liderazgos, más allá del de Lula, crea una situación que puede derivar en extendidos conflictos. Pero tampoco se puede soslayar que el contexto de esta situación es la corrupción, que es sistémica y alcanza a casi todos los protagonistas políticos brasileños.

Todo dependerá de la madurez de las sociedades, si estamos dispuestos a tener una Justicia que trabaje para todos por igual, sin importar el poder ni los momentos políticos; o vamos a anteponer la ideología a la Justicia y veremos como corrupto al que no piensa como nosotros y como perseguido político al dirigente al que adherimos. No es una opción sencilla porque la política tiene mucho de pasión, como el fútbol, y cuando el ciudadano se pone una camiseta adquiere al mismo tiempo las respectivas anteojeras.


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