Editorial

Murió Antonio Cafiero, un verdadero “peronista de Perón”


El doctor Antonio Cafiero, que falleció el lunes a la edad de 92 años, fue una figura emblemática del peronismo, no sólo por su militancia desde la hora inaugural del justicialismo sino por haber sido uno de los discípulos más fieles del general Juan Domingo Perón, quien lo distinguiera nombrándolo consejero financiero de la embajada argentina en Estados Unidos -entre 1948 y 1952-, y más adelante ocupando diversos cargos partidarios y públicos, hasta llegar a ser ministro de Economía de la Nación -entre agosto de 1974 y mayo de 1975-, con posterioridad fue gobernador de la provincia de Buenos Aires (1987-1991), embajador en la Santa Sede y en Chile y senador nacional (2002-2005), compitió en la interna justicialista de 1988 como precandidato a presidente de la Nación, frente a Carlos Menem que resultó electo.

Con Cafiero se va un referente histórico del movimiento gestado por Perón que, si bien supo aggiornarse a los tiempos de la recuperación de la democracia desde un peronismo atomizado tras la muerte de su conductor, jamás declinó a sus principios. Al respecto, siempre sostuvo que “un político debe permanecer fiel a sus convicciones”. 

Decía Antonio Cafiero que “el peronismo es una idea que encarna las necesidades del pueblo, para transformarlas en realidades tangibles a través de la lucha por la justicia social”. En este sentido, con pasión y convicción, siempre levantó en alto y con dignidad, las banderas fundacionales de la idea justicialista y la esencia de su doctrina humanista, cristiana, social y progresista en pos de la felicidad del pueblo y la unión de los argentinos. 

De intelecto brillante, soñador de un mañana mejor, con el país en el corazón y la humildad de los grandes que no confronta sino que ilustra y persuade. Así fue Antonio Cafiero. Un político de raza, un militante de todas las horas, un dirigente que llegó a ser como un padre putativo de los justicialistas, porque supo enseñar y transmitir a las nuevas generaciones -más allá de cualquier interés personal-, su sabiduría de hombre fogueado en la lucha y en la acción por una causa a la que dedicó su vida, con transparencia de pensamiento y de conducta política ejemplar, generando afecto en quienes lo trataron y lo recordarán como uno de los iconos indiscutidos del justicialismo a través de su historia.

Antonio Cafiero era una de las últimas figuras reconocidas del primer peronismo que quedaban con vida. 

Representaba la unión del peronismo y la búsqueda de consensos entre el conjunto de las fuerzas políticas del país y, en los últimos años, también con las de la región, a través de su rol como presidente de la Conferencia Permanente de los Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (Copppal), que ejercía desde 2005.

“Peronista de Pérón”, adhirió al Partido Justicialista desde su temprana juventud y dedicó su vida al movimiento. Frecuentó el poder y la oposición, y transitó todos los peronismos posibles.

Su carrera política no conoció altibajos. Comenzó a militar con sólo 22 años, sin embargo recién se afilió oficialmente en 1962. Muy pronto se convirtió en un referente, y con el tiempo, en uno de los grandes pensadores y estadistas del Partido.

Estuvo preso durante las dictaduras que derrocaron al segundo gobierno de Perón en 1955 y al de Isabel Martínez en 1976. Dos años en total, en distintos períodos y en 11 cárceles diferentes. “La vida del político no es distendida. Los de ahora no se parecen a los de mi época, y lo pasan mejor”, comentó en diálogo con La Nación en vísperas de su cumpleaños número 90.

El gran sostén de su carrera fue su familia, según declaró en una de las tantas entrevistas que brindó. Padre de 10 hijos, abuelo de 40 nietos y bisabuelo de siete bisnietos, “todos peronistas”, supo afirmar con orgullo de su nutrida descendencia, para luego sentenciar: “El que no sale peronista, que se busque otra familia”. Estuvo casado con Ana Goitía hasta que enviduó en 1994 y, si bien siempre añoró la convivencia con la madre de sus hijos, no cesó en la búsqueda de una mujer con quien compartir la vida: “No puedo dejar de mirar a las mujeres”, confesó en varias ocasiones.

Fanático de Boca Juniors, se mostró dispuesto a discutir con cualquiera que el general Perón no era hincha de Racing sino que ocultaba su amor por el “xeneize”. Conocido como “un señor de San Isidro con gustos populares”, frecuentaba asados improvisados con políticos y sindicalistas en tinglados y era amante del tango y el boxeo.

Católico y practicante confeso, asistía a misa siempre que le resultaba posible, fue embajador en el Vaticano, cargo que uno de sus hijos, Juan Pablo, ostenta desde 2008. Al respecto, Cafiero afirmó jocosamente: “Juan Pablo fue el único que pudo cag.. a Perón: el general fue el padrino de bautismo y cuando lo estaba llevando a la piedra bautismal, ‘Juampi’ largó una descarga”.

Jugó un rol muy importante en la democracia. “Yo tuve dos maestros en la vida, que me enseñaron todo lo que sé o mal sé. Uno se llamó Juan Domingo Perón, el otro Raúl Alfonsín”, dijo en 2009 cuando falleció el expresidente radical, a quien Cafiero le dio todo en la crisis de Semana Santa 1987. 

Con esa misma valentía había participado, desde 1983, de la renovación peronista. Logró democratizar al partido la primera vez en la historia que se sometió a una votación interna para definir candidatos.

Se mostraba entonces firme para la presidencia de la Nación, pero quedó a un costado tras la falta de apoyo del sindicalismo. Cafiero prefirió la fórmula Cafiero-De La Sota sin mediar con lo que los sindicalistas le pedían. Aseguró que su idea se centraba en defender al peronismo Renovador. El binomio Carlos Menem-Eduardo Duhalde recibió el soporte sindical y lo derrotó en las internas pero Cafiero dejó una marca en la democracia argentina porque encabezó la movida que el partido fundado por Perón necesitó para sobrevivir.

Hace unos meses, en una de sus últimas salidas, Cafiero visitó el Instituto Juan Domingo Perón, en la calle Austria. Apenas entró y vio la escultura de Perón sentado ante una mesa, obra de Fernando Pugliese, pronunció una frase tal vez premonitoria: “Por fin lo encuentro General, ¡qué ganas tenía de verlo!”


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