Editorial

Paciencia y tolerancia


G

ane Daniel Scioli o Mauricio Macri, los argentinos debemos estar preparados para el cambio. Porque el modelo económico, tal y como está, pide a gritos modificaciones que hagan viable en el tiempo la sustentabilidad económica del país. 

Podemos decir con satisfacción que el 10 de diciembre tendremos un traspaso de mando “normal”, tanto en términos de continuidad democrática como a nivel de clima social. Más allá de los chisporroteos militantes y alguna amenaza de movilización desestabilizante, nada hace pensar que se repetirán los luctuosos hechos de 2001 ni veremos un presidente salir en helicóptero.

Sin embargo, la transición en ningún caso será sencilla ni mucho menos imperceptible para la ciudadanía, que sin dudas sentirá en su cotidianeidad algún cimbronazo a raíz de la llegada de un nuevo modo de gestión. En la Provincia y el Municipio ya es un hecho el cambio de signo político. Y en la Nación, aunque ganara Scioli, el cambio también se haría notar porque venimos de 12 años de un mandato matrimonial, con una voz de mando muy semejante.

El país que recibirá el próximo presidente puede asemejarse a una casa en venta que está impecable. Entonces la compramos y a poco de vivir en ella comienzan a aparecer alguna mancha de humedad, una grieta, una pérdida en la cañería. Es decir, lo que aparenta ser bello en la superficie (dólar estable, compras en cuotas, inflación bajo control) oculta un andamiaje creado para sostener esa apariencia, que está reñido con las prácticas de una economía saludable.

Sabemos que tenemos problemas serios que deben ser atendidos rápidamente porque han sido postergados por largo tiempo. Y quien tome las riendas en este punto, se verá obligado a tomar medidas poco simpáticas, sea del signo político que sea. Por eso, si el 22 gana Scioli, los adherentes al macrismo derrotado –y los ultra K que no le tienen simpatía- deberán ser pacientes. Y si gana Macri, la sociedad toda y especialmente los acérrimos defensores del modelo deberán de igual modo ejercitar la paciencia. Todos deberemos hacerlo, para tolerar los “remedios” que se aplicarán para esta economía enferma. Sólo así, pasando el mal trago, podremos luego encauzar el crecimiento.

Pero que cualquiera de los dos deberá hacerlo, de eso no hay duda. La economía, en este sentido, no entiende de política.

La salida del cepo al dólar que nos ha traído más problemas que soluciones; la inflación; la caída de las reservas y, vinculado a ello, la falta de inversiones que promuevan el ingreso de divisas. El retraso tarifario y un cuadro de subsidios que paulatinamente debe ser diseccionado de manera exclusiva al usuario que los necesita, como tantas veces intentó este Gobierno pero no pudo hallar un mecanismo. Y, también conectado a ello, el abrumador déficit fiscal que recibirá el nuevo presidente, el mayor que registró la Argentina desde 1982, equivalente al 7 por ciento del PBI. 

Decimos, al fin, que hay que armarse de paciencia y darle a quien triunfe un tiempo para reacomodar todo aquello y entender que mucho de lo que hay que hacer no nos va a gustar o favorecer en lo personal pero siempre será mejor a que esta bomba de tiempo nos explote en las manos a los ciudadanos, más temprano que tarde, por seguir evitando el trago amargo. E insistimos: esto lo tendrá que hacer uno u otro, aunque no sean temas que se toquen en la campaña. Ya pasó con la convertibilidad: cualquier economista y puntualmente aquellos que fueron ministros, y especialmente el “padre de la criatura” sabía que el 1 a 1 era una medida temporal, tendiente a estabilizar el peso tras la salida por colapso del austral. Nunca fue pensada (ni aplicada en ningún lugar del mundo) por 10 años. Pero a pesar de las advertencias, ni Menem ni De la Rúa quisieron asumir el costo político de salir de ella. Nadie quería ser el malo de la película ni que su partido perdiera en las elecciones siguientes. Y así se dejó enfermar a la economía hasta que la salida vino por colapso.

El esfuerzo para mejorar nuestras finanzas habrá que hacerlo de cualquier modo, aun cuando el país dista mucho de aquel 2001 en que el país estaba prendido fuego. Pero hay que trabajar muy duro para corregir los defases creados por un modelo económico que mantenía el nivel de mercado interno en forma artificiosa y eso, sabemos, tiene un plazo. Y ese plazo ha llegado, debemos poner la economía en blanco y negro para no rozar siquiera situaciones límites como las que hemos transitado en el pasado.

Hay que observar con claridad, además, el contexto internacional que ya no es tan favorable como en el pasado, no hay vientos de cola para el precio de la soja y llegó la hora de vender más y de mayor calidad para mantener vivo ese mercado que es tan importante. Además, nuestro mayor socio regional Brasil ha realizado una honda devaluación, Europa no pasa su mejor momento y Estados Unidos se recupera de una recesión, tras la burbuja inmobiliaria, que le generó zozobras a la primera economía del mundo.

Esta cuestión no es menor porque al ver la competitividad de la Argentina reflejada en su tipo de cambio, se observa que en septiembre, por ejemplo, el Indice de Tipo de Cambio Real Multilateral, que mide el precio relativo de los bienes y servicios de Argentina con respecto a los de sus principales socios comerciales, mostró una apreciación (pérdida de competitividad) del 3,3 por ciento en forma mensual, lo que se traduce en un encarecimiento de los bienes y servicios argentinos en relación a los ofrecidos por el resto de los países. Y esto, claramente no nos beneficia, el mercado internacional, en definitiva y en una explicación simplista, funciona como un negocio cualquiera, sobre la base de la oferta y la demanda.

En este resultado, de pérdida de competitividad, influyó una apreciación real mensual del 9,4 por ciento contra el Real, moneda del principal socio comercial de Argentina, Brasil, así como una leve apreciación con relación a China 0,5 por ciento, segundo socio comercial del país. 

El Tipo de Cambio Real Multilateral mejora cuando el peso se deprecia por sobre las monedas de los socios comerciales y se deteriora con una inflación local mayor al de estos países, por lo que la mayor variación de precios en Argentina respecto de los socios comerciales, y su tipo de cambio relativamente estable (principalmente respecto de Brasil), conspiran contra la competitividad cambiaria y aceleran un retraso del tipo de cambio.

De modo que hay que mirar hacia adentro y efectuar los cambios de rumbo necesarios y a su vez mirar hacia el mundo para ver cómo reinsertarnos en forma agresiva  competitiva.

Estas cuestiones que parecen tan alejadas de la cotidianeidad de los argentinos, tiene estrecha relación con el bolsillo de la gente, el que mejorará o empeorará, de acuerdo con la inteligencia con que se tomen las medidas que, al fin, son inevitables, y el grado de tolerancia de la sociedad, acompañando esos pasos necesarios para no caer, por colapso, nuevamente al abismo.


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