Editorial

Poca participación en las entidades intermedias, marca el pulso del individualismo imperante


En sociedades como la nuestra, nacidas más del fomentismo que del Estado en sus albores, ver los malabarares que hacen para conformar una comisión directivas en clubes sociales, barriales, cooperadoras y demás entidades de la comunidad, no deja de llamar la atención. Pergamino, sin ir más lejos, fue el resultado más del progreso de las entidades que nucleaban a nuestros abuelos extranjeros, reunidos en asociaciones, de comisiones que se armaban con objetivos específicos, que de un Estado presente que, en aquellas épocas, no era el principal efector del progreso.

Las entidades civiles, aquellas organizaciones libres que surgen en el seno de la sociedad civil con fines diversos y que reciben el calificativo de intermedias, precisamente porque se “interponen” entre el individuo (ciudadanos o empresas) y el Estado, han ido declinando en el marco de una supremacía del individualismo extremo frente a la fuerza de la tarea grupal.

Para designar al mismo fenómeno asociativo, antiguamente se solía acudir al término “fuerzas vivas”, caído ya en desuso, que por lo general servía para nominar a los vecinos que impulsaban la actividad y la prosperidad. Hoy hablamos de organizaciones no gubernamentales pero estamos mencionando más o menos lo mismo.

El auge de las entidades intermedias se explicaba entonces por la inercia del Estado. Aunque también es cierto que muchos mandatarios prefieren no tener que entenderse con grupos organizados que presionan para lograr cumplir con sus prioridades, por ejemplo fomentistas.

El servicio que hasta aquí han prestado aquellas entidades intermedias no es desde luego desechables, todo lo contrario, y a estas alturas, mientras haya libertad, seguirán surgiendo nuevas, en la medida que se logren objetivos comunes.

Lo que preocupa es la indolencia de las mayorías para integrarse a todo tipo de entidades, a involucrarse en una tarea que es gratuita pero que ofrece otro tipo de satisfacciones, al conseguir objetivos. Vemos que las asociaciones de padres y cooperadoras escolares en las escuelas son cada vez más delgadas, siempre con la misma gente, con suerte de haberla conseguido. En los clubes donde van nuestros hijos, los padres asumen la actitud de cliente, es decir se paga la cuota y sobre ésta espera como retribución un servició, dejando de lado la dimensión de estas entidades que no es la de una empresa, ni por su función, ni por su conformación y mucho menos por su administración. Solo unos pocos en Pergamino llegan cada fin de mes a cubrir los costos de sus mega estructuras, la que se solventa con una cuota cuyo pago de es (no debiera ser) determinante para la participación de un niño. Por eso muchos clubes tienen una alta tasa de incobrabilidad; ¿cómo dejar a un niño fuera de un equipo, o privarlo del deporte que ama? ¿O como perderse el club un talento por el no pago de una cuota? Estos baches económicos deben ser cubiertos entonces por actividades complementarias de recaudación, como rifas y campañas de socios, ideas que provienen y son ejecutadas por grupos minúsculos que se acercan a participar de la tarea dirigencial y viven con real preocupación esta problemática diaria de la que el común de los socios ni se entera. Y a veces, encima, se queja.

Ante la falta de interés del socio, del vecino, del usuario, resulta que siempre son los mismos los que terminan, con suerte, integrando las comisiones porque no hay ninguna posibilidad de renovación. Y luego serán, con suerte, los hijos de éstos pocos, porque lo “han mamado” de pequeños y casi como un tributo a sus padres. El resto, los que nutren las nóminas de socios, alumnos, usuarios, se limitan a “consumir” la prestación.

Después hay otro nivel de las entidades intermedias tradicionales, como las cámaras empresarias, colegios profesionales, sindicatos, etcétera. Esta es otra cuestión porque la aparición de intereses específicos, en un contexto social que rechaza de un modo frontal la intermediación, sea política o social, genera tensión con los gobiernos de turno.

Vivimos un tiempo de aguda crisis dirigencial que data de por lo menos unos 30 años y, en consecuencia, hay ya un par de generaciones que no internalizado conocimientos y avidez por la gestión comunitaria. Y estos se ha traducido en la conformación de los partidos políticos, en las instituciones representativas del Estado, como el Congreso, las legislaturas, los concejos deliberantes, a donde ya no llegan personas que han pasado por la experiencia de la gestión intermedia, el manejo de intereses comunes, el arte de la negociación sino que la carrera previa es la de la militancia que si bien puede ser valiosa en cuanto a las convicciones, es bastante pobre en cuanto a pragmatismo y gestión.

Lo mismo sucede con organizaciones privadas fundadas sobre bases representativas, como la Asociación del Fútbol Argentino o la Sociedad Argentina de Autores y Compositores, por ejemplo.

En estos casos, aprovechando esa falta de compromiso generalizado, quienes se aposentan en esas entidades ya no abren más las puertas a una renovación porque han hecho un “nicho”, donde al fin aunque la tarea parezca gratuita, en los hechos no lo es, porque cada uno encuentra su “currito”. El desmedido crecimiento de ciertas corporaciones, su excesivo poder del que gozan sus miembros, las complicidades abiertas u ocultas con los gobiernos de turno y la falta de transparencia en la gestión, son elementos que han venido desfigurando la imagen pública de ciertas entidades intermedias. Hablamos de AFA, de los sindicatos, como de tantas otras.

Volviendo al correlato político de las entidades nacidas de la comunidad, las que se realizan en forma gratuita de verdad, en pos de objetivos concretos y de progreso, que son las que hoy sufren de la flaqueza de la renovación, nos encontramos con que se han perdido los semilleros de donde debieran salir los dirigentes. Porque en allí donde se aprende a gestionar, a trabajar en equipo, a tomar decisiones. Y si los individuos comienzan a sentirse maduros y capaces de gestionar en las entidades, luego se verán más cómodos en los asuntos públicos, los de la política, los sindicales.

Lo que reivindicamos, en definitiva, es la necesidad de reforzar el tejido social y las interacciones entre individuos y grupos, cuyo interés es objetivo. Hay que involucrarse en lugar de quejarse, especialmente cuando un espacio de pertenencia no esté bien o consideramos que podría estar mejor. Hay que cruzar el umbral de la escuela, del club, de nuestra Biblioteca, de la Cooperativa, de la sociedad de fomento del barrio, de las cámaras gremiales, de los sindicatos. Si lográramos recrear ese espíritu de compromiso asociativo, veríamos cómo también logramos ese semillero de dirigentes que puedan volcarse eventualmente luego a la política, al gremialismo, a las asociaciones del fútbol. Lo que permitiría a mediano plazo una renovación cierta de nuestra clase dirigente que, al fin, son siempre los mismos, que se intercambian los trajes, con los mismos vicios adquiridos en un ámbito de unidades básicas, comités, algún sindicato.

No sabemos si nuestra sociedad va a vencer esa abulia con respecto a las entidades de la comunidad, ojalá sea un clima de época que ha durado más de la cuenta y que en algún momento volvamos a esos comienzos de necesidad de progreso en forma asociativa. La expectativa es esa y bregamos para que lo que sucedió en algunos clubes de la ciudad, que renacieron  por el involucramiento de algunos padres en pos de beneficios para sus hijos, se replique a otros ámbitos.


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