Editorial

Recalculando


Se está generando en estos meses un efecto inverso al del año pasado, cuando se mantenían las expectativas de sentir que se atravesaba un momento difícil de la economía, pero necesario para lograr una mejoría que llegaría una vez pasados los dolores de la crisis. Hoy esa esperanza está cada vez más lejana, no solo por el hartazgo y el cansancio de esperar la reactivación sino y especialmente porque los grandes males económicos de este país persisten y son cada vez más intolerables: inflación, la recesión, el alto endeudamiento, a los que se suman los tarifazos, que van doble vía directo al bolsillo de la sociedad (por el pago de servicios y por los bienes que se encarecen merced a los mayores costos de producción.

La sensación ha cambiado y de ver una luz al final del túnel pasamos a la sensación de que no estamos yendo hacia ningún lado. Lo peor que es que se percibe que el Gobierno no sabe qué camino tomar, toda vez que la planificación con la que llegaron no funcionó.

Un año más, ya podemos afirmar que no se llegará a la meta de inflación prevista por el Gobierno del 15 por ciento; el primer trimestre ya se consumió casi la mitad de esa cifra, empujada en buena medida por los incrementos de tarifas que terminan impactando en todos los productos, incluida la canasta básica.

Así es que la devaluación del peso y el traslado a los precios de los aumentos de tarifas de los servicios públicos, llevó a la inflación de marzo al 2,3 por ciento y acumula en el primer trimestre un 6,7. Para este mes los aumentos del gas, del transporte y de los combustibles, los próximos aumentos que presionarán a la inflación, harán lo propio para seguir alejándonos más de la meta.

Pero el dato que más preocupa es que la llamada inflación núcleo, una medición que excluye los precios regulados y los estacionales, y que alcanzó el mes pasado su mayor aumento desde que el organismo hace el cálculo nacional: 2,6 por ciento. Lo afirma el Indec desmintiendo al propio Gobierno que afirma que la inflación núcleo retrocede y cuando no haya más aumento de tarifas tendremos el problema resuelto. El Banco Central dijo sobre el tema que la inflación núcleo respondió menos que en episodios anteriores a los shocks de precios regulados y tipo de cambio. La realidad lo desmiente. Y la realidad es que todas las acciones del Central para controlar la inflación han fracasado estrepitosamente. Nadie duda que la intención fue genuina cuando Macri dijo que la inflación no sería un tema de su gobierno, que haría las correcciones y el país comenzaría a transitar por carriles más estables. También es cierto que todo lo que se hizo hasta ahora respondió a un plan para cumplir su cometido; es decir, no es que asumieron y fueron pegando manotazos a cada paso. Sin embargo, alguna pata de la ecuación con que el equipo económico encaró el tema, ha fallado. Lo decíamos en nuestro editorial de ayer: no somos infalibles, podemos equivocarnos; la cuestión está en qué actitud se toma una vez consumado el error o, como puede ser este caso, cuando las variables no resultaron como estaba previsto. Una alternativa sería persistir en el fallido plan, buscándole la vuelta; la otra, como proponen los GPS al equivocar la vía, es recalcular. Esto es: hacer un alto y replantear el camino, la estrategia.

Y hablando de recalcular, que el Gobierno eleve la meta de inflación al 20 por ciento implica que volver a evaluar la tasa de interés, el tipo de cambio, el crecimiento económico, el gasto público (todos cotizados según las primigenias expectativas en diciembre de 2017). ¿Y las paritarias? Con este sinceramiento, ¿se puede seguir sosteniendo un techo para la negociación paritaria al 15 por ciento cuando sabemos que ya no será el número mágico de la inflación? Indudablemente que si se mantiene este techo para los incrementos salariales, la recesión que estamos atravesando terminará por acrecentarse, poniendo el mercado interno en una situación más crítica, porque la industria y el comercio ya no podrán seguir sosteniendo pesadas cargas impositivas, caras boletas de servicios públicos y vender menos porque no hay dinero en los bolsillos.

Lo más complicado en estos casos es reconocer que el plan original con el cual el Gobierno llegó a la Casa Rosada no ha dado el resultado esperado y virar cuando estamos a tiempo de no llegar a una crisis más profunda. El reconocimiento del fallo viene implícito en el sinceramiento de la inflación, algo que es muy valorable tras años en que se dibujaban los números y se tomaban medidas al solo efecto de mantener la sensación de que estaba todo bien, por ejemplo, manteniendo las tarifas de servicios congeladas por más de una década.

Las inversiones no vinieron, la inflación no se pudo controlar, los salarios planchados trajeron recesión. En síntesis, el escenario planteado no ocurrió y ahora lo importante sería no persistir en las mismas estrategias y modificar el plan económico en función de las nuevas variables. Es el momento de hacerlo. La Argentina es un país difícil y no sería la primera vez que hay que cambiar de rumbo en la mitad del río.

Lo peligroso sería persistir y enmascarar, como hacía el kirchnerismo, o en nuestros días lo hace al extremo Nicolás Maduro en Venezuela, porque así se terminan profundizando los problemas hasta hacerlos insolubles. Hay que evitar los cambios de eje por colapso; recordemos lo que pasó durante el gobierno de De la Rúa por no animarse a salir oportunamente de la paridad con el dólar, que Menem a su vez había llevado al límite. Se terminó saliendo del uno a uno estrepitosamente, cuando la situación no daba para más, provocando situaciones sociales que salieron de madre.

Habría que barajar y dar de nuevo, según las nuevas condiciones económicas, dando con otra propuesta un nuevo impulso a la alicaída situación que atravesamos; por ejemplo,  recreando el mercado interno, cuidando las Pymes que ofrecen el grueso del empleo en la Argentina y evitando que grandes empresas comiencen a despedir como amenaza Carrefour que aduce no obtener ganancias hace casi tres años.

En este escenario sería muy importante que el Gobierno no persistiera en el mismo proyecto que no muestra una salida satisfactoria. Como cuando usamos el GPS en el auto y nos equivocamos de ruta y nos dice: “recalculando” y nos elige un camino más directo para llegar al objetivo, el macrismo debiera dar un golpe de timón que nos haga recuperar expectativas y esperanzas.


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