Editorial

Tratar de terminar con el ejercicio de la intemperancia


Alguna vez tendrá que terminar el ejercicio de la intemperancia en la Argentina. Esta tendencia lamentable que crece sin parar desde hace varios años, a la que los Kirchner le dieron alimento pero que también han adoptado otros sectores de la política y la sociedad.

Esa línea divisoria  de “amigo-enemigo” que utiliza el Gobierno kirchnerista para diferenciarse de los que opinan en contra de sus ideas y acciones  dejó una nefasta secuela en la sociedad, donde ya casi no se puede opinar sin recibir un agravio como respuesta. Fogoneados por los ejemplos que bajan desde lo más alto del poder, grupos de amigos y familias se han vistos afectados por esta situación, llegando a la ruptura por discusiones políticas.
La presidenta reclama respeto a su investidura pero ella misma la agrede al dejar de lado las formas. Cuando no es por cadena nacional es a través de la red social Twitter, pero cada vez que se siente afectada por algún comentario (afectada, no injuriada ni agraviada) su réplica dista mucho de lo que puede esperarse de una persona de alto voltaje intelectual y que representa, nada menos, que a todos los argentinos.

Cristina Fernández ha utilizado términos como “fusilamento mediático” cuando se cuestionó alguna acción de Gobierno, “secuestro” cuando se refirió a las ventajosas concesiones de las transmisiones de fútbol y ahora tildó de “burro” a un destacado académico como lo es Alejandro Corbacho, por el simple hecho de que éste se animó a polemizar sobre un tema que la propia presidenta llevó al tapete. Toda una falta de respeto.

El entredicho nació a partir de un discurso de Cristina Kirchner en el que había afirmado que “la llegada de Hitler al poder no había sido producto de la inflación sino de la humillación de Alemania a partir de las condiciones vergonzantes que los Aliados, durante la Primera Guerra Mundial, habían impuesto a dicho país luego de su derrota, en la firma del Tratado de Versalles”.

En una columna publicada en Clarín, Corbacho cuestionó el argumento presidencial y sostuvo que “cuando los líderes apelan al pasado sin fundamento de investigación histórica se comportan como historiadores prácticos-intuitivos” que “lo utilizan en base a una percepción subjetiva, imágenes y conocimiento selectivo”. Además, Corbacho consideró que quienes hacen ese tipo de afirmaciones “carecen de inhibición para utilizar el pasado en formas diferentes, aunque sepan poco del tema”.

“Gracias por lo de líder político. Se ve que se le escapó la tortuga. A los académicos también les pasa”, arrancó con ironía la presidenta en su durísimo texto de descargo a través de Twitter, que tuvo su punto de máxima verborragia cuando trató de “burro” a Corbacho.

Cristina dio una larga explicación sobre la postura de John Maynard Keynes, a quien calificó como “no solo uno de los protagonistas del Tratado de Versalles, sino de uno de los más grandes economistas, historiadores y académicos (de los de verdad) en la historia mundial”.

En tono coloquial, la presidenta respondió: “Como verás mi afirmación del 5 de agosto no era producto de mi falta de inhibición sino de mi lectura respetuosa” de Keynes, y copió parte del prefacio del libro Las consecuencias económicas de la paz. “Se ve que Corbacho no ha leído”, lo cruzó la presidenta.

Cristina destacó que “Keynes entró en la historia de la economía mundial” en contraposición con el destino en el debate por el acuerdo de Bretton Woods que sostenía el representante de los EE.UU., Harry White, respecto de convertir el dólar en única moneda de reserva mundial. “De Harry -el verde-, no se acuerda nadie, aunque el mundo sufra las consecuencias de lo resuelto. ¿Vos decís que de Corbacho tampoco se va a acordar nadie? Es lo menos importante, pero cuánto mejor nos iría a los argentinos si algunos leyeran y supieran más de lo que escriben y hablan”, apuntó.

Por supuesto que la presidenta tiene derecho a defenderse como mejor le parezca, pero lo criticable es que la incontinencia de Cristina forma parte de una cultura del conflicto que gana terreno en amplios sectores sociales sin que nadie pueda detenerla. El Gobierno, muchos dirigentes de la oposición, también de los sectores productivos y cualquier grupo de ciudadanos que se considere afectado por algún tipo de injusticia se sentirá con derecho a dirimir sus peleas violentamente.
Es el peor mensaje que se pueda dar en esta etapa de transición del poder. Una presidenta en retirada de su cargo y un grupo de candidatos con posibilidades de reemplazarla tendrían que priorizar los mecanismos del consenso para evitar que esta situación se siga profundizando.


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