Editorial

Una dirigencia despreocupada por el ciudadano


Los bloques opositores de la Cámara de Diputados fracasaron al conseguir el quórum ayer para debatir, en sesión especial, los aumentos de tarifas que impulsa el Gobierno y la mañana terminó casi en un escándalo.

Los diputados iban a tratar seis proyectos que buscaban frenar los incrementos, tres del kirchnerismo, dos del Movimiento Evita y uno de la Izquierda.

Tal como lo indican las normas, había que llegar al número mágico del quórum de 129 diputados sentados en las bancas. En un momento hubo 128, pero a las 12:00, cumplido el plazo estipulado (la sesión empezó a las 11:00), el titular de la cámara Emilio Monzó levantó la sesión.

Tras el frustrado intento, los diputados opositores criticaron duramente al Gobierno y al legislador aliado Alfredo Olmedo (Salta), quien primero ocupó su banca y luego se paró. Al volver al recinto le gritaron “corrupto” y “coimero”, ya que lo responsabilizaron de haber sido funcional a no habilitar al debate por haberse levantado para restar el quórum.

El PRO no quiso bajar al recinto a debatir el tema de las tarifas, lo cual también representa un problema para la democracia, que no sea el recinto legislativo el ámbito de discusión de temas tan sensibles.

Elisa “Lilita” Carrió, mientras tanto tuiteaba: “Gracias a Dios se abre una instancia de negociación, motivo por el cual se posterga la sesión para la semana que viene, y es de resaltar la actitud del señor Marcos Peña para lograr ello. Así funciona un gobierno con alianza electoral, pluralismo, diálogo y racionalidad. Aunque en la práctica parezca doble agente”.

De ser así, bienvenido sea. Pero si se convoca a una sesión, los legisladores deben ocupar sus bancas, aunque sea para informar lo que Carrió dijo por Twitter, de cara a los diputados y a la sociedad.

Pero no funcionan así nuestros dirigentes. Por el contrario, todos especulan: la oposición cuando siente presión social se cuelga rápidamente de los temas, mientras el oficialismo se esconde detrás de las cortinas y no se sienta a debatir. Así es hoy y así fue ayer, jugando con el quórum “a gusto y piacere”, denostando las instituciones de la democracia.

Lo mismo sucede con las prioridades en las temáticas a tratar: salvo que sea una cuestión instalada, ante la cual se sacan de la galera debates espasmódicos, como el frustrado sobre tarifas, el Congreso no está cumpliendo con su cometido de legislar para la sociedad. Asuntos importantes y otros urgentes (adopción, reforma judicial, legislación para la era cibernética y para los nuevos negocios como Uber) no son siquiera tratados y otros tantos, de los cuales ni nos enteramos, duermen el sueño de los justos en los cajones hasta perder estado parlamentario. Ex profeso, claro, porque más allá que sea una demanda del pueblo que los votó, tal vez no venga bien tratarlos por cuestiones de timing político.

Y así es como se vive especulando en la política, si es año electoral, si no lo es, para decidir qué actitudes tomar en cada caso, ensayando el juego que más conocen, el tiempismo, el oportunismo y, cuando no recurrir incluso al escándalo y el griterío para pudrir algún asunto. Qué favor nos harían si fueran a trabajar, a sesionar, a tratar las leyes de tantos temas que estamos esperando. Porque bien pagos están. ¿O creen que no nos dimos cuenta que como se armó el escándalo del canje de pasajes, ahora transformaron el dinero que obtenían en un viático y se lo van a seguir cobrando? No hay grieta a la hora de cobrarse un sobresueldo disfrazado de movilidad.

Tampoco contribuyen los funcionarios del Gobierno con sus declaraciones a sentirnos respetados como ciudadanos, cuidados. Cuando Juan José Aranguren dice que las tarifas son estas y que el que no pueda usar los servicios que no los use; o que no trae su dinero a la Argentina porque todavía no confía en el país. O el jefe de Gabinete Marcos Peña cuando dijo que no debemos preocuparnos que la inflación va a seguir bajando, cuando en el primer trimestre los precios se llevaron casi la mitad de la meta anual prevista.

La verdad es que si no se trataran de asuntos de mucha seriedad los que estamos exponiendo, bien podríamos decir que más de un dirigente nos toma el pelo a los argentinos.

Este tiempismo, tan divorciado de las necesidades y las expectativas de la sociedad, es visible tanto en el Congreso como en la Justicia, que ha asumido en la Argentina los mismos vicios de la política.

En el fuero Federal, cuando se tratan temas de corrupción, los expedientes avanzan, se cajonean, aparecen prisiones sorpresivas y excarcelaciones también intempestivas, todo sin solución de continuidad ni criterio, en momentos sumamente oportunos. Pero los resultados serios, lógicos y tranquilizadores para una sociedad que espera, no aparecen.

Lo que hemos visto en los últimos meses en la Justicia es un largo rosario de cuestiones que no se explican por el derecho, porque las resoluciones cruzadas se nos exponen hasta que ya no sabemos lo que está bien y lo que está mal hecho en cada caso. Si presuponemos que un dirigente está preso con razón y a poco lo dejan en libertad ¿el error fue detenerlo o soltarlo? Porque ambas cosas por lógica se contraponen. De modo que hemos llegado al paroxismo de que se hagan marchas pidiendo justicia frente a la corrupción, unos pidiendo que se castigue a los culpables y otras movilizaciones pidiendo que se deje de perseguir políticamente a opositores. Porque a eso nos llevan estas decisiones judiciales que, al fin, no sabemos ya qué seriedad tienen.

Y qué decir de los tiempos de la Justicia ordinaria, la que nos debe dar garantías a los ciudadanos de pie y, sobre todo, seguridad. Procesos penales y laborales que demoran más de una década, otras causas que directamente prescriben (o se las dilata hasta su prescripción). En fin, condenas que llegan tarde o nunca llegan.

Cada días más desencantados con la dirigencia; desde donde la miremos, la Justicia, la política, nos termina demostrando que no nos respetan, no le temen a la opinión pública, avanzan en sus juegos de poder, apelando a nuestra paciencia y en muchos casos a nuestra amnesia a la hora de votar. Y aquí la otra parte del problema, nosotros, que somos culturalmente conformistas, que cada vez tenemos más bajas las expectativas.

Si este país sale o no adelante, no será por obra de la dirigencia sino por un cambio cultural en la mente del pueblo que delega el poder en esa dirigencia. 

Si los argentinos no nos ponemos de pie y exigimos más idoneidad, más honestidad, más preocupación, más trabajo y menos rosca, y como decimos, más respeto por el ciudadano, no tendremos salida.


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