Editorial

Uso y abuso del espacio público


La Argentina tiene algunos problemas con el uso del espacio público, lo decimos en el plano puramente objetivo, sobre la base de datos duros que muestran cómo a un concepto cultural de utilización de los lugares de convivencia para circular, interactuar, salir de compras o pasear, se lo ha interferido con otro concepto que, a fuerza de uso, se está haciendo cultural también en la Argentina: el de territorio.

Cuando el espacio público es confundido con el territorio, vienen los problemas de la apropiación de estos lugares con fines sectoriales, como sucede con los piquetes, cortes de calles, rutas, toma de plazas. Como viene sucediendo en nuestro país, para muchos el uso puede ser una herramienta para llamar la atención de los medios de comunicación, e indirectamente de las autoridades. Porque, dicho sea de paso, si no hay una cámara reflejando los hechos, y eventualmente los desmanes, nada sucede: ni la protesta se realiza ni los protestantes son atendidos. No en vano este tipo de acciones se concretan en horarios específicos, y dan comienzo cuando los medios ya se hicieron presentes.  

El asunto es que, por la razón que sea, hay de por medio un quebranto de la ley, que está para garantizar los derechos de todos. Y ante la anomia que se muestra a la hora de aplicar la norma frente a quienes protestan, el abuso se ha convertido en normalidad.

Es claro que “tomar la calle” tiene en nuestro país una alta carga simbólica, porque son espacios que se han construido culturalmente como la Plaza de Mayo o las avenidas más importantes de Buenos Aires, por eso cuando transforman la ciudad en un desastre, no permitiendo el paso de los vecinos, sienten que están tomando un territorio como propio y consideran que esa presión será suficiente para que el Gobierno siga abriendo la billetera, en un arco de pedidos que se corre permanentemente.

En Europa y Estados Unidos, donde el uso de espacios públicos es mayor incluso que en la Argentina, ya que hay tradición en la utilización social de la calle; también se generan protestas, pero no se les permite instalarse en un lugar y cortar el paso al resto de los ciudadanos. Vale decir que se cumple el cometido de la libre protesta sin infringir la ley. Y por hacer cumplir este precepto, nadie habla de censura, coartación o represión de la libertad de expresión. Es tan simple como que está prohibido y quien transgreda la ley sabe que deberá asumir las consecuencias.

Pueden exigirse cambios al Gobierno de turno, pueden objetarse medidas, puede expresarse la queja pero el respeto a la ley no es (o no debiera ser) un tema de discusión. Para nadie, ni para el que protesta ni para el Estado, que permanentemente se corre de su deber de velar por los derechos de todos los ciudadanos. No de los no más de 200 que cortan una calle u ocupan una plaza.

Porque, si nos ponemos a analizar, no son más que grupos minúsculos que toman de rehén al resto o un territorio, como es el caso del parque nacional en Villa Mascardi. Si el Estado no puede con unos cientos, ¿qué nos queda a los 40 millones restantes? Es la misma situación que se da en ciudades de mediano porte como la nuestra; los robos, escruches y otros delitos son perpetrados por un circuito de no más de 50 personas. Sin embargo, no se los puede controlar.

Como tantas cosas que se dejaron escalar en la Argentina, la apropiación del espacio público, como un territorio a conquistar que un sector usa y no permite que el resto de la ciudadanía pueda utilizar, es una característica de nuestro atraso, producto de la concepción de que la ley puede ser de cumplimiento selectivo. O que algunos derechos particulares están por encima de otros generales. Imagine qué sucedería si usted y un grupo de amigos se les ocurriera tomar una plaza y declararla de uso propio. Lo más probable es que terminen todos presos. No sucede así, en cambio, si a esa toma la preside un sello de procedencia piquetera, o se reclame por cuestiones raciales como el sector violento de los mapuches. No ponemos en valoración si esos reclamos son justos, lo que en muchos casos puede serlo, sino el mecanismo ilegal en base al cual castigan al resto de la sociedad ante cada protesta. Finalmente, el loable objetivo que cada protesta puede tener, lo que sería el fondo de la cuestión, se diluye ante forma, y toda la discusión (política, social y mediática) pasa a girar en torno a si pueden o no estar ahí, si se los saca por la fuerza, si manda o no el Gobierno tal o cual fuerza, pero ya nadie, ni los propios protagonistas, hablan de lo que los llevó a ese lugar y de esa manera.

Hemos dicho hasta el cansancio, durante el anterior gobierno y el actual, que debemos encauzar la protesta recuperando el normal uso del espacio público que debe volver a ser el escenario de la interacción social cotidiana y así satisfacer las necesidades urbanas colectivas, las que trascienden los límites de los intereses individuales. Porque con tantos años de abuso no debidamente controlado y sancionado, hemos olvidado que el espacio público tiene una dimensión no solo social sino también cultural y política. En este sentido, la calidad del espacio público debe recuperarse para la sociedad entendida en su conjunto.

En Pergamino no padecemos los piquetes que tienen en jaque a la Ciudad de Buenos Aires, y en este sentido el uso del espacio público es claramente más sano y socialmente más amplio. Todos podemos usar las plazas, los espacios verdes como el Parque Municipal, las calles y avenidas, la peatonal San Nicolás. Son todos espacios comunitarios de convivencia, de paseo, de encuentro y de comercio.

Sin embargo, en el caso de Pergamino advertimos un uso controvertido del espacio, avalado por las autoridades. No obstante ello, no deja de ser perjudicial para la sociedad en su conjunto y contradictorio en relación a las propias proclamas de esta gestión que instan a la descentralización y al regreso de la comunidad a las plazas y parques.  

Ya no como la excepción sino como norma general, todo tipo de evento recae sobre la Avenida de Mayo. Cualquier iniciativa, todas ellas loables y apreciadas por la gente, pide autorización para recalar en la arteria principal de la ciudad y la consigue. Aun cuando, a Dios gracias, sobran los predios, incluso más propicios, para la recreación.  Parque España, el Parque Municipal, la enorme Plaza 25 de Mayo y las muchas otras que hay son los escenarios sin dudas más adecuados para eventos deportivos, musicales, religiosos, exposiciones.  Por un lado, la reivindicación de estos puntos de la ciudad, en consonancia con la propuesta oficial de “volver a las plazas”; por otro, el beneficio de todos: organizadores, concurrentes que pueden ubicarse plácidamente en los mantos verdes y finalmente la sociedad en general, incluidos los que no quieren participar de la convocatoria y lo único que anhelan es desarrollar normalmente sus actividades.  Deben tener en cuenta las autoridades la idiosincrasia comercial de esta ciudad, especialmente en los tiempos que corren. Cualquier comerciante del Centro, que paga ingentes sumas de alquiler todos los meses, puede dar cuenta de que los sábados son vitales para la subsistencia de su negocio. Gran cantidad de vecinos hace sus compras los sábados. Y sucede que cuando se desarrolla un evento, aunque sea por la noche, desde las primeras horas del día se cortan las calles por el armado de estructuras. Un evento en la Avenida en sábado es una jornada perdida para los comerciantes y para la comunidad que aprovecha el día no laborable para desplazarse hacia el Centro. 

Debería el Municipio contemplar el ceder el uso de este espacio público vital de manera excepcional, solo para eventos que no cuadren en otro lugar de la ciudad. No temer a decir “no” de vez en cuando, para que el uso no se convierta en abuso y, por querer hacer un bien, se termine complicando a la mayoría. 

 

Si utilizáramos todos los espacios públicos en forma rotativa, haríamos un uso más completo de nuestros sitios, como sucede por ejemplo con Arte Noche que en esta oportunidad se realiza en barrio Centenario, intercalándolo con el centro. Es un modo interesante de expandir el uso de nuestros espacios.


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