Editorial

Venezuela sin salida, salvo por las fronteras


La crisis humanitaria en Venezuela, de la mano de un régimen cada vez más aislado y represivo, se agrava con el paso de los días, obligando a miles de mujeres, niños y hombres a huir en forma desesperada, a pie, hacia Colombia y también Brasil; otros, con algún recurso extra o contactos, vienen a la Argentina que ha cuadruplicado el ingreso de venezolanos al país. 

La ciudad venezolana de San Antonio de Táchira es testigo del dramático éxodo que viven muchas familias que intentan cruzar la frontera con lo puesto hacia suelo colombiano, a través del puente internacional Simón Bolívar, mientras el gobierno de Juan Manuel Santos intenta mantener bajo control la difícil situación.

Así, frente al dolor, la insalubridad y el hambre, los venezolanos huyen. Pero su inmigración obligada no es a países a los que les sobra nada sino a naciones fronterizas que absorben como pueden el flujo permanente.

El fuerte desabastecimiento de alimentos y medicamentos que vienen padeciendo millones de venezolanos se ha vuelto insoportable incluso para muchos que todavía justificaban los errores del régimen de Nicolás Maduro, un mandatario que cree que todo se resuelve con el “Carnet de la Patria”, una cédula de humillación que es obligatoria para conseguir comida o remedios. También sirve como especie de padrón paralelo, para saber quién vota y quién no. Es el mismo con el que Maduro alguna vez hizo ante las cámaras de TV una demostración sobre su uso al momento de sufragar y el tiro le salió por la culata: al escanear el elemento, el aparato arrojó la leyenda “la persona no existe o el carnet fue anulado”. Evidentemente, muy confiable no es el sistema.

La profundización de la crisis sorprendió a las autoridades de la pequeña ciudad colombiana de Cúcuta, en la frontera con Venezuela, donde el aluvión de inmigrantes puso en jaque a este poblado que, además, tiene una alta tasa de desempleo. 

Puede decirse que la crisis venezolana está convirtiéndose en regional y de carácter humanitaria, ya que a toda esta gente hay que asilarla, alimentarla, curarla y los pequeños pueblos fronterizos no cuentan con recursos para esta asistencia. En términos drásticos, es gente que deja de ser un “problema” para Maduro para convertirse en uno para Santos.

Con este telón de fondo, el Gobierno colombiano anunció que adoptará una serie de medidas migratorias para controlar el flujo de venezolanos y una de ellas es la suspensión de tarjetas de movilidad fronteriza, un instrumento legal que hasta antes de la crisis permitía cruzar la frontera entre ambos países de manera más sencilla. Porque, como decimos, a los vecinos de Venezuela no les sobra nada como para absorber de golpe a tantas familias.

Esta emigración compulsiva pone en crisis a sectores clave para los colombianos como la salud y la educación, en las localidades cercanas a la frontera con Venezuela; Colombia no es el único país que se ve afectado: en Brasil, la localidad de Boa Vista, capital del estado de Roraima, también limítrofe con Venezuela, recibió a unos 40.000 venezolanos que huyen de la crisis. A raíz de esta emergencia, la Universidad Federal de Roraima realizó un sondeo entre los refugiados para poder contar con datos que permitan abordar la difícil situación. Los resultados arrojan  que la migración venezolana es joven, entre 20 y 39 años, con una alta escolaridad. El problema es que en Roraima el sector industrial es prácticamente inexistente y la economía se basa en el servicio público, y según las autoridades falta trabajo incluso para los locales.

Venezuela está cada vez peor puertas adentro; los hechos son implacables y el éxodo no hace más que ratificar lo insostenible que es allí la vida. A su vez, puertas afuera, es unánime el repudio regional a la conducción de Maduro, tanto en la faz económica como en la política, porque a las penurias hay que sumar la opresión permanente a quienes osen criticar al gobierno. Con la Declaración de Lima del año pasado, 12 países americanos entre los que se encuentra Argentina, consideran que no están frente a un país democrático. Maduro fue expulsado de la OEA y más cerca en el tiempo, días pasados Perú retiró la invitación a Venezuela a participar de la Cumbre de las Américas. Es decir que la presión internacional es muy alta en este momento, clamando por un golpe de timón en Venezuela para evitar un drástico naufragio. Clamor interno y apoyo externo para que esto suceda. Pero no alcanza; Maduro sigue en la suya y la situación está cada vez peor. Sucede que falta una dirigencia política que motorice las voluntades y las oriente hacia una salida pacífica. Hablamos de la oposición, esa que en algún momento, encarnada por Henrique Capriles, generó los consensos para una contienda anti chavista pero que fue diezmada por el aparato represivo del Estado. Desde entonces no se ha podido conformar una fuerza política de porte para enfrentar a Maduro. Tanta es la mezquindad imperante y también tan duros son los apremios, que en las últimas elecciones para alcaldes, de las cuatro fuerzas opositoras solo se presentaron tres. Así, débiles y divididos, es imposible establecer un contrapeso a los desmanes de Maduro.

La oposición venezolana que era la que podía ofrecer una salida democrática a la tragedia se fue deteriorando a medida que no lograba objetivos; perdía elecciones (o se las robaban), los llevaban presos, los golpeaban y al fin terminó dividiéndose irremediablemente. No constituyendo una opción que hoy podamos decir que representa una salida. Mientras las marchas contra Maduro se suceden igual, como las muertes y la violencia en un espiral que solo escala.

Y nos vamos quedando sin opciones para una salida consensuada, tristemente, porque el régimen cuenta con el apoyo del Ejército Venezolano, lo que marca claramente la diferencia, por lo que es cada vez más complejo imaginar un diálogo superador de la tragedia. Tampoco parece viable desde el punto de vista internacional una intervención extranjera a la manera de la vieja escuela.

No será fácil la salida.

Una nación sentada sobre una montaña de petróleo, que inició un camino al socialismo del Siglo XXI, que estrechó lazos con Cuba en vida de Hugo Chávez y que hoy es contrafáctico pensar qué hubiese pasado si el líder hubiese vivido, muestra con Nicolás Maduro el más doloroso de los fracasos. 

Todos los países miran, presentan sus quejas, aíslan a Venezuela en los foros internacionales. Pero mientras el régimen resista, solo se logra que el sufrimiento del país sea mayor, que la salida de familias a países vecinos se incremente hasta lo intolerable. Lo que demuestra algo que siempre supimos, por otra parte: los organismos internacionales tienen un nivel de inserción muy relativa en los países miembro, porque cuando sobrevienen los dramas, sus resoluciones no son atendidas. Lo mismo sucedió con los líderes del mundo que oficiosamente intentaron encontrar una salida a la problemática, todo terminó en la nada.

La situación, en este punto, nos va llevando a una guerra civil que si no se ha planteado más cruelmente es porque la oposición tiene, en términos bélicos, menos porte que el Ejército. Así de peligrosa y triste es la cuestión. 


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