Editorial

Y un día, la política volvió a la Casa Rosada


La crisis financiera que atravesamos mostró, con toda crudeza, lo cerrado que se había vuelto el espacio de poder más íntimo que se reservaba Mauricio Macri. Tanto que mientras anunciaba el pedido al FMI, los ciudadanos de a pie se enteraban al mismo tiempo que casi toda la dirigencia de Cambiemos. Nadie del ala política había participado de la decisión, como venía sucediendo últimamente con otros asuntos.

Y es así que atravesaron una semana de infierno que terminó con críticas generalizadas desde todos los sectores. Una amenaza de paro de la CGT, el avance del proyecto para frenar las tarifas del peronismo aprobado en Diputados y camino al Senado y la imagen presidencial en caída libre en todos los sondeos de opinión.

Porque si bien hubo una serie de errores financieros no forzados que llevaron a la crisis, la orfandad política con que se movió el Gobierno se hizo evidente. La teoría de Marcos Peña, el poderoso jefe de Gabinete, de que se puede gobernar con una mesa muy chica compuesta por PRO puros mostraba serios indicios de fracaso. Incluso en medio del enojo ciudadano, viejos fantasmas, heridos que quedaron en el camino hacia la construcción de esta mesa chica, aparecían para abonar el aislamiento. Así, un video con las definiciones demoledoras de Carlos Melconian en una exposición privada frente a ejecutivos del sector agropecuario en Mar del Plata se viralizó: “Boludeaste dos años con el déficit y ahora recogés inflación”, batía récords de audiencia en canales de televisión y recorrían todas las redes. También criticó a Peña el exministro de Economía Alfonso Prat Gay, ante las cámaras de CNN. Eran horas de incertidumbre en las que el fuego amigo golpeaba más duro que el fuego del enemigo. Y cuando eso sucede, cuando aquellos que te entendieron y acompañaron ya no lo hacen, es menester plantearse el porqué. Ya Emilio Monzó, un peronista devenido a Cambiemos, el hábil piloto de tormentas del Parlamento, había dejado sobrevolando una respuesta días antes, cuando anunció que se retiraba de la Cámara el año que viene, cansado de no ser escuchado, decían en los pasillos del poder.

Más allá de la crisis financiera, ¿qué estaba pasando? Precisamente que la ausencia de manejo político del círculo íntimo presidencial, dejaba al desnudo que la falta de consensos, empezando por los propios socios, estaba haciendo estragos en la Casa Rosada. Entiéndase por manejo político, la destreza, cintura, timing que tiene este arte, que hace a las formas en que se canalizan las acciones hacia la sociedad. Tal vez en el PRO creyeron que podían prescindir de él para conducir el país, creyendo que su experiencia porteña era suficiente. Pero es claro que no, que no es lo mismo, y que el pragmatismo, que es una muy buena virtud del PRO, puede convertirse en un defecto si no va acompañado de timing político, algo en lo que tienen mayor experiencia sus socios radicales y ni hablar su “pata” peronista, Emilio Monzó.

Comunicadores y dirigentes acusaron a Peña de haber desechado tanto la política que finalmente tuvo éxito y cuando más se necesitaba de acompañamiento, dejaban al presidente solo y expuesto.

Lo cierto es que Macri reaccionó y empezó a multiplicar los gestos para cambiar la imagen de aislamiento presidencial por una imagen de apertura y de regreso al diálogo. El alivio se sintió en muchos sectores, incluidos los mercados que saben de la importancia de un Gobierno que tenga espesor político a la hora de las decisiones. El primer regreso fue el de Emilio Monzó y luego fue el turno de Ernesto Sanz, quien estaba alejado no solo del Gobierno sino también de sus amigos radicales. La mesa chica de las decisiones se iba ampliando, también se renovó espacio al ministro del interior Rogelio Frigerio, el funcionario más político del Gabinete y al que también tenían alejado de las decisiones.

Empezaba a suceder algo parecido al sentido de cierta unidad que venían reclamando los radicales y la Coalición Cívica de Lilita Carrió, apartados de la primera línea cuando el PRO pensaba que podía con todo solo, después de las elecciones legislativas del año pasado. Si algo positivo dejó esta crisis fue que todos entendieron que debían gobernar como un frente, que cada sector tiene lo suyo para aportar y no se trata solo de un negocio electoral entre partidos.

Podemos decir que la política volvió al Gobierno tras un tiempo de congelamiento en el cual esa ausencia terminó haciendo daño, claramente. Porque el ala política, que nunca es bueno que administre sin una dosis importante de pragmatismo de la economía, la cual llega a esta gestión de la mano del PRO. Sucede que las variables sociales y culturales, entre otras, de un país exceden la planilla de Excel y es la política la que brinda una mirada que tiene relación directa con el ciudadano que debe ser, al fin, el destinatario de las decisiones del Gobierno. Porque sin la política como ejercicio diario, no se logran los grandes consensos que la Argentina necesita.

Con la reincorporación de socios a la mesa chica -“bajada de copete” a Peña incluida-, es esperable que las decisiones y medidas que emanen del Ejecutivo de ahora en más estén mejor calibradas, al partir de una multiplicidad de miradas. A este consenso “previo”, por llamar de algún modo a la unidad de criterios anterior a una medida, se suma también una nueva y esperada actitud, que veremos si se refleja en hechos:  Marcos Peña llamó “a un gran acuerdo nacional” con la oposición para acelerar la reducción del déficit. En este tema en particular sin una muñeca política importante no se logrará el objetivo, tampoco se pueden realizar reformas de fondo que el país necesita, porque además el PRO como partido del Gobierno es claramente minoría si lo planteamos en el ámbito de todo el abanico de sectores políticos de nuestro país, desde los radicales que son socios en Cambiemos pero estaban de la puerta para afuera de las decisiones, “con la ñata contra el vidrio” como dice el tango, o los peronistas, sean los más razonables o los más opositores. Porque con esta lana es con la que hay que tejer los grandes acuerdos, con los legisladores, con los gobernadores, espacios donde conviven, necesariamente, todas las fuerzas políticas.

Y estas son las cuestiones que el ala política de Cambiemos, antes postergada, le dará a la administración: más diálogo, más búsqueda de consensos para los enormes desafíos que nos esperan.

No será un Pacto de la Moncloa, pero se le debiera parecer mucho.


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