Perfiles pergaminenses

Adriana Pelourson: buenos valores expresados en el aula y en la vida


 Adriana Pelourson con la jubilación est cerrando su “historia docente” (LA OPINION)

'' Adriana Pelourson, con la jubilación está cerrando su “historia docente”. (LA OPINION)

Acaba de jubilarse como inspectora jefe regional de Dipregep, un cargo que fue el corolario de una nutrida trayectoria docente. En lo personal hace un tiempo perdió a uno de sus hijos en un accidente, lo que la modificó para siempre. Tomó un aprendizaje de esa experiencia y se esforzó cada día por pararse del lado de la vida, para seguir en pie. 

Adriana Margarita Pelourson es una docente de reconocida trayectoria que en estos días dejó su cargo como inspectora jefe regional de Dipregep (Dirección Provincial de Educación de Gestión Privada) para acogerse a la jubilación. Una decisión meditada y elegida para “cerrar una etapa” y dar paso a nuevos desafíos.

En un momento que marca un hito, que moviliza emociones y supone balances, aceptó la propuesta de delinear su “perfil pergaminense” haciendo un recorrido por las distintas instancias de una vida con grandes alegrías y profundas tristezas. “Jamás pensé que cuando me jubilara iba a estar dividida en tantos sentimientos”, plantea al comienzo. Una parte suya está feliz y agradecida por lo vivido en la experiencia docente; y otra más íntima, aún está tratando de rearmarse luego de la pérdida de su hijo Nicolás, fallecido hace un tiempo en un accidente. Claros y oscuros conforman el universo del relato, como sucede en muchas historias de vida. Sin embargo Adriana, quizás por su profunda vocación de construir, tiene un tono alegre en la voz y una mirada nítida. Como si no hubieran existido las tormentas. 

Como ocurre casi siempre, las primeras referencias aluden a la infancia vivida en el barrio Acevedo, es la única hija del matrimonio de Leonilda Margarita Dall’Occhio y Juan Bautista Pelourson. “Mi padre era facturero pastelero y mi madre, ama de casa, dueña de una capacidad infinita de llenar los tiempos del hogar con actividades como tejer, coser, cocinar, preparar dulces, criar gallinas y cultivar la huerta. Mi niñez fue un tiempo feliz, de un barrio con muchos terrenos baldíos llamados por nosotros ‘campitos’ en donde cazar mariposas”. Nunca sintió como una falta el hecho de no tener hermanos y desde niña aprendió a ver en sus vecinos y compañeros de colegio, amigos incondicionales para andar en bicicleta, merendar y disfrutar de la infancia.

De sus vivencias de la niñez y de la enseñanza de sus padres aprendió cualidades que llevó para su vida cuando fue tiempo de armar su propia familia, junto a su esposo  Edgardo Sirito, con quien se casó a los 21 años y tuvo dos hijos: Emilio Sebastián, casado con Andrea Carpintieri, a quien Adriana quiere como a una hija; y Nicolás, que le fue arrebatado por la fatalidad tempranamente. “El es el hijo que falta”, afirma sostenida en sus afectos para superar un dolor incomparable.

 

Vocación docente

De chica fue a la Escuela Nº 10 y más tarde al Colegio Normal. Cuando egresó comenzó a trabajar y en forma paralela estudió el Profesorado para la Enseñanza Primaria. Se recibió, pero siguió en su empleo de entonces, en el área técnica de una empresa dedicada a la confección. “Mi tarea era hacer un análisis del desarrollo de las prendas para obtener los tiempos de confección y producción y luego de eso liquidaba los premios de producción”, cuenta y recuerda que a principios de los años 90 con la crisis del sector textil esa empresa cerró para permitirle el inicio de una nueva etapa. “Siempre tuve vocación por la docencia y en esos años mientras trabajaba seguía formándome, hacía los seminarios que se dictaban en el CIE y siempre buscaba el modo de mantenerme actualizada en las áreas de la docencia porque sabía que en algún momento iba a trabajar como maestra. Eso sucedió en 1990, con una suplencia en la Escuela Nº 10”.

 

Las primeras experiencias

En la Escuela Nº 10 como maestra de grado encontró gente que resultó significativa en su historia laboral. “Filomena Fassi que era la directora y María del Luján Peralta fueron dos referentes para mi carrera docente”. Tuvo compañeras con las cuales se sintió muy cómoda y siempre buscó el modo de “compartir con otros la tarea. Esto estuvo siempre en mí, no quedarme aislada sino buscar al otro para aprender con él”.

Trabajó allí hasta 1994. “Con Mónica Perino Actis recuerdo que armamos un kiosco en la escuela y con lo que recaudábamos pagábamos los viajes de estudio de los chicos cuyas familias no podían costear ese gasto. Compartí con los chicos viajes inolvidables, con varios de ellos nos seguimos encontrando”.

Más tarde fue el tiempo de trabajar en la Escuela Nº 64. Allí quedó como maestra a cargo. Junto a otras docentes como Mónica Taraborelli hacían todo tipo de tareas. En 1996 titularizó en la Escuela Nº 11 del barrio Otero. “Allí encontré gente excelente, Emilce Albarracín, Graciela Gaído, Rosana Masiero, Claudia Piai, Marita Rolandelli y Marita Filippini. Entré en una escuela que tenía un formato y rápidamente adquirió otro porque fue un tiempo de transformaciones y crecimiento.

“Pasamos obras, inauguraciones y conformamos un equipo coordinadas por Susana Garuti que era la directora y otro referente en mi carrera que me estimuló para rendir para cargos directivos”, refiere.

 

Nuevos desafíos

El 5 de abril de 2001 la convocaron para cubrir una suplencia de vicedirectora en la Escuela Nº 22. Confiesa que fue un cambio enorme, pasó de trabajar en una escuela con 205 alumnos a otra que tenía una matrícula de 1.271 alumnos y realidades distintas. Eso la impulsó a tomar el desafío y lo asumió como la posibilidad de “seguir aprendiendo”. Estuvo en ese cargo hasta marzo de 2002 y destaca el aprendizaje obtenido del trabajo con la directora Analía Corona.

Un tiempo antes había comenzado a estudiar el Profesorado para Tercer Ciclo y Polimodal en Ciencias Políticas, impulsada por regresar a la condición de “ser estudiante” y motivada por su pasión por la política. “Fueron años muy movilizantes. Me gustó siempre la política y la posibilidad de analizar situaciones en contextos históricos”, refiere y asegura que disfrutó de esa experiencia.

 

Una experiencia distinta

Luego de un breve período en la Escuela Nº 11, volvió a rendir para un cargo directivo y quedó primera en el listado. Había muchas posibilidades para elegir y esta vez optó por el trabajo en el ámbito rural. “Nunca había tenido la experiencia y me pareció que iba a resultar interesante como posibilidad de poner en práctica todas las vivencias que había tenido. Elegí la Escuela Nº 27, en el camino a Bigand.
“Allí había que hacer de todo y movilicé a mucha gente, al Consejo Escolar, a los arquitectos para arreglar la escuela, todo el mundo colaboraba, las familias, los caseros. Fue una vivencia muy rica, era maestra de plurigrado”, cuenta.

De las muchas experiencias allí, recuerda un acto del 17 de agosto en el que la escuela recibió a Gustavo Pérez Ruiz para hacer una transmisión en vivo desde la escuela.  “Era un proyecto que teníamos varias escuelas rurales, vinieron artistas, parecía que estábamos en una gran ciudad. Fue inolvidable”.

 

Un escalón más

Casi sin proponérselo, Adriana fue escalando en el desarrollo de su carrera docente. En ese devenir, Sonia Palacios fue quien le insistió para participar en una prueba de selección para inspectores de gestión estatal y de gestión privada. Rindió y quedó como inspectora de Dipregep para la Región VII. “Tenía que viajar, al año siguiente hubo un reordenamiento y pasamos a ser Región XIII y fue otro gran desafío”.

Con ese cargo comenzó una nueva etapa de enorme responsabilidad, en coincidencia con un período en el que se produjeron importantes transformaciones desde el punto de vista de la política educativa. “Fueron muchos cambios que tomé con mucho compromiso porque creo que en estos últimos doce años la política educativa ha estado y está centrada en el alumno, en la mejora de los aprendizajes y en el docente, en darle la posibilidad de que se capacite.

“En este devenir salió el concurso para inspectores de nivel primario y rendí. En 2010 tomé mi cargo de provisional a titular y en octubre de ese año me ofrecieron la jefatura. El doctor Drivet me notificó y tomé el desafío de ser jefe regional de la Región XIII para la gestión privada”. Esa experiencia significó la posibilidad de “trabajar en un lugar que fue la suma de todos los demás y al mismo tiempo asumir una responsabilidad en materia de gestión.

“Agradezco haber pasado por el cargo en estos años en los cuales se han armado espacios de construcción en los que se intenta que prevalezca lo democrático”, afirma y asegura que el imperativo fue “posibilitar la interacción de distintas generaciones, líneas de pensamiento e ideologías entendiendo que en educación lo político existe y hay que poder diferenciarlo de lo partidario.

“Creo que logramos avanzar en esa construcción, mi aula fueron las inspectoras y el personal con el que trabajé estos años”, señala y aprovecha la oportunidad para agradecer a sus compañeros de tarea y a sus pares. “Tuve una excelente relación de trabajo con los inspectores distritales, con los colegas de gestión estatal, cuando comencé Daniel Gatti y luego Nora Urriza. Agradezco a mis compañeros de Jefatura y sede por la tarea compartida. Siempre encontré en mi camino gente increíble”.

 

Cerrar una etapa

La jubilación llegó para Adriana Pelourson como una decisión “elegida”. “Yo ingresé en 1990 y siempre tuve la idea de que uno no debe estar tanto tiempo en el mismo lugar, que debe mantener la pasión y la energía e irse sin estar desgastado, porque de lo contrario lo que uno transmite es desgano. Siempre supe que cuando cumpliera 25 años de labor me iba a jubilar para dar paso a otros proyectos. Lo que nunca pensé es que iba a ser inspectora y que me iba a retirar de esta manera, cerrando mi historia laboral habiendo recorrido todos los espacios de la docencia.

“Cierro mi historia de trabajo feliz y agradecida, me voy con la satisfacción de ver que las escuelas privadas tienen proyectos de integración, que pudimos trabajar en educación sexual con el acompañamiento de hermanas y sacerdotes, no fruto de una circular que se los impuso, sino de un proceso de construcción de vínculos”.

 

Del lado de la vida

Recibe esta nueva etapa con expectativa. Lo señala en la charla y de inmediato la conversación hace el pasaje de lo laboral a lo personal. Adriana Pelourson la difícil vivencia personal que le tocó afrontar con la muerte de su hijo puso en suspenso muchos proyectos. “Tengo un espíritu inquieto, pero hay situaciones de la vida que me han cambiado a mí y a mi familia”.

Frente a la adversidad, fiel a su esencia, eligió posicionarse del lado de la vida. Se define como una mujer de fe y asegura que eso le ha permitido “seguir en pie”. 

“Creo que la oración sana, que la oración de muchos genera una luz en el alma que a uno le llega”, afirma y relata que en este tipo tanto la fe como el apoyarse en lo clínico y en lo psicológico le han servido para seguir “pensando en apostar a la vida”.

Dueña de una entereza que se advierte en su mirada, en las huellas de su hijo que lleva grabadas, considera que en la pérdida también hay un aprendizaje. “Yo disfruté mucho de mi familia, de mis hijos que fueron hermanos entrañables y me dieron una felicidad infinita. Pero igualmente tal vez haya que vivir más el momento, disfrutar el día a día sin pensar tanto en los mañana lejanos.

“Es una postal que te devuelve la desgracia. Yo despedí a mi hijo como todos los días a las 8:00 de la mañana, me subí al auto, él a su moto para irse a trabajar, hablamos del recital de Estelares al que íbamos a ir, nos sonreímos y no lo vi más. A las 17:30 fue el accidente y eso cambió la realidad para siempre”, cuenta en un conmovedor relato.

De allí en más, la tarea fue rearmarse. “No fue fácil para mi familia ni lo es, porque nosotros no somos los mismos, pero estamos juntos y vamos a seguir luchando”, afirma con la voz afectada por una emoción a flor de piel, pero con la valentía que solo tienen los grandes maestros, esos que como Adriana enseñan tanto en el aula como en la vida.


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