Perfiles pergaminenses

Alberto Andrés, un apasionado por los “fierros” y honesto trabajador


 El transcurso del tiempo no modificó la pasión que Alberto siente por su oficio- el de ser mecnico (LA OPINION)

'' El transcurso del tiempo no modificó la pasión que Alberto siente por su oficio: el de ser mecánico. (LA OPINION)

Se inició en la mecánica a los 16 años, pero la pasión por los motores comenzó a los 12 cuando su papá compró una moto. Después de haber aprendido el oficio decidió independizarse. Durante la charla con LA OPINION, sostuvo que la receta para permanecer en el rubro por tantos años es la honestidad, “hacer las cosas bien, no hay fórmulas mágicas”.

Apasionado por mi trabajo y por los fierros”, así se define Alberto Andrés, el hombre, padre, mecánico de 66 años que hoy, amén de su extensa trayectoria, cuenta con una página en esta edición dominical por cumplir lo que para este cuerpo periodístico es condición necesaria para encuadrarse en un verdadero perfil, ser ejemplo, modelo a imitar por las buenas conductas que supo desarrollar en esta ciudad.

Alberto nació en Pergamino el 19 de junio 1948 y sus padres fueron Juan Francisco Andrés, que se desempeñó como mayordomo de la Municipalidad por espacio de 38 años y Elsa Acosta, ama de casa, ambos pergaminenses.

“Hijo” del barrio Acevedo, Alberto se crió en una casona de Salta al 400, vivienda que hoy se constituye en el hogar de su hijo, y es el menor de tres hermanos: Elsa de 75 años y Juan Carlos de 68.

Cursó sus estudios primarios en la Escuela Nº 4 “Bartolomé Mitre” y en esas calles de la zona norte de la ciudad transcurrió su infancia y  adolescencia; si hasta se le “pianta un lagrimón” al recordar esas épocas junto a sus amigos. “Cuando mis amigos se iban a jugar al fútbol yo me cambiaba y salía a pasear. Me encantaba salir y era muy vago, además la pelota no era lo mío”, recuerda Alberto.

 

Esa bendita pasión

La pasión por los “fierros” siempre estuvo presente en Alberto, pero la adquisición por parte de su padre de una moto, cuando él contaba con 12 años, hizo que esa pasión se plasmara en la acción ya que, según Alberto “armaba y desarmaba la moto todos los días”.

Después de haber terminado de cursar sus estudios primarios, su padre le dio dos opciones: estudiar o trabajar y sin dudas Alberto eligió la segunda. Su primer trabajo como mecánico lo desarrolló en el taller de Néstor Novoa. “Cuando cumplí 16 años, Novoa me ofreció trabajar en su taller y acepté. Trabajé allí por espacio de cuatro años hasta que un día decidí independizarme. Recuerdo que me puse de firme ante Novoa y le dije que no iba a ir a trabajar más porque tenía intenciones de abrir mi primer taller. Todos decían que yo era muy vago y que el taller no iba a ser un emprendimiento que me durara, además en aquella época los mecánicos eran viejos, no existían mecánicos jóvenes. Yo no tenía siquiera un cliente pero estaba convencido de que quería tener mi propio taller”, relata Andrés.

 

Trabajo independiente

A pesar de las buenas ofertas que su empleador le hiciera: el 50 por ciento de las ganancias del taller (que era uno de los que más trabajaba en Pergamino), Alberto buscó independizarse por todos los medios.

Fue así que a los 20 años abrió las puertas de su primer taller en la intersección de Siria y Ramón Raimundo.

 

La adaptación

Al principio la adaptación a la independencia laboral significó un gran esfuerzo y sacrificio para Alberto que por esos momentos, y en los albores de la segunda década de su vida, se constituía como un joven “callejero”. “Me encantaba salir, pasear, ir a los bailes, reunirme con mis amigos, entre ellos ‘el bocha’ Leiva que me acompañaban en mis andanzas. Teníamos plata, empilchábamos bien y recorrimos diferentes lugares del país”, cuenta Alberto.

 

La primera inversión

En el transcurso de su relato, recuerda a Domingo Polizzi, que fue el primer comerciante que le financió las herramientas para que pudiera abrir su propio taller. En cómodas cuotas y con cheques, Alberto pudo saldar las deudas contraídas y así empezó a cumplir su sueño: que su pequeño taller comenzara a ser una marca registrada en nuestra ciudad. 

 

Competencia

Entre las anécdotas que Alberto tiene presente se encuentran las corridas en auto y en moto. “Don Néstor Novoa armaba motos de carrera, tenía tres y me prestaba una para que yo corriera. Incluso firmaba él la autorización para que pudiera participar en las competencias porque yo era menor. En una carrera que se disputó en Junín gané y salió mi foto en el diario. Cuando la vio mi viejo me quería matar y discutió muchísimo con Novoa por haber firmado la autorización”, cuenta Andrés.

También se dio el gusto de competir en carreras de autos, un hobby  que no pudo continuar porque era muy costoso. 

 

Formar la familia

La estabilidad laboral vino acompañada de la emocional y entre salida y salida, conoció a la que después de unos años de novio se convirtiera en su mujer: “Tenía un amigo, Fernando Vila, que había instalado una confitería en Colón. Yo cobraba un buen porcentaje por hacerme cargo de ese espacio y al mismo tiempo podía disfrutar de la noche. Para ese entonces tenía 24 años. En la confitería conocí a quien actualmente es mi mujer, Estela Leone. Después de cuatro años de noviazgo decidimos casarnos”, cuenta, y asegura que se lleva muy bien con Estela y que en otra vida “la volvería a elegir” ya que “es muy compañera”.

Al poco tiempo de casados llegó Juan Pablo, el único hijo del matrimonio. Con 40 años y casado con Eloísa Miri, Juan Pablo le dio dos nietos “maravillosos”: Julia de 8 años y Juan Cruz de 6.

Luego de haber cursado sus estudios en Rosario en informática, Juan Pablo decidió quedarse en el taller con su padre, allí realiza tareas administrativas, al mismo tiempo que decidió instalar un salón para fiestas infantiles en avenida Hipólito Yrigoyen.

 

El paso por la Chevrolet

En Ecuador y Avenida de Mayo, Alberto instaló su segundo taller y empezó a trabajar de manera conjunta con Rubén Macagno por espacio de 20 años aproximadamente.

Con el inicio del nuevo milenio Alberto desempeñó su labor en la concesionaria que Chevrolet  tiene en Pergamino. “Me vinieron a buscar los dirigentes de la Chevrolet pero mi condición era no ser empleado. Por eso llegamos a un acuerdo: el taller era mío y ellos me daban un porcentaje por cada trabajo realizado. Acepté la propuesta y trabajé allí 12 años”, señala Alberto.

En su paso por la concesionaria local, tuvo la posibilidad de realizar cursos que le sirvieron para aprender un poco más acerca de la tecnología con la que hoy cuentan los automóviles.

El transcurso de los años imprimió serias modificaciones en el oficio del mecánico, así lo hace saber: “Me gusta mucho la mecánica de antes, era menos complicada. En estos días no podemos ser solo mecánicos sino que también hay que entender de electrónica para poder solucionar los problemas de los autos que difieren año a año en sus modelos”.

 

Sus autos

Haciendo memoria de los vehículos que tuvo, Alberto cuenta que entre sus primeros autos se encuentra un Peugeot 403, un Peugeot 404 y un Valiant II. “Mi vida son los ‘fierros’, los autos, es por eso que tengo varios en este momento”, afirma seguro de que en sus tiempos libres se dedica a armar autos “viejos”.

 

Las salidas

Priorizando la amistad, un sentimiento entrañable, Alberto  contó que los viernes son días de peña con sus amigos. “Hace 50 años que me une una hermosa amistad con Mario Díaz, Luccarelli y ‘Cacho’ Yasich. Todos los viernes cenamos y conversamos mucho. Los sábados salimos con mi señora y los domingos son los días para la familia, es por eso que esos días cuido y disfruto de mis nietos”, relata.

El viajar es otra de las cosas que más le gusta. Durante su juventud se dedicó a recorrer el territorio nacional, pero luego de haber disfrutado de los diversos paisajes que ofrece Argentina, Alberto prefiere el mar.

 

Pasión y honestidad

Instalado en su taller de avenida Marcelino Ugarte al 1000, espacio que forjara hace tres años, destacó que hizo todo lo que quiso pero le hubiese gustado “competir, por más tiempo, en las carreras de autos”.

Sin temor al transcurso del tiempo, Andrés refiere que “la muerte llega justo en el momento indicado. No le tengo miedo. Celebro la vida a cada momento y le agradezco todo lo que me permitió tener, con sacrificio que es el único modo de obtener lo que uno se propone”.

Solidario y predispuesto, no se considera un hombre egoísta por el contrario, agrega  que “cada vez que viene un colega con alguna dificultad en su trabajo lo ayudo” e indica que la receta para permanecer en el mismo rubro por tantos años es la honestidad, “hacer las cosas bien, no hay fórmulas mágicas”.

Trabajador incansable y apasionado de lo que hace, afirmó “tener pilas para rato”. “Voy a trabajar hasta que me canse, levanté un poco el pie del acelerador en los últimos años, pero no pienso abandonar mi oficio”, concluye convencido.


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