Perfiles pergaminenses

Alfredo di Santo: la alegría y la nostalgia de un ferroviario


 Alfredo di Santo pasa sus días en su casa La pileta su espacio preferido para el descanso (LA OPINION)

'' Alfredo di Santo, pasa sus días en su casa. La pileta su espacio preferido para el descanso. (LA OPINION)

Acaba de cumplir 80 años y recuerda vívidamente las anécdotas de su trabajo en el Ferrocarril Belgrano. Observa con tristeza que se haya perdido el desarrollo que generaba el tren y sueña con ver transformada esa realidad. En lo personal disfruta de la vida en familia, rodeado por sus afectos.

Alfredo Carlos di Santo es un vecino de Pergamino que durante muchos años trabajó en el Ferrocarril Belgrano y aunque está jubilado desde que cumplió sus 55 años, hoy con 80 recién cumplidos sigue siendo un ferroviario porque lleva en el corazón la pasión por el tren y la nostalgia de un tiempo en el que en torno a las vías se tejía el desarrollo de los pueblos.

“Nací en Pergamino, en Formosa al 200, me recibió el doctor Pereyra Duarte y la  partera Viglierchio; mis padres eran Luis y María, él ferroviario y ella ama de casa”, recuerda y comenta que vivió parte de su infancia en Patricios, un pueblo ferroviario al que fue trasladado su padre. “Jugábamos con mi hermano mayor, Rubén Alcides y gran parte de nuestra infancia transcurrió en la calle, jugando a la pelota, al aro, a las bolitas y a la escondida”.

El regreso a Pergamino se dio en 1948, para terminar la primaria en la Escuela Nº 6, frente a la estación del Trocha, y comenzar sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios.

“Tenía el sueño de ser algo, lo entusiasmé a mi papá para que me anotara en la Escuela de Artes y Oficios que estaba en calle Uriburu (hoy Florida), empecé, me gustaba mucho el taller y tenía las mejores notas, lo que siempre me lo señalaban mis profesores de aquel tiempo, Troncaro y Gaído, pero el problema es que en las materias de estudio me sacaba todos aplazos, así que cuando llegué a mi casa con el boletín mi papá me dijo que había dos caminos: o mejoraba en la escuela o tenía que salir a trabajar. Así fue que me contacté a través de unos conocidos con una carpintería que funcionaba en calle Libertad (hoy Estrada), antes de llegar a Alsina, me presenté y comencé mi oficio como carpintero”, refiere en el transcurso de la charla.

“Fui como aprendiz y trabajé mucho tiempo, éramos como veinte, lo único que se traía de Buenos Aires eran los herrajes; trabajábamos en obras, fui carpintero hasta que cumplí los 18 años”, agrega.

Al llegar a esa edad, su principal aspiración era sacar la libreta de enrolamiento para poder afiliarse al Partido Socialista Democrático. “Me afilié, andaba con la libreta y con orgullo mostrando mi afiliación”.

 

Su ingreso al ferrocarril

Hijo de ferroviario, tuvo la posibilidad de ingresar como aspirante a la carrera de máquinas. “Me llamaron de Puente Alsina  para entrar en el ferrocarril como aspirante a maquinista. Para ingresar dejé todo, madre, padre, amigos, agarré un monito y me fui a Puente Alsina, hice todos los deberes para entrar y cuando ya casi había completado todos los requisitos, uno de los jefes me dijo que solo me faltaba la afiliación peronista, que sin eso no iba a poder ingresar. Fue muy fuerte para mí esa noticia, yo era socialista y para poder trabajar tuve que hacerme peronista, supongo que la superioridad política del ferrocarril ni sabía eso. Hice la afiliación en la Unidad Básica que estaba atrás de la Plaza 9 de Julio y con ese comprobante volví a Buenos Aires y empecé a trabajar como aspirante y realicé algunos viajes como foguista en el Ferrocarril Belgrano, que en aquella época se llamaba Mirlan”.

Con el tiempo llegó su traslado a Pergamino y eso le permitió regresar a su ciudad, donde fue foguista mientras seguía estudiando el tema de las máquinas y también instructor de la escuela a vapor. Aquí fui foguista mientras estudiaba todo el tema de máquinas. 

 

La vida familiar

En esa época conoció a la que hoy es su esposa, Ana María Fioramonti. “Ella era de Salto y vivía muy cerca de donde funcionaba un punto de relevo, nos conocimos y al final triunfó el amor, hace más de 50 años que estamos juntos.

“Nos casamos en Salto en 1965, ya casi hace cinco décadas, y nos vinimos a vivir a Pergamino, primero en la casa de mis padres y más tarde en esta, nuestra casa que levantamos juntos desde los cimientos”, señala mientras su esposa escucha atenta cada instancia de la entrevista.

“Yo fui el albañil y Ana fue peón de albañil, pasamos juntos todas las épocas, pero logramos cumplir nuestro objetivo y tuvimos a nuestros dos hijos: Graciela que es maestra y Marcelo que vive en Buenos Aires y es gerente de una empresa de medicina”.

El mayor tesoro que tienen es su familia, sus hijos y sus nietas: Daiana di Santo que vive en Buenos Aires, es modelo de pasarela y se está preparando para ir a Europa; Carolina Bulgarelli que es estudiante de Diseño en la Unnoba y está en tercer año; y Agustina Bulgarelli que es contadora y este año egresó de la UCA siendo abanderada.

“Nuestras nietas son el motivo de nuestras grandes satisfacciones y de nuestras emociones”, cuenta.

 

El principio del fin

Guarda del Ferrocarril los mejores recuerdos. También conserva marcadas a fuego vivencias que tuvieron que ver con los cambios que se produjeron hasta desencadenar en lo que fue el decaimiento de la actividad ferroviaria. “Un día estaba listo para salir a Mercedes, había preparado la máquina, cuando se apersonó un señor muy elegante con una enorme carpeta y me preguntó qué hacía yo ahí arriba. Me obligó a bajar y me dijo que esa máquina era suya mostrándome su carpeta. Recuerdo que me tuve que bajar y ver cómo se llevaban la máquina a una vía muerta que se llamaba Don Pedro, le bajaron la presión y al rato empezaron a desguazarla como si fueran perros hambrientos de esos que están en las selvas.

“Ahí empezó el principio del fin, yo no lo podía creer, era una máquina sueca muy noble, la cortaron el rodajas como a un fiambre y cargaron los elementos en un semirremolque enorme, prometiendo que iban a cambiar los equipos por máquinas diesel que nunca llegaron”, agrega, aún conmovido.

“Así empezaron a llevarse parte del ferrocarril, se corría la bolilla de que iban a modernizar el tráfico, pero transcurrió el tiempo y no quedó ‘ni el loro’, se llevaron todo y los foguistas nos quedamos mirando para un lado y para otro con mucha incertidumbre sobre nuestro futuro. Lo único que quedó fue un guinche y algunos elementos y ahora en el galpón de máquinas han puesto una ferretería”, refiere.

Trabajó como ferroviario hasta los 55 años, en que se jubiló. “Por ley el personal de máquina debe retirarse a esa edad porque es cuando comienza el deterioro del cuerpo, cumplí con eso y no hice más nada cuando me jubilé”.

Confiesa que estar retirado fue una experiencia a la que tuvo que acostumbrarse, porque además durante diez años ganó 270 pesos. “Hice el reclamo y cuando me autorizaron la actualización de haberes me dieron apenas el 10 por ciento de lo que me correspondía, y cuando me volví del banco no sabía en qué bolsillo había puesto la plata que me habían pagado.

“Pero bueno, el dinero no es lo importante, lo importante es la familia y yo tengo una buena familia y una vida tranquila. No quiero salir de mi casa porque acá tengo todo, ayudo a Ana y paso las tardes en la pileta y cuidando a mis animalitos, algunas cotorritas y dos tortugas, salgo solo para sacar la basura.

“Me quedo en el patio con la manguera, me descalzo, me pongo un short viejo y ‘patapúfete’ a la pileta; después me como unos cuadraditos de queso con mortadela, un refresco y otra vez al agua, todo mi verano es aquí”, cuenta y se siente un afortunado.

 

La nostalgia

Sobre el final de la entrevista el recorrido vuelve sobre sus vivencias en el Ferrocarril. “Mi vida como ferroviario me gustó enormemente, fue hermosa porque allí empecé a respetar, a tratar de usted. Hoy veo con mucha tristeza lo que pasa en el ferrocarril. No puedo creer que en un terreno donde hubo tanta riqueza haya hoy tanta pobreza. Cuando veo la estación lloro, es feo pensar que hubo tanto y hoy todo quedó reducido a la desgracia y la oscuridad, porque uno o dos vinieron y se llevaron todo”. 

Cuando Alfredo habla del Ferrocarril, también habla de la ciudad. Aquel era otro Pergamino, la llamada Perla del Norte en su máximo esplendor. “Cuando salíamos de la carpintería nos veníamos todos en bicicleta y nos íbamos encontrando por el camino con todos los que salían de otras fábricas, íbamos bajando por la Avenida y nos íbamos disgregando cada uno para su casa, todos trabajábamos. Había muchas fábricas y un desarrollo pujante.

“Años después lo que pasó en el Ferrocarril fue otra vez volver al retroceso”, agrega y reconoce tener en su corazón a la familia ferroviaria, a la suya y a la de tantos.

“Siempre recuerdo la ansiedad que me daban los últimos viajes y hoy han pasado muchos años, acabo de cumplir 80 y siento que he vivido plenamente. Que he sabido llevar la vida y que estoy en paz”, concluye, emocionado mirando a su esposa y agradeciendo el camino que transitaron juntos y el presente que los tiene unidos y felices.


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