Perfiles pergaminenses

Eldo Marmarusso: boletero de la vieja estación del Ferrocarril Mitre


 Eldo Marmarusso tiene una vida llena de experiencias (LA OPINION)

'' Eldo Marmarusso tiene una vida llena de experiencias. (LA OPINION)

Ante sus ojos pasaron las historias de viajeros que se acercaban a la ventanilla para comprar los pasajes y viajar en tren. Mucha gente lo conoce en ese rol. Otros, saben de él por su trayectoria deportiva como jugador de fútbol y basquetbol. Y hay quienes lo identifican como comisionista porque durante años usó su día franco para viajar a Buenos Aires a hacer diligencias. 

Eldo Rubén Marmarusso tuvo un trabajo de esos que lo transforman en parte de la vida misma de la cotidianeidad de una ciudad: durante treinta años fue uno de los boleteros de la Estación del Ferrocarril Bartolomé Mitre, una tarea administrativa, pero emblemática para la vida del tren. Son muchos los viajeros que pasaron ante su mirada para comprar el boleto y emprender la aventura de viajar en tren, cuando la actividad ferroviaria en esta región funcionaba a pleno y era el motor del desarrollo de los pueblos.

El recuerda cada una de las vivencias, el hábito de levantarse a las 4:15 de la mañana para ir a trabajar, el llegar a la Estación y vender los boletos, y el compartir momentos inolvidables, una vez que se iba el tren, con la gente del bar de la Estación. Es hijo de un ferroviario, Miguel Marmarusso, un guarda conocido, y desde chico aprendió las rutinas de la vida entre los andenes.

Hoy tiene 75 años, está jubilado, pero reconoce que “nunca se deja de ser un ferroviario”. Nació en Pergamino y toda su vida transcurrió en el barrio Acevedo, en Vélez Sarsfield, más tarde en Guido, entre Sarmiento y Siria, y desde 1982  en los edificios de la UOM.

“Era muy distinto el barrio Acevedo a como es ahora, no andaban los autos, sobre todo en las épocas del fútbol, del clásico Douglas-Tráfico’s, la gente iba en manada caminando hasta la cancha, era impresionante la cantidad de personas que asistían a esos partidos”, recuerda con espíritu futbolero y en varios momentos del relato, el recuerdo de alguna vivencia mantiene viva en él la memoria de sus padres: Catalina Covasevich y Miguel Marmarusso. 

De chico fue a la Escuela Nº 4 cuando terminó sexto grado comenzó a trabajar. “En esa época no había opciones, o trabajabas o estudiabas y como yo era hijo de ferroviario, tuve la posibilidad de entrar al Ferrocarril, siguiendo una tradición familiar. Trabajé un año y medio sin sueldo en el Ferrocarril Mitre cumpliendo un horario, hacía trabajos de oficina y rotaba de un sector a otro. En esa época te mandaban tres meses a la boletería, tres meses a encomienda, carga, telégrafo, eso te permitía aprender todas las tareas”, cuenta y señala que como no percibía un sueldo por aquella tarea, a la par encontró el modo de ganar el sustento trabajando como cadete en Grimoldi y en Casasco.

“En 1957 me fui tres años a trabajar a Buenos Aires, para tener la posibilidad de conseguir la efectividad en el Ferrocarril. Recuerdo que me acompañó mi padre porque no conocía nada, antes no era tan común como ahora viajar.  En ese tiempo si una familia viajaba a El Arbolito, salía en el diario porque no era habitual como es ahora que la gente viaja hasta en bicicleta”.

Trabajó en la Capital, quedó efectivo y en 1961, después de haber hecho el Servicio Militar en Magdalena, por un artículo de familia, tuvo la oportunidad de que le dieran como destino de tareas en el Ferrocarril, en la Estación Pergamino. Volvió a casa y estuvo 36 años trabajando allí, treinta de los cuales fueron en la boletería.

“Vendía los boletos y por eso me conocía mucha gente; era un trabajo que me gustaba. En aquella época funcionaban trece trenes, así que había un encargado y tres boleteros que cumplíamos turnos de 8 horas cada uno”, describe y comenta que más tarde quedó él solo porque con el tiempo fue quedando “un solo tren”.

“Se vendían muchos boletos. En El Colegial que lunes, miércoles y viernes iba a Juncal, se vendía un promedio de 30 ó 40 boletos para Manuel Ocampo, El Socorro y Peyrano en forma fija; más de cien personas viajaban en ese tren porque no había otra manera de trasladarse, era todo camino de tierra”, agrega.

También menciona el tren a Buenos Aires, un servicio muy utilizado. “En el ‘Ciudad de Buenos Aires’ viajaba muchísima gente, era una unidad que contaba con ventanillas herméticas, con mozo”, comenta y señala que la gente elegía viajar en esa unidad y para comprar los pasajes a veces había colas hasta la Plazoleta Cerrutti, en la puerta de la Estación.

Las estampas que pinta su relato parecen hacer referencia a otra ciudad, a otras rutinas. Trabajó hasta 1993 en el Ferrocarril, cuando cerró y los despidieron. Fueron a cobrar su indemnización en Rosario y se jubiló con el título de dependiente de tercera con 334 pesos de sueldo. Fue un tiempo complicado para Eldo y para toda una generación de ferroviarios que veían venir ese final. “El diésel ya corría con atraso y cuando algo se rompía se ataba con alambre, eso hacía presuponer que los ferrocarriles ya no iban a ser lo que eran”.

 

Las comisiones

Ya a la par de su tarea como ferroviario, en 1974 Eldo había comenzado a trabajar como comisionista con su padre. Hizo ese trabajo durante 30 años. “Viajaba a Buenos Aires en mi día franco que era los lunes, era otra época en la que no había tantos comisionistas, de hecho con mi padre eran tres. Ahora hay servicios que realizan esta tarea con vehículos propios, pero en aquel tiempo todo lo que hacíamos era artesanal, llegábamos a Buenos Aires y nos movíamos en colectivo o en subte para hacer las comisiones”.

Cuando se jubiló en 2005 se fue a trabajar como cobrador en la Compañía de Seguros con Roberto Cittadini y después fue tiempo de retirarse de la rutina laboral.

 

Su presente

Hoy dedica su tiempo a su familia, junto a su esposa Julia Celia Domenech, a quien conoció cuando ella tenía 14 años y él 21 y con quien se casó cuando ella tenía 21 y él 27. “Hace 47 años que estamos juntos y estamos tratando de llegar a los 50”, bromea y asegura que la clave de la permanencia en el matrimonio es el respeto y el compartir las cosas de todos los días.

Tienen dos hijos: Paula, que vive en Pergamino y tiene una santería, está casada con Javier Cignoli y tienen  tres hijos: Luisina (12), Lautaro (18) y Luciano (21); y Diego, pediatra gastroenterólogo que vive en Rosario junto a su esposa Daniela Botazzi y tienen dos hijos: Sara (14 meses) y José (3 años).

“A mi esposa la conocí a través del fútbol, porque jugué en Tráfico’s Old Boys con su hermano Hernán, ya fallecido”, cuenta y con esa apreciación inicia en la charla el relato de otro de los capítulos de su vida: la actividad deportiva.

 

El fútbol y el basquetbol

“Me inicié en el deporte en Dou-glas Haig jugando al basquetbol cuando tenía 14 años. Estuve 40 años en esa institución. En 1956 me llevaron a jugar al fútbol en Tráfico’s, que era la contra de Douglas, por los ferroviarios”, refiere y menciona que jugó en una división inferior hasta que en 1957 lo hizo en primera y fue parte del plantel con el que el Club Tráfico’s salió campeón durante cinco años consecutivos. Fue una época dorada del deporte local y Eldo tuvo la posibilidad de ser protagonista.

“Tengo muchos recuerdos de aquella época. Todavía guardo el diario El Tiempo, en la página donde se hacían los comentarios del campeonato y las anécdotas”.

También señala que el deporte fue un ámbito en el que tuvo la posibilidad de hacer innumerable cantidad de amigos. “Mis amigos eran de Douglas, pero mi familia era de Tráfico’s. Había un vicepresidente que siempre decía que no se explicaba cómo toda la familia Marmarusso era de Douglas menos la mía que era de Tráfico’s”.

Asegura que le gustaba tanto jugar al fútbol como al basquetbol. Pero reconoce que con el fútbol cosechó mejores resultados deportivos. “En basquetbol jugué en Primera, pero no ganábamos mucho, éramos ‘medio verdes’”, dice y sonríe.

Su carrera deportiva en el fútbol continuó durante varios años. De hecho cuando se fue a trabajar a Buenos Aires volvía los fines de semana para seguir jugando. “Al principio venía todos los sábados y domingos, después con el Servicio Militar se fue espaciando y empecé a alternar los partidos, pero siempre tuve continuidad.  Había muchas divisiones inferiores que jugaban muy bien, el Club tenía una muy buena reserva de jugadores”.

Más tarde siguió jugando en tercera y en 1967  lo convocaron junto a su cuñado para jugar en el Club Almirante Brown de Arrecifes. Allí jugó durante un año y medio hasta que una lesión en la rodilla lo dejó fuera de las canchas. Todo lo que quedó fue el recuerdo de una época gloriosa y la añoranza de haber querido seguir.

“Me gustaba mucho el deporte, recuerdo la vieja cancha de Tráfico’s, la que se conocía como ‘el tobogán’ donde hoy está en barrio La Rioja; también la actual y el folklore que se generaba en cada partido. El deporte te enseña muchas cosas; tuve la suerte de jugar en el seleccionado de fútbol y en esa experiencia tuve la posibilidad de hacer muchos amigos porque participábamos jugadores de varios clubes.

“Dejé obligado y hubiera seguido, pero me quebré y quedé con un problema en los tendones y ante el mínimo esfuerzo se me inflamaba mucho y terminaba siendo una preocupación para mi familia. Fue una lástima porque con la vida que yo llevaba hubiera podido jugar hasta los 40”, lamenta.

Aunque ama el deporte, reconoce no ser “fanático”. Es hincha de Boca Juniors, conoció la cancha ya de grande y no va actualmente a los estadios. “Escucho los goles de Douglas desde el balcón de mi casa”.

Tiene una vida tranquila, sin sobresaltos. Comparte las cuestiones cotidianas con su esposa y casi como una religión respeta la costumbre diaria de ir al Club Sirio Libanés donde juega casín. También ayuda a su hija en la santería y colabora con su hijo que vive en Rosario en todo lo que puede. Está abocado a sus afectos y a la familia.

“Voy al Club Sirio todos los días, antes íbamos a Douglas donde jugábamos al billar o algún partido de truco, pero en un momento cerraron la sede para pintar y nos mudamos a Sirio. Allí tengo muchos amigos, que no son del fútbol, hablamos de todo, voy a las 13:00 y me quedo hasta las 16:00, allí leo el diario, jugamos al casín, de hecho he participado en torneos internos, y la paso bien con los muchachos y luego me voy a casa, miro televisión, lo que hace todo el mundo”, describe.

Le gusta ser pergaminense, aunque hay cosas de la ciudad que señala con cierta preocupación. Se define como “un cabrón” y confiesa que a veces le producen enojo las cosas cotidianas, asociadas a las cosas mínimas de la vecindad y a esas cosas que necesita la ciudad y le faltan.

Ferroviario de ley, recuerda con tristeza el día que se incendió la Estación y celebra que uno de sus lugares más queridos, el viejo bar, se haya podido reabrir con renovado impulso después de aquella tragedia.

“No se deja de ser ferroviario, soy ferroviario y toda mi vida lo fui. Siempre me levanté a las 4:15 a trabajar, invierno y verano y el día franco me iba a Buenos Aires y allá a caminar como comisionista”, dice cuando casi la entrevista concluye y asegura que se lleva bien con sus 75 años, aunque no piensa demasiado en el transcurso del tiempo. Más bien agradece la posibilidad de haber vivido todo lo que vivió y de tener la vida que tiene. “Siempre me va a quedar la amarga sensación de haber tenido que dejar el deporte, pero eso ya es historia.

“Agradezco la familia que tengo y la vida que vivo. A veces pienso que a esta edad es como que la vida se te viene encima, pero no me quedo mucho en esa idea.  Todo lo que hice lo hice con gusto; no tengo cuestiones pendientes”, concluye.


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