Perfiles pergaminenses

Graciela Sosa: una de las enfermeras del vacunatorio del Hospital San José


 Graciela Sosa en el lugar donde ejerce su tarea como enfermera (LA OPINION)

'' Graciela Sosa, en el lugar donde ejerce su tarea como enfermera. (LA OPINION)

Dueña de una profunda vocación de servicio, ejerce su profesión con compromiso y entrega. Está a poco de retirarse del lugar donde trabaja desde 1980. Trazó su perfil pergaminense en el que relató anécdotas y mostró su mundo íntimo ese en el que la familia ocupa un lugar central.


Graciela Susana Sosa hace más de treinta años es una de las enfermeras que trabaja en el vacunatorio del Hospital San José. Es dueña de una profunda vocación de servicio y ama la profesión que ejerce con mucho compromiso. Sin embargo, está a pocos meses de jubilarse, lo que significa ir desandando un camino para dar paso a nuevos proyectos.

Recibe la entrevista en la que traza su perfil pergaminense en su lugar de trabajo. En un alto de la tarea, se dispone a hacer un recorrido por su historia de vida. Recuerda sus primeros pasos en el camino que eligió siendo muy joven. Rescata experiencias y afectos que cosechó a lo largo de los años. Es joven, pero cuenta con los requisitos necesarios de servicio para iniciar sus trámites jubilatorios y pedir el retiro. Está decidiendo ese proceso y asegura que aunque es una decisión “ya tomada” reconoce que no le será fácil dejar de trabajar. En el Hospital están sus rutinas cotidianas y lo que le gusta hacer.

Tiene la simpatía en el trato que poseen a menudo las personas que aman lo que hacen. Y se nota cuando conversa con pacientes o cuando intercambia bromas con sus compañeras de todos los días.

Nació en Pergamino. Su infancia y parte de la adolescencia transcurrió en el barrio Villa General San Martín, donde vivió hasta que sus padres compraron una vivienda en José Hernández, el barrio en el que vive actualmente. Su papá, Luis Horacio falleció hace tiempo y su mamá María Ester Palacios vive con ella. Tiene una hermana mayor, Patricia, y una sobrina, Gabriela Aguirre,  a la que Graciela quiere como a una hija. Tiene dos sobrinos nietos que son la luz de sus ojos: Camila y Nacho.

“Yo no tuve hijos, así que ellos son mis hijos del corazón”, afirma esta mujer que cuenta que se casó y se separó tres años después. En ningún momento de la entrevista se detiene sobre ese acontecimiento. Aprendió a vivir siempre comprometida con los suyos. Su familia es el eje de su vida y se nota en la charla. “En algún momento de la vida pensé en adoptar sola, pero después me pareció un acto egoísta que ese hijo no fuera a tener a su papá. Desistí y no me arrepiento porque la vida me dio la dicha de canalizar a través de mi sobrina y de mis sobrinos nietos todo ese amor que tenía para dar.

“Mis sobrinos ocuparon ese lugar y los padres me dieron ese lugar. Soy la tía abuela que le da las mañas, la que los lleva a la plaza, la que los ayuda con los deberes”, agrega.

Creció en un núcleo familiar de gente de trabajo. Su papá era albañil y su mamá trabajaba como empleada doméstica hasta que ya estando Graciela en el Hospital consiguió que ella pudiera ingresar también. “Mis padres fueron personas de mucho trabajo. Yo estando en plena adolescencia no quería estudiar, así que mi papá que tenía un kiosco al lado de la Gomería Miky, me llevó para que lo atendiera en el turno mañana y tarde. Supe enseguida que no era lo que yo quería y eso me decidió a seguir estudiando. A través de un aviso en el diario LA OPINION me enteré que estaban inscribiendo para la carrera de auxiliar de enfermería, no lo dudé y me inscribí”, relata.

 

Una fuerte vocación

Confiesa que la ayudó a orientarse hacia el campo de la salud la influencia de una película argentina que se llamaba “Los médicos”, donde se podía ver un hospital por dentro. “Todo lo que veía me gustaba”, afirma.

“Por ese entonces la carrera de enfermería se dictaba en el viejo Hospital San José y  era municipal porque aún no se habían unido el Hospital que era municipal con el Llanura que era provincial”, cuenta. Inició sus estudios. En el primer año les avisaron que la carrera no era válida y que si querían tener la certificación tenían que pasar a la Escuela “Doctor Luciano Becerra” que era la primera promoción de la escuela de enfermería provincial. “Tomé la decisión e ingresé y ya había confirmado que tenía vocación para ser enfermera porque me gustaba todo lo que había aprendido en ese primer año.

“Ya en la primera escuela me di cuenta que me gustaba y que tenía vocación. De hecho yo no estaba recibida y cuando iba a hacer las prácticas, los superiores vieron en mí esa disposición y esa voluntad de querer aprender y vieron en mí a una persona a la que convocaron para poder trabajar en pediatría aun faltándome algunas materias para tener mi título”, cuenta con la satisfacción de haber aprovechado a pleno esa experiencia.

De ese modo comenzó a trabajar en el viejo Hospital que ya estaba unificado. Estuvo durante cuatro años trabajando en la Sala de Pediatría hasta que en vacunación necesitaban una persona. “La jefa de Enfermería le pide a Zunilda Baroni que era enfermera con título, si podía ir a vacunación. Le piden que eligiera una compañera y ella me convocó a mí. Recuerdo que en ese entonces el jefe era el doctor Pedro Elustondo y habían llegado de Rosario el doctor Bardi y Manatini y en el control de niño sano estaba la doctora Marta Albornoz. Ninguno de ellos quería que me fuera a vacunación porque me necesitaban en la Sala. Finalmente aceptaron con la condición de que fuera por un par de meses”.

 

En el vacunatorio

Su estadía en el vacunatorio del Hospital San José duró 35 años. Es el lugar en el que actualmente trabaja. En ese espacio consolidó su vocación. “Fue y es una linda experiencia de trabajo”.

En la tarea se fortaleció en el ejercicio profesional, pero también conoció a una compañera y amiga excepcional: Zunilda Baroni. “Con ‘Zuni’ siempre fuimos muy compañeras y trabajamos todo ese tiempo juntas. Hasta que ella se jubiló hace poco. Veníamos a trabajar con anginas, nos mirábamos y sabíamos que había que hacerse buches y lavarnos para quitarnos la molestia. Fuimos inseparables y siempre nos complementamos muy bien. Nunca necesitamos que viniera otra persona al servicio”, señala en la continuidad de la conversación. Actualmente está formando a quien tomará la posta en el vacunatorio cuando Graciela finalmente se retire. “Es importante que las nuevas generaciones puedan tomar la posta”.

 

Trabajar con chicos

Reconoce que le gusta el trabajo con los niños. “Siempre trabajé con chicos desde que me recibí de enfermera hasta el día de hoy y me encanta. Lo sentí desde un primer momento, lo descubrí cuando hice las prácticas”.

Sabe que es un lugar que muchas personas no quieren por la complejidad que significa el trabajo con los más chicos. “A mí me gustó siempre, más en el vacunatorio donde sabés que a un chico le estás haciendo un bien porque estás haciendo prevención a través de las vacunas.

“En la sala era más triste porque tanto veías venir un niño a la vida como irse. Era duro”, confiesa y menciona que esas experiencias fueron las que le sirvieron para optar por el vacunatorio. “De algún modo el hecho de que fuera duro trabajar en la sala me ayudó a decidir quedarme acá. Yo era muy joven y muchas veces me iba a casa sintiéndome muy mal porque no podía olvidar al chiquito que quedaba internado. En ese sentido me hizo muy bien poder venirme al servicio de Vacunación”.

 

Ama lo que hace

Donde trabaja logra establecer un vínculo muy estrecho con los pacientes. Tiene buena relación con sus pares. Y se nota que disfruta de todas las cosas que supone su tarea. Afirma que los pacientes son muy fieles y aunque uno imagina el vacunatorio como un lugar de paso en el sistema de salud, se establecen vínculos sólidos y perdurables. “El paciente que conoce y se acostumbra a venir a un lugar no te abandona más. Hoy estoy vacunando a hijos de chicos que he vacunado cuando eran bebés”, refiere. Siente satisfacción por eso. “Es como ver el paso de distintas generaciones”.

 

Una nueva etapa

Respecto del retiro estima que pedirá la baja en diciembre. Y sabe que con esa decisión dará paso a una nueva etapa de vida. “Mi compañera Zunilda ya se retiró y eso me hizo mal. Buscamos juntas el perfil de alguien que pudiera reemplazarla y hoy tengo la satisfacción de saber que elegimos a la persona correcta. Actualmente estoy trabajando con María Tisera, una chica de El Socorro que siente la profesión de un modo particular y tiene un carisma muy especial que hace que sea bien recibida por los pacientes que hoy piden vacunarse con ella. Eso da tranquilidad. Es importante que uno pueda dejar la posta sabiendo que el servicio estará en manos de alguien que tiene el mismo compromiso que uno”.

Personalmente reconoce que le cuesta asumir la idea del retiro. “Es gradual, seis meses antes ya podés ir tomándote días u horas. Pero el momento en el que ya no venga al Hospital seguramente va a ser difícil porque gran parte de mi vida la he vivido aquí”.

Hay compañeras que ya han tomado la determinación que le aseguran que va a descubrir un universo nuevo de posibilidades cuando llegue el tiempo de dejar de trabajar. Sabe que es así, y vive con expectativas esa “nueva etapa”.

“Yo esperé a que mi sobrina cumpliera sus 15 años para retirarme, los cumple en enero así que en diciembre pediré el retiro. Para eso debo iniciar los trámites en julio, así que voy asesorándome para tomar la mejor decisión”, agrega.

Cuando no está trabajando pasa mucho tiempo con su madre que tiene 77 años. Le gustan los animales y las plantas y disfruta de compartir vivencias entre amigas. Es sociable y demostrativa del afecto. 

“Cuando salgo de casa llevo una bolsa de alimentos y ya sé con qué perritos me encuentro en el trayecto. Paro en determinados lugares, les dejo el alimento y ellos ya me están esperando”, cuenta. Tiene varios perros. Algunos en su casa y otros en casa de su sobrina. Habla con ternura de Pompi, Isaías, Dacu, Cata y Norton. Las plantas también le gustan mucho y dedica tiempo a cuidarlas. Imagina que cuando no trabaje va a tener más tiempo para disfrutar de rutinas sencillas.

Pergamino es un lugar en el que le gusta vivir. Imagina el futuro como un tiempo placentero tras una vida de trabajo. No tiene grandes aspiraciones. Le gusta comer rico y pasar tiempo con amigas. “Cuando no trabaje, me imagino que voy a poder hacer cosas que hoy no puedo, por ejemplo caminar por el centro de la ciudad por las mañanas cualquier día de la semana. Es algo que anhelo. Cambiaría un fin de semana por eso. También creo que podría viajar, de hecho ‘Zuni’ me está esperando para eso”.

Así imagina su vejez, apacible. Cosechando la siembra que será rica en afectos.

 

Enfermera de ley

La entrevista termina cuando varios niños llegan a vacunarse. Graciela se dispone a atenderlos y disfruta de lo que hace. Concibe su vocación como una tarea de servicio. Y la mejor recompensa es la gratitud de los pacientes. “Es muy gratificante ir por la calle o entrar a un negocio y que la gente reconozca tu trabajo. Ese agradecimiento vale más que cualquier cosa.

“Acá no hay director ni jefe más importante que el paciente y lo mejor que le puede pasar a una enfermera es que el paciente se vaya bien, que no tenga que irse enojado porque las personas que llegan aquí para atenderse ya tienen suficientes problemas como para que uno le cargue otro con el maltrato. Somos nosotros los que estamos para brindar un servicio”, concluye, en una apreciación que la define. 


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