Perfiles pergaminenses

Juan Carlos Molinatto: en su trabajo y en la dirigencia deportiva, el sello de su impronta


 Juan Carlos Molinatto recreó su historia de vida en dilogo con LA OPINION (LA OPINION)

'' Juan Carlos Molinatto recreó su historia de vida en diálogo con LA OPINION. (LA OPINION)

Fue empleado municipal durante 34 años y llegó a ser jefe de inspectores. Presidió el Club Racing de Pergamino, entidad de la que hoy es vicepresidente. Es titular de la Asociación de Bochas. En cada tarea, como en su familia, se abocó a transmitir los valores que le enseñaron sus padres. Para él “la bandera de la honestidad es la más importante”.

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uan Carlos Molinatto tiene 72 años y es conocido por muchos vecinos por lo que fue su desempeño como inspector municipal y por su labor en el campo de la dirigencia deportiva. Actualmente es el vicepresidente del Club Racing y titular de la Asociación de Bochas. En cada espacio que ocupa trata de imprimir una impronta vinculada a los valores que le inculcaron sus padres Juan Américo Molinatto (fallecido) y su madre Ester Rebuffo, de 93 años.

Nació en Pergamino, en el barrio Centenario, en Juan B. Justo y Monroe, donde vivió un tiempo hasta que por el traslado de su padre que era policía, se fueron a vivir a Villa Da Fonte. “Allí estuvimos un par de años”.  Juan Carlos es el mayor de tres hermanos. “Nací yo y luego Rubén Oscar (69) y María Ester Luján (66)”, cuenta en el relato de su biografía personal.

“En Da Fonte mi padre tuvo un accidente grave en la Policía y lo retiraron por incapacidad física. En ese momento nos fuimos a General Rojo donde teníamos familia y luego de unos años regresamos a Pergamino, nos instalamos en Vélez Sarsfield, frente a la Escuela Nº 8 donde asistí hasta tercer grado. Después nos mudamos a la casa de mi abuela en Monteagudo 947 y seguí mis estudios en la Escuela Nº 16. Fui abanderado y becado para seguir estudiando”, cuenta y cuando recuerda su tiempo como estudiante, acerca una mención a la que fue su maestra de quinto grado: “Tita” Mosto. La recuerda y la valora porque refiere que el día en que falleció su padre, cuando él tenía 34 años, al salir del responso en la Iglesia Merced vio a su maestra parada en la puerta del templo, que se había acercado a saludarlo. Justo en el momento en el que cada uno vuelve a ser un poco niño al perder a su padre. “Esto lo quiero resaltar porque no tiene precio. ‘Tita’ Mosto, fue una gran maestra, la recuerdo siempre y los otros días la fui a visitar. No olvidaré jamás cuánto me acompañó cuando perdí a mi padre”.

 

Los primeros pasos 

Egresado de la escuela primaria y con la posibilidad de la beca para financiar la continuidad de sus estudios, como muchos de su generación, Juan Carlos optó por “salir a trabajar”.

“En esa época había trabajo por todos lados, mi papá me dio a elegir y opté por trabajar. Un viernes terminé la escuela y el lunes estaba trabajando como cadete en la Agencia Kehoe, una concesionaria de automotores. Estuve hasta los 20 años, a los 21 fui a trabajar a la Panadería de Cichillitti de chofer y a los 23 entré en la Policía, donde estuve un año y medio hasta que trasladaron a quien fue mi jefe y excelente persona, el comisario Antonio Mataloni, y no quise seguir. Pedí la baja y volví a la panadería a hablar con Cichillitti que en ese momento era juez de Paz, hablé con él y él habló con Federico de Nápoli y entré a trabajar a la Municipalidad de Pergamino, donde estuve durante 34 años”, relata.

 

Inspector

En el Municipio ingresó como inspector, tarea que desempeñó durante 8 años. Luego fue jefe de calle 13 años y lo trasladaron a la Estación Terminal donde cumplió funciones como inspector, hasta que durante la gestión del intendente Alcides Sequeiro lo designaron como administrador. Años más tarde, ya en la administración del intendente Héctor Gutiérrez, lo trasladaron como inspector a la Dirección de Bromatología.

“Siempre fui inspector y me gustaba mi trabajo. Era distinta la ciudad en aquellos años. No había tanta cantidad de motos ni de vehículos. Los inspectores teníamos autoridad en la calle y éramos respetados y respaldados en nuestra tarea. Había una autoridad diferente, se respetaba el uniforme y teníamos mucho respaldo de las autoridades. Cuando empecé no había juez de Faltas, la autoridad era el intendente y actuaba mucho la Policía que colaboraba con nosotros”, refiere.

Se jubiló en el 2000 cuando el Municipio adhirió a la ley de jubilaciones anticipadas que había sacado el gobernador Carlos Ruckauf. “Tenía 58 años y 34 de servicio. Fue una decisión que tomó el Municipio y fueron varios los empleados municipales que nos retiramos en ese momento”.

Juan Carlos asegura que tuvo que reacomodarse después del retiro, aunque comenta que como siempre “hice otras cositas”, el alejamiento no fue tan duro para él. “Siempre tuve dos trabajos, tuve taxi, un reparto de vino, un reparto de golosinas; toda la vida fue un inquieto y además siempre le dediqué tiempo a la actividad deportiva”. 

Menos del deporte, hoy está retirado de toda actividad laboral. Dedica su tiempo a la familia que armó con Graciela Luján Arango, con quien está casado desde hace 37 años en segundas nupcias. Disfruta de sus hijos: Juan José, de su primer matrimonio, que hoy tiene 46 años; Carlos Federico (30), de su matrimonio actual, casado con Antonela Campilongo y María Ana Luján Gutiérrez (39), soltera, hija de su esposa y para él “una hija más”. También se deleita con el placer de los nietos. “Los chicos me han hecho el mejor regalo, los nietos Magalí (17), Josefina (6) y Agustín (3). Tratamos de pasar tiempo con ellos y es una compañía que nos gusta. Los chicos te alegran la vida. Por suerte tenemos una linda familia y nos llevamos muy bien”, afirma. 

 

La dirigencia deportiva

Su llegada al mundo del deporte se dio durante la infancia y primera adolescencia en el barrio Acevedo, en calle Maipú, donde actualmente vive su mamá.  “Ahí me hice de Racing, jugué en las divisiones inferiores y después por esas cosas de la vida y de la amistad me fui a jugar al Club Compañía; pero realmente no podía jugar al fútbol porque de chico había tenido un problema en los riñones”, cuenta y recuerda que una vez, jugando en la primera división, salió la crónica del partido publicada en El Tiempo, la leyó su padre, que le recordó el riesgo que eso podía significar para su salud y esa advertencia se transformó sin más en el final de su carrera deportiva. “Mi padre me confrontó con una realidad cuando me dijo que eligiera entre estar en un sillón de ruedas y jugar al fútbol. Obviamente, dejé de jugar. Igual no era un buen jugador”, agrega.

Ahora bien, esa decisión de “dejar las canchas” de ningún modo significó alejarse del club de sus amores. Por el contrario, siguió y fue configurando un perfil de dirigente de la mano de “grandes personas de las que aprendí muchas cosas”. Menciona apellidos memorables: Morales, Quiroga, Eveque, Tabárez, Serafini, Farías, Carmelino, entre otros.

“En el club tenía muchas dificultades y Roberto Farías me propuso tomar la conducción. Fui presidente de una comisión de lujo, con Farías como vicepresidente. Era toda gente honesta y de trabajo  y con gran ayuda y mucho esfuerzo logramos sacar al club de los juicios que tenía. Fueron años de mucho trabajo para lograr ese objetivo”, señala en un relato en el que menciona que gracias a su trabajo en la Municipalidad pudo contactarse con Duhalde y Romá. “Ambos me ayudaron mucho y me dieron un buen dinero para poder salvar al club. Soy un agradecido, me aconsejó mucho el escribano Sequeiro que además de ser mi jefe fue una persona que ayudó muchísimo al club, nos instaló la Sala de Salud y la esposa de Duhalde nos donó el dinero para armar la biblioteca que funciona en la institución”.

Luego de un intervalo en el período 1993-1994, en 1995 volvió a asumir la presidencia del Club Racing y al finalizar su mandato siguió siempre colaborando con la institución, hasta que en 2014 un grupo de “muchachos” lo fueron a buscar. “No acepté ser presidente, pero sí acompañar a Ariel Bermejo como vice, cargo que tengo en la actualidad”, explica y confiesa que es un hincha de Racing “de corazón”.

“Soy de Racing de Avellaneda y de Racing de Pergamino, no lo puedo evitar”, dice, sonríe, y recuerda las enormes satisfacciones que le dio el club local. “Los campeonatos son lindos, y hemos ganado algunos, pero la alegría más grande es ver a los chicos.  Es un club humilde y tenemos muchos chicos que realizan distintas actividades en el club, gracias a la Municipalidad que siempre nos da una mano y a la colaboración de comerciantes que nos ayudan mucho. Lo que sucede en un club va mucho más allá de lo deportivo y la principal satisfacción es poder ayudar”.

 

También las bochas

Para Juan Carlos la dirigencia deportiva no se agotó en el terreno del fútbol. En la actualidad y a raíz del fallecimiento del presidente de la Asociación de Bochas asumió la conducción de esa entidad que funciona en Río de Janeiro y Maipú. “Esta es una tarea que también me da satisfacciones, organizamos los torneos con las quince entidades afiliadas. Durante el 27, 28 y 29 de marzo se jugó un campeonato en Zárate y logramos el título con el representante nuestro Daniel Fernández”, comenta con orgullo y enseguida confiesa: “De este deporte solo sé que la bocha es redonda pero por una cuestión de amistad me fue imposible negarme cuando me propusieron conducir este espacio”.

 

Una impronta

En el fútbol, en las bochas, en la que fue su tarea laboral y en lo que es el universo de su vida familiar, hay una constante: pretender que las cosas se hagan bien. El mayor desvelo que Juan Carlos asegura haber tenido fue preservar los valores que le enseñaron sus padres y transmitirlos.

“Me gusta trabajar cuando hay gente honesta y es lo primero que les recalco a los que tengo alrededor. Por una cuestión de edad soy el mayor de la comisión directiva y siempre les digo a los chicos que nadie se va a salvar con el club, que un peso es del club y es para los chicos.

“Los mismos valores son los que pongo en práctica en mi vida privada y vivo con tranquilidad, rodeado de mi familia, acompañando a mi suegro que por esas cosas de la vida no está bien; tengo la tranquilidad de haber cumplido siempre con todo aquello que me propuse y de haberme comportado siempre bien en mi trabajo, con mis superiores y con mis compañeros”, sostiene y refiere que la mayor recompensa de esa siembra “son los afectos”.

“Me hace feliz tener amigos, Carlos Montano, Mario D’ Amore y Néstor Gallardo; y también haber conocido a tanta gente a la que me une un afecto”, añade cuando la charla va llegando a su fin.

En ese momento afirma que la bandera de la honestidad es para él “la más importante” y ha intentado llevarla siempre en alto, de acuerdo con su carácter “siciliano”.

Con ganas de seguir haciendo cosas, Juan Carlos sueña con ver a sus nietos grandes y solo desea que “ellos aprendan lo que les enseñó el abuelo, el bisabuelo y sus padres. 

“Mis padres me enseñaron que teníamos que ser honestos y trabajadores en la vida y siempre caminar por la misma vereda; como ellos me enseñaron a mí, les enseñé a mis hijos y ellos son  extraordinarios”, acota.

“También deseo tener a mi mamá por mucho tiempo más, es una bendición que me cocine todos los días, almorzamos juntos de lunes a viernes”, cuenta y se emociona con ese ritual cotidiano. No tiene una visión configurada de su propia vejez. “Pienso que nunca voy a estar viejo porque me siento bien, no me privo de nada, me mantengo activo y estoy rodeado de afecto”. Para él esa es la clave.


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