Perfiles pergaminenses

Lucía Picarelli, viuda de Ojeda: una vida dedicada a la docencia


 Lucía Picarelli entre recuerdos y fotos recreó anécdotas de vida (LA OPINION)

'' Lucía Picarelli, entre recuerdos y fotos, recreó anécdotas de vida. (LA OPINION)

Fue maestra en varios establecimientos educativos. Se jubiló como directora de la Escuela Nº 50 y trabajó también en la zona rural. De cada aula guarda los mejores recuerdos. También de su infancia, en la vieja casona de la familia en calle Doctor Alem. Hoy está dedicada a su familia y a sus vecinos, con los que mantiene un vínculo entrañable.

Lucía Beatriz Picarelli, viuda de Ojeda para todos es “Beba”, un sobrenombre que adoptó al nacer, por ser la más chica de sus hermanos. Fue maestra y lo es aún porque es una vocación que “jamás se abandona” aunque ya está retirada de la actividad docente desde hace varios años. 

“Me dicen ‘Beba’ porque en mi familia habían nacido todos varones en casa, yo fui la última de las mujeres en nacer, entonces dijeron: ‘Viene la beba’ y ese se transformó en mi sobrenombre”, cuenta en el comienzo de la entrevista que se desarrolla en su casa de la zona del Cruce de Caminos donde vive desde 1956.

“Eramos doce hermanos, nueve varones y tres mujeres, ahora la única que queda soy yo, que fui la más chica”, refiere con sus 84 años y recuerda a sus padres Carmela Gazanezzo y Gregorio Picarelli. “Mi papá fue el primer vendedor de semillas al por mayor de Pergamino. Su negocio fue emblemático en esta ciudad, se dedicaba a la venta de cereal y al acopio de aves y huevos”.

Recuerda con visible emoción su casa de Doctor Alem 138. “Fue la casa en la que nacimos todos, en la misma cama de bronce que hace poco hicimos un remate y la compró la familia Pomar, de quienes somos muy amigos”, cuenta, sentada en el sillón de mimbre de la mesa de su cocina.

“Tengo muchos recuerdos de mi infancia, te podría decir que fui feliz en mi niñez con mis hermanos que eran todos mayores que yo. José Luis, mi sobrino, era el hijo de uno de los varones más chicos, el último de mis hermanos que murió, el único que me quedaba”.

Viuda hace ocho años, comparte la vida con sus afectos más entrañables, hijas, nietos, sobrinos, vecinos, amigos y alumnos que siguen visitándola para presentarles a sus propios hijos y nietos y recrear los recuerdos de la “escuela”. 

“Beba” estudió en la Escuela Nº 1 y luego en el Colegio Normal, del que egresó con el título de maestra. “Después hice el Profesorado de Pedagogía, en el Instituto Superior de Pedagogía, pero siempre ejercí como maestra, fue una vocación que abracé desde muy chica”.

 

Con vocación docente

Ejerció como maestra durante 42 años, lo que la llevó a estar en varios establecimientos educativos. Son innumerables las vivencias con alumnos y compañeros de tareas. De muchos de ellos conserva no solo recuerdos sino amistades que perduran. “De muchas cosas no me acuerdo bien porque hace un tiempo que sufrí un accidente cerebrovascular y se me van un poco las cosas de la cabeza”, aclara.

Sin embargo, esa dificultad no le impide mantener vivas las experiencias en el aula. “Empecé como suplente y luego titularicé. Trabajé como suplente en las escuelas Nº 2, 5, 8 y 22. Me nombraron en La Violeta donde viví los años más felices de mi vida y luego pasé a la Escuela de Alfonzo, volví a la Escuela Nº 8 y terminé en la Nº 50, donde primero trabajé como docente y luego me jubilé en 1977 como directora”, describe.

Su vocación docente nació tempranamente. “En las vacaciones de 1948 tuve una idea de poner una escuela particular en el patio de la inmensa casona de Doctor Alem, donde vivíamos. El sueño se convirtió en realidad porque llegaban hasta mi casa alumnos particulares a preparar sus materias, a repasar las tablas, escritura y lectura. Llegué a tener 36 alumnos y tuve que organizarlos en turnos. Al ingresar a quinto año en 1949 nos encontramos con la noticia de que teníamos que hacer un año más. Teníamos que hacer sexto año. Lo hicimos y salí con el título de maestra bachiller. En 1951 comenzó mi peregrinación por distintas escuelas haciendo suplencia. Trabajando en la Nº 8, el director Nicolás Torre me invitó a hacer el Profesorado de Pedagogía. Me inscribí y tres años después me recibí con excelentes calificaciones, tuve muy buenos profesores, algunos de Buenos Aires. En Historia teníamos al escribano Leandro Laguía, y siempre recuerdo que un día preguntó si todas trabajábamos. Yo levanté la mano con Milka Fancovic: ‘Nosotras somos suplentes’, dijimos las dos a coro y él nos respondió: ‘Si llego a ser intendente ustedes van a ser maestras’. Y así fue. Efectivamente al mes y medio teníamos nuestro título”, relata.

 

En La Violeta

Guarda lindos recuerdos de su estadía en La Violeta. “Cuando me nombraron en La Violeta me dieron una casa allá. Con Delia Mancuso Pinto vivíamos en la Escuela, era un ranchito divino en el patio de la escuela; fueron años hermosos, éramos muy jóvenes”.

 

La vida familiar

A la par de su labor docente, Lucía fue organizando su vida familiar junto a Omar Ojeda, su esposo. “Lo conocí en un baile en Rancagua, él fue un famoso cantante que durante 50 años estuvo en el Coro Polifónico. También fue jefe de celadores en el Colegio Industrial y profesor”, cuenta y se iluminan sus ojos claros cuando menciona que aún conserva sus fotos en un lugar privilegiado de la casa que compartieron.

“Estuvimos siete años de novios, nos casamos cuando yo tenía 27 años y tuvimos a nuestras dos hijas: Adriana Irene que es abogada y vive en Pergamino; y Alicia Beatriz que es médica bacterióloga y trabaja en la Casa Cuna.

“Tengo dos nietos que son la luz de mis ojos: Joaquín (22), futuro abogado como la mamá; y Francisco (13), hijo de Alicia”, menciona y confiesa que su universo afectivo se completa con “mis nueve sobrinos”, entre ellos María Inés a quien quiere como a una hija, y su esposo Javier Lema; y una hija del corazón para mí: Alejandra Martínez.

“Mis sobrinos son un sol, me mandan como a un chico, me peinan, me compran ropa, siempre están pendientes de mí”, confiesa y reconoce que el fallecimiento de su esposo fue una pérdida muy importante.

“Hace 8 años que perdí a mi esposo, el hombre más bueno que conocí en mi vida. Se me fue la mitad de la vida cuando murió. Pero ya pasó, son las cosas que tiene la vida”, afirma con resignación.

 

Rodeada de afectos

A pesar de la pérdida, Lucía se siente una mujer afortunada. “Estoy siempre acompañada, soy la más vieja del barrio junto a mi vecino Juan Quintero, somos la reliquia. Y siempre estoy acompañada, mi casa, como era la vieja casa de Doctor Alem, es un lugar abierto en el que no hay llaves. Conservamos la costumbre de sentarnos en la puerta a compartir un momento con los vecinos. Quintero, Chini y Lucy Tezón de Zúcaro, son vecinos de toda la vida.  De noche tengo un ángel, Titina, que me acompaña. Y el rosario es mi compañía, soy una mujer creyente”.

Lejos ya de las aulas, mantiene una mirada atenta sobre el curso de la docencia y observa con preocupación cómo el docente va perdiendo autoridad frente a las nuevas generaciones. “Me espanto cuando veo los cuadernos y ya no pueden ni corregir faltas de ortografía. Antes, en mi tiempo, maestro, médico y cura estaban en un mismo escalón de autoridad; eso hoy se ha perdido”.

Más allá de esta observación, su mirada casi nunca se detiene en lo negativo. Por el contrario, a la vuelta del camino, de la docencia guarda las enseñanzas más significativas. Conserva amigos innumerables y alumnos agradecidos que se acercan a su casa a visitarla. “Todos los días me da satisfacciones la docencia y es raro que pase una semana sin que tenga un alumno conmigo. Vienen siempre, para las fiestas me dan serenatas, llegan con sus hijos y sus nietos. Es muy conmovedor”, cuenta y se reconoce como una mujer que vive feliz.

“Lo único que anhelo es ver realizados a mis nietos y saber que mis sobrinos y vecinos están bien”, confiesa y concluye: “Yo vivo feliz y si no hubiera sido por la muerte de mi marido, diría que eternamente feliz, qué más se puede pedir para una vida”.


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