Perfiles pergaminenses

Luis Francisco Pellieri, con entereza supo sobrellevar la adversidad y seguir adelante


 Luis Pellieri taxista y chofer en las Salas Velatorias Una vida llena de experiencias (LA OPINION)

'' Luis Pellieri, taxista y chofer en las Salas Velatorias. Una vida llena de experiencias. (LA OPINION)

Tiene 81 años y hace  48 que es taxista. Tiene su parada en la Terminal. Disfruta de la relación con sus clientes. También trabaja como chofer de acompañamiento de las familias en las Salas Velatorias. Es respetuoso, amable y apegado a su familia. Nunca se lo escucha quejarse y sueña con seguir manejando hasta el final de sus días.

Luis Francisco Pellieri tiene 81 años. Algunos le dicen “Gringo” y otros lo llaman “el abuelo”. El acepta los apodos y es amable en el trato con la gente. Quizás es fruto de muchos años de trabajar en contacto con otros. Es taxista en la Estación Terminal de Omnibus y trabaja en las Salas Velatorias como chofer acompañante de las familias en los servicios fúnebres. Su formalidad se nota en su atuendo, cuidado de pies a cabeza, y en su forma de andar, pausada.

Nació en Pergamino, en la zona del barrio Cueto. Fue uno de los menores de ocho hermanos. Hijo de Manuel Pellieri y Margarita Bello. “Mis padres se dedicaban a las tareas de campo, tuvieron un tambo en Francisco Ayerza, localidad donde nos criamos”, cuenta en el comienzo de la entrevista que sucede en la casa de una de sus hijas.  

De su infancia recuerda a sus maestras de la Escuela Nº 155 de Francisco Ayerza: Graciela Sachetto, la señora de Ferreyra y la directora, María Nerea Sanguinetti de Nielsen. 

“Fui hasta cuarto grado y después seguí aprendiendo cosas pero no en la escuela”, refiere un hombre que cosechó la mayoría de sus enseñanzas de la calle y de la vida. “Con mi familia nos vinimos  al barrio San José, allí teníamos una quinta muy grande con  114 plantas frutales”. 

Sus primeros trabajos fueron dedicados a la venta de chatarra. Más tarde con su hermano Manolo tuvieron un criadero de cerdos. “También tuve un camión para el reparto de carne y fui matarife”, agrega, recordando la época en que tenía patente cuando el matadero funcionaba en Pergamino.

“Durante diez años fui empleado de Linotex y durante mi vida siempre hubo un común denominador que fue hacer a la par de un trabajo otras cosas”.

Se define como “un inquieto” y cuenta que hace 48 años que tiene “la chapa del taxi”. Hubo épocas en que lo manejó él, otras en que tuvo chofer. Actualmente maneja su auto que tiene parada en la Estación Terminal de Omnibus.

“Me decidí por el taxi hace muchos años, cuando compré una parada y cuando yo no lo trabajaba lo hacía andar con choferes. En la actualidad lo manejo yo en los horarios que puedo”, refiere.

Con sus 81 años, Luis tiene una rutina laboral disciplinada. “A partir del taxi yo había trabajado con Sánchez, con San Ceferino, con La Nueva, funerarias que me contrataban y desde hace 21 años soy chofer de las salas velatorias de la Cooperativa Eléctrica, donde estoy contratado como chofer de acompañamiento.

“Mi tarea es acompañar a las familias.  Es un trabajo especial porque la gente está atravesando un momento de mucho dolor. Yo trato de hablar, de brindarles una palabra de aliento, pero depende de cada situación en especial. Siempre hay que ser muy respetuoso”, afirma.

“Allí cumplo un horario, tengo la obligación de estar media hora antes de cada servicio. Cuando termino me voy a trabajar en el taxi; mis hijas me quieren sacar el auto, pero yo me siento muy bien cuando trabajo, no puedo estar sin hacer nada”, agrega.

Asegura que manejó desde siempre y recuerda que aprendió solo “de puro corajudo”.  Y menciona la anécdota: “Cuando remataron el campo,  Antonio Vaio  llevó unos coches de antes para rematarlos. No se vendieron y quedaron en la quinta unos meses; yo inquieto  los agarré y salí; tendría 10 años en ese tiempo. A los 12 ya manejaba los camiones con acoplado que tenía mi padre”.

 

En el Italclub

Fiel a su estilo emprendedor, durante diez años estuvo como conserje en el Italclub, en lo que reseña como “una época muy linda de la institución”. Allí se dedicaba a atender y organizar fiestas. “Me querían mucho los gringos”, refiere y menciona entre ellos a Alberico, Pastura, Biagi y Trovato, todos “bien italianos que me habían agarrado a querer porque cuando tomé el Italclub se transformó; recuerdo que llevaba un registro de la infinidad de fiestas que se realizaban allí.

“También estuve en Defensores de Belgrano, Banco Provincia y en el Fenicia como conserje”, indica, describiendo una tarea que le gustaba realizar.

 

En Mar del Plata

Durante varios años Luis se radicó en Mar del Plata. Allí trabajó de mozo e incursionó en la organización de eventos. “Tuve la gran suerte de caer muy bien y fui ‘metre’ en el Club Náutico, estuve como encargado en el exRoyal, que en ese tiempo era de Lorenzo Miguel. 

“Tenía 22 camareras a mi cargo y también estuve como encargado en el Hotel Storni”, añade en un relato en el que se muestra como un hombre de buen carácter, pero disciplinado.

“En aquel tiempo me levantaba a las 5:30, iba al Hotel Royal, abría, esperaba que vinieran las camareras para servir el desayuno. Me aseguraba de que todos cumplieran con su horario y con sus responsabilidades; luego preparábamos las mesas para el mediodía, eran 360 personas para comer. Atendíamos hasta las 15:30. Luego me iba al departamento, descansaba dos horas y a las 17:00 me iba al Náutico, un lugar por el que llegaron a pasar casi  dos mil personas los domingos”.

 

En familia

El relato de su historia de vida está sostenido en sólidos pilares familiares. Vive en el barrio José Hernández desde hace muchos años, cuando casi no había casas construidas en el lugar. Es un amante de la albañilería y siempre le dedicó parte de su tiempo a la tarea de “arreglar cosas”. Con sus propias manos levantó una casa en un terreno que tenía cuando trabajaba en Linotex. Y siempre se muestra dispuesto a tenderles una mano a los suyos. Nunca se lo ve cansado ni quejoso. Le gusta la vida que tiene y afronta con entereza las adversidades.

Se casó con Edith Raquel González, “Kity”, a quien conoció trabajando en Linotex y con quien se puso de novio luego de “regalarle manzanas para conquistarla”.

Tuvieron cinco hijas: Liliana, Mercedes, Mónica, Silvina y Carolina y tiene como hijo del corazón a su bisnieto Alejandro, a quien crió.

La vida lo puso frente a la adversidad cuando en un accidente perdió a una de sus hijas. Le cuesta hablar de ello, aunque pasaron muchos años. Tal vez porque es un dolor que jamás se repara. “Solo se sobrevive”, afirma con la voz entrecortada. Y enseguida se sobrepone pensando en los afectos que quedan y que están muy cerca: sus hijas, sus 13 nietos (Esteban, Fernando, Carlos, Mariángeles, Antonella, Georgina, Gastón, Matías, Camila, Eugenio, Francisco, Luisina y María Emilia); sus 16 bisnietos (Alejandro, Franco, Valentina, Aylén, Santiago, Agustín, Valentino, Jazmín, Santino, Enzo, Cielo, Santiago, María Paz, Teo, Simón y Clarita); y sus dos tataranietos (Emiliano y Tomás).

“Soy un hombre de fe, a pesar de todo creo mucho en Dios. Por distintas circunstancias lo he pasado mal algunas veces, realmente mal, pero salí adelante”, afirma y agrega que aunque antes le gustaban mucho las reuniones y aún hoy le gustan las fiestas, su tiempo está más replegado sobre su familia. “Mi esposa está con algunos problemas de salud y eso hace que desee quedarme en casa para acompañarla. De vez en cuando me gusta reunirme con amigos y siempre disfruto de la compañía de mis hijas y de mis nietos, bisnietos y tataranietos”.

 

Abocado al trabajo

Casi se hace la hora de volver al trabajo. Café de por medio, confiesa que piensa seguir con sus tareas “hasta que me pongan el chaleco de madera”.

Tiene sentido del humor y eso lo mantiene jovial. No tiene asignaturas pendientes. Solo recuerda con cierta nostalgia la oportunidad perdida de haber podido “dar la vuelta al mundo con la Fragata Libertad.

“A mí me gustaba mucho el Ejército. Me encantaba y cuando salí sorteado para la Marina y tuve la oportunidad de mi vida no la supe aprovechar. Un concuñado de mi hermano era el que distribuía a los soldados, ese año la Fragata Libertad iba a dar la vuelta al mundo; me preguntaron si me quería ir, pero dije que no”.

 

Sin miedos

Cuando ya casi termina la entrevista afirma que no le tiene miedo a la vejez ni a la muerte. “A mí me dicen que soy loco porque con el taxi, a las 2:00 de la mañana entro a Las Lomitas. Pero nunca me pasó nada; solo una vez dos borrachos me asaltaron y me sacaron la plata, pero jamás me pasó nada. A mí me parece que las cosas le pasan al que tiene temor.  Yo nunca he tenido miedo, tengo clientes en muchos barrios y voy como si fuera mi casa”.

Imagina su vejez como vive su presente. “Ya estoy en la vejez”, acota y cuenta que le gusta compartir las anécdotas de su vida con sus nietos. Se ríe de las experiencias pasadas, recuerda la única vez que entró a la cancha de Compañía para disputar un partido y las muchas veces que disfrutó con sus amigos “haciendo cosas de muchachos”.

Está orgulloso de cómo llevó adelante su familia y tiene para los suyos el mejor consejo: “Siempre les digo a mis nietos que no vayan a entrar en el jueguito de la droga ni en el alcohol. Después solo deseo que sean felices”.

Con la templanza que dan los años y la sabiduría de la experiencia, reconoce que siempre trata de “estar bien” y al levantarse le pone a la vida la mejor cara. A pesar de que en su historia hay dolores irreparables. Sobre el final vuelve sobre el recuerdo de su hija. “El sufrimiento de haber perdido un hijo nunca pasa. Es difícil, pero hay que sobreponerse por los que quedan. Y eso he tratado de hacer, vivir para disfrutar a mis hijos, a mis nietos, buscando razones para seguir adelante”.


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