Perfiles pergaminenses

Mabel Zoppi: una mujer que rinde culto a los valores de la familia y que durante años abrazó la docencia


 Mabel Zoppi en la intimidad de su hogar contó su historia de vida a LA OPINION (LA OPINION)

'' Mabel Zoppi, en la intimidad de su hogar, contó su historia de vida a LA OPINION. (LA OPINION)

Es maestra jubilada y pergaminense por adopción. Nació en un pueblo de campaña del Partido de Rojas. Vivió en Buenos Aires y luego se estableció en Pergamino donde ejerció su profesión y vio consolidarse sus vínculos familiares y afectos, esos que constituyen su pilar.


Mabel Noemí González de Zoppi nació en Rojas, pero se siente pergaminense porque esta es la ciudad en la que vive hace tiempo y donde desarrolló su profesión docente y se estableció para constituir su presente. Tiene 70 años que cumplió en febrero y celebró en una fiesta sorpresa que le organizó su familia y de la que participaron amigos entrañables como su “grupo de jubiladas docentes” con las que a menudo comparte las vivencias de este tiempo en el que ya están fuera del trajín de las aulas.

La entrevista en la que delinea su “perfil” se desarrolla en el comedor del departamento en el que vive, cerca de un ventanal que muestra una postal de la ciudad que eligió y de la que disfruta. En el comienzo habla de sus orígenes y de una infancia feliz. Es hija de Luis González y Delia Rodríguez. “Vivíamos en el campo, en un pueblo de campaña llamado Guido Spano, donde mi papá tenía la carnicería”, refiere, recreando las vivencias de una infancia “muy linda y feliz”.

Cuenta que eran muy pocos los habitantes del lugar, lo que hacía que todo resultara “familiar”. Tuvo un hermano menor que falleció hace varios años. Con él creció. Recuerda la escuela de campaña a la que concurrían y donde realizó sus estudios primarios. “Era una escuela de campo en la que se cursaba hasta sexto grado”.

Ahí conoció al que actualmente es su esposo: Marcos Zoppi (74). “Ibamos a la misma escuela, así que nos conocemos de toda la vida, del pueblo en el que por entonces vivían siete u ocho familias y en el que había dos almacenes de ramos generales, la carnicería que era de mi padre y una herrería y cuya economía dependía de la actividad rural”.

Se pusieron de novios cuando Mabel cumplió sus 15 años y se casaron cinco años después. 

 

La carrera docente y su familia

Al terminar la primaria, para poder seguir estudiando Mabel ingresó como pupila en el Colegio San José de Rojas, donde egresó con el título de maestra normal nacional en 1967. Al año siguiente y luego de casarse se fue a vivir a Buenos Aires donde estuvieron varios años. Su esposo había ingresados a trabajar en General Motors. Fue en Capital Federal que Mabel comenzó a ejercer la docencia. Se adaptó muy bien a la ciudad y a los desafíos que le fue planteando su trabajo. 

Al año de estar casados nació su hijo mayor, José Luis (49), que realizó su escuela primaria en el Colegio San Andrés donde Mabel trabajó durante un tiempo. Seis años después nació su hijo Mariano Gabriel (43). Ya con su familia constituida y por razones laborales volvieron a Rojas, donde Mabel trabajó en el mismo colegio en el que había estudiado. “Estuve allí como maestra de grado durante varios años”.

Vivieron en Rojas hasta que se mudaron a Pergamino cuando el menor de sus hijos estaba en tercer grado. La decisión de establecerse en la ciudad tuvo que ver con razones laborales de su esposo, siempre en el rubro automotor, y ella acompañó ese camino consolidándose en el ejercicio de su profesión.

Ya estando aquí comenzó a trabajar como docente en la escuela Nº 11 del barrio Otero, un lugar del que guarda los mejores recuerdos, valora la relación con sus pares, con los alumnos y con la comunidad de ese barrio. “Jamás me voy a olvidar de lo que significó trabajar en esa época en esa escuela donde me recibieron con tanto cariño, la directora, mis compañeras de trabajo y los chicos. Fui maestra suplente de quinto y sexto grado y teníamos el comedor escolar”.

Cuando tuvo la posibilidad de titularizar lo hizo en la Escuela Nº 5 del barrio José Hernández. “Trabajé bien en ese lugar durante tres años hasta que pedí la Escuela Nº 2 donde me jubilé”.

De su paso por la Escuela Nº 2 rescata experiencias inolvidables y remarca lo importante de un grupo humano de trabajo con el que mantiene una relación. “Es un grupo de docentes que siempre estuvimos muy unidas y que trabajamos incansablemente y con quien hoy ya jubilada mantengo una relación que nos encuentra compartiendo salidas y actividades”, cuenta.

A la par de la labor en las aulas tuvo actividad gremial bajo la órbita de la Federación de Educadores Bonaerenses (FEB), algo que realizó ad honorem y que le dio grandes satisfacciones y la comprometió con la realidad de la actividad docente y sus luchas en favor de la escuela pública.

Cuando habla de su vocación docente confiesa que siempre le gustó “ser maestra” y vuelve sobre los juegos de infancia en los que utilizando una puerta como salón, daba clases a “alumnos imaginarios”. 

Se jubiló en 2005 y desde entonces colaboró un tiempo más en el gremio y después se retiró definitivamente. “No volví a tener actividad laboral después de mi jubilación y reconozco que me costó un poco retirarme, pero me dediqué a mi familia”.

Conserva de sus alumnos los mejores recuerdos y como les sucede a tantos docentes se sorprende cuando por la calle algunas personas que ya son adultas y tienen sus propias familias y profesiones la llaman “seño”.

“Siento una alegría enorme cuando eso ocurre, es una de las satisfacciones que da la docencia”, sostiene.

 

Su presente

Esa tarea la mantiene ocupada todo el tiempo. Sabe disfrutar de la “linda familia” que supo conformar. “Tengo un esposo maravilloso, hijos, nueras y nietos a los que amo con toda el alma”.

Ellos son el sostén de su vida y se siente agradecida por “la familia que tiene”. 

“Mi hijo José Luis es arquitecto y vive en Buenos Aires junto a su esposa María Rita Tessore (45). Tienen tres hijos: Julia (18), Ana (14) y Ramón (7). Mariano es comerciante, está casado con Andrea Negri (40), que es gestora y tienen a Catalina (21) y Joaquín (17)”.

Se emociona cuando habla de su familia y cuando menciona a sus nietos, esos seres que sacan lo mejor de ella y de lo que disfruta plenamente.

Su esposo está jubilado. “Ambos estamos retirados de la actividad laboral y tenemos una rutina cotidiana tranquila.

“Nos ayudamos, hace 50 años que estamos casados, es un aprendizaje todos los días pero como les digo siempre a mis hijos, es muy necesaria la comprensión para sostener la convivencia y lo que te ayuda a llevar adelante la familia y el matrimonio”, reflexiona.

Refiere que se levantan temprano, comparten el mate de la mañana y cada uno emprende su día haciendo lo que los ocupa. “Mi esposo ayuda a mi hijo Mariano en el comercio y realiza algunos trámites; yo me ocupo de las cosas de mi casa, respeto el ritual de ir a tomar el cafecito con amigas y conocidas”.

Tiene varios grupos con los que le gusta juntarse. Es una mujer de fe, va a misa cuando siente la necesidad de hacerlo. “Tengo mucha fe, soy de ir a misa cada vez que siento la necesidad de ir y de conectarme ahí estoy y me hace mucho bien”, refiere.

Ama viajar y lo hace cada vez que puede. “Me encanta viajar y estaría todo el día con la valija armada”, refiere en la charla en la que cuenta anécdotas de algunos de sus itinerarios. “En noviembre estuvimos en República Dominicana celebrando nuestro aniversario de casados”. A veces viajan solos y otras en grupo con amigos. Junto a su esposo disfrutan de cada experiencia. La amistad ocupa un lugar importante de la vida. “Amigo es una palabra grande y honro mucho la amistad. Tengo muy buenos amigos y muchísimos conocidos con los que compartimos momentos y vivencias.

“En el último tiempo se nos fueron dos grandes amigos y seguimos manteniendo relación con sus esposas”, comenta, lamentando esas pérdidas.

Es muy sociable, conversadora amable e inteligente. Tiene la impronta de las maestras de antes, esas que observan con cierta preocupación el estado presente de la educación y la crisis de valores que parece afectar a la escuela. “Es doloroso que se haya perdido el respeto y la autoridad hacia el docente. En nuestra época no nos imponíamos nosotros, se imponía el guardapolvo y la admiración que había hacia el docente. Era otro tiempo y otra sociedad, está muy deteriorada la educación”.

 

Un buen balance

Luego de muchos años de vivir en la ciudad se siente pergaminense y este es un lugar en el que le gusta vivir. Celebra la posibilidad de acompañar a sus nietos en las actividades deportivas que realizan.

Es una mujer que acepta con normalidad el transcurso del tiempo y que toma de cada etapa los aprendizajes. “No quiero ni nombrar a la vejez, por ahora me siento muy bien, ya tengo 70 años y espero seguir así, disfrutando”.

Comprometida con lo social, ha colaborado con la causa que emprendió Juanito Cabrera en el armado de la Granja San Camilo. “Valoro mucho su obra y cada vez que puedo me acerco y acompaño en lo que puedo como voluntaria.

“A veces me da por pensar qué será de mí en unos años, cómo veré a mi familia cuando pase el tiempo, cómo se realizarán mis nietos que ya están grandes y van encaminándose en sus proyectos”, señala en un tono reflexivo y esperanzado.

Sobre el final asegura que tuvo la vida que quiso y afirma convencida que no hay motivos de queja. “Estoy muy conforme con la vida que llevo y me siento muy bien”.

En el balance de su vida la familia ocupa un lugar central. “Para mí la familia es sagrada”, afirma y se le ilumina la mirada cuando habla de los suyos y cuando recorre un camino de recuerdos, vivencias y construcción, quizás la más importante de su vida.


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