Perfiles pergaminenses

Manuel Ricardo Romero: el mozo de los bares y confiterías más emblemáticos de la ciudad


 Ricardo Romero su oficio lo llevó a trabajar en importantes comercios y a conocer a mucha gente (LA OPINION)

'' Ricardo Romero, su oficio lo llevó a trabajar en importantes comercios y a conocer a mucha gente. (LA OPINION)

Por su oficio es parte de la historia de los lugares más conocidos de Pergamino. Trabajó entre otros lugares en  “American Petit”, La Cabaña, en la wiskería El Molino, en Diana y El Refugio. Hace casi tres años que está retirado de la actividad laboral, pero aún extraña la bandeja y la tarea cotidiana de estar al servicio de los clientes. 


Manuel Ricardo Romero está a pocos días de cumplir 73 años. Nació un 30 de junio en Capital Federal, donde su madre vivía. En su primera infancia se fue a vivir a la localidad de El Socorro. “Yo fui hijo de madre soltera. Mi mamá estaba en Buenos Aires con sus hermanas y trabajaba como empleada doméstica”, cuenta. Habla de Nélida, la mujer de la que lleva con orgullo el apellido.

En El Socorro creció entre tías y con su abuela materna. Vivían en el pueblo. Allí estuvo hasta los 13 años. Fue a la Escuela N° 24 que funcionaba en el mismo lugar en el que está emplazada actualmente. Tuvo amigos, travesuras y recuerdos de una infancia que recuerda tibiamente porque le tocó trabajar desde pequeño. Estando aún en El Socorro se dedicaba a vender frutas y verduras. Su familia estaba abocada a las tareas rurales.

Tiene dos hermanos que nacieron fruto del matrimonio que más tarde contrajo su mamá. Ellos son “Bocha” y Nélida Fernández. De su hermano varón menciona un episodio trágico que les causó preocupación: “El estuvo prisionero de los ingleses en la Guerra de Malvinas. Fue una experiencia muy fea para él y muy preocupante para todos nosotros. Había terminado el conflicto y pasaron seis meses hasta que apareció”.

Lo que sobrevino después fue difícil para ellos y Ricardo lo trae a la conversación cuando recorre parte de su historia de vida: “A mi madre le decían que estaba en el continente, pero no teníamos noticias de él. Fue terrible. Después cuando apareció seguía vistiéndose como en la guerra, con ropa de invierno y de combate. Se metía adentro del ropero y debajo de la cama, era un trauma que le había dejado la guerra y que recién tiempo después pudo superar gracias al acompañamiento de la familia y los amigos que lograron que pudiera salir. Con los años consiguió trabajo y tuvo una vida excelente”.

 

Caminando con la bandeja

Cuando sucedió el episodio que relata Ricardo vivía en Pergamino y ya había conformado su vida aquí. “Yo me había venido a los 13 años. Vine solo, pero yo trabajaba con una familia de apellido Darwich. Don Humberto me había traído a trabajar en el ‘American Petit’, una heladería muy famosa que estaba en Pueyrredón 558. Hacía de todo ahí”.

“Vivía con ellos y trabajaba en la confitería. Era chico todavía, pero eso me marcó un camino. Trabajé en ese lugar hasta los 20 años”, refiere este hombre que siempre estuvo vinculado al rubro de la gastronomía y el servicio por su oficio de mozo.

“De ahí pasé a la whiskería ‘El Molino’, a trabajar con Chida. Estaba en calle Doctor Alem 377, ahí estuve unos años y después salí para trabajar en una pizzería y en ‘La Cabaña’, un comedor importante que funcionaba en la esquina de San Nicolás y Avenida de Mayo donde hoy funciona el Complejo LA OPINION Plaza. Siempre tuve la posibilidad de desempeñarme en mi oficio en lugares conocidos de Pergamino, los más importantes de la época”, refiere a medida que avanza la conversación. “Eran todos lugares muy conocidos, lo mejorcito que había”.

 

En los mejores lugares

“De joven todavía volví a trabajar en la whiskería y durante un tiempo cambié de rubro, porque no quería trabajar más de mozo. Entré a trabajar en la fábrica Lucini, en la época del esplendor de esa empresa metalúrgica”, cuenta.

Pero con el tiempo volvió al oficio de sus amores y se fue consolidando en un saber que lo llevó por los mejores lugares. Durante 16 años fue mozo de la confitería “Diana”, una conocida confitería que funcionaba en calle San Nicolás 822, enfrente al legendario “Corcho’s”.

“También estuve en ‘Bon Café’ durante dos años, un bar al paso que funcionaba donde hoy está Bonafide”, agrega en una charla que tiene a las anécdotas de su trabajo como mozo y a las vivencias del trato con los clientes como eje central.

 

Añoranzas

Finalizó su carrera de mozo en “El Refugio”, donde estuvo 12 años: “Ahí conocí a muchas personas, de ahí me retiré hace dos años, cuando cumplí los 70”.

“Me acuerdo que hacía horario rotativo, así que no tenía un turno fijo. Cumplía con ocho o nueve horas todos los días”, cuenta y rescata su estadía en uno de los bares quizás más emblemáticos de la ciudad, especialmente por su trascendencia en el tiempo. Confiesa que cada vez que pasa por allí “extraña”.

En rigor de verdad, cuando se jubiló al principio siguió trabajando, pero después algunas dificultades de salud que pudo resolver lo obligaron a abandonar una tarea que le gusta y que en lo más profundo de su ser aún añora.

Retirado de la bandeja y del trajín de horarios y rutinas laborales, rescata de cada lugar por el que pasó los mejores recuerdos y asegura no tener asignaturas pendientes. “Fui un afortunado de trabajar siempre en lugares tradicionales y muy conocidos, con buena clientela y buenos patrones. Era una época en la que si uno dejaba de trabajar en un lugar, era sencillo conseguir otro empleo y por referencia siempre me iban llamando de una confitería u otra. Nunca me faltó empleo. Fui parte de bares y confiterías importantes y tuve la suerte de conocer ese Pergamino que tenía una calle San Nicolás soñada, donde estaba el fuerte de este rubro, así como hoy se da en la Avenida”.

 

La familia

Hoy tiene una vida tranquila. Está casado con Celmira Sofía Domencho, una mujer que trabajaba como telefonista en la Clínica Pergamino. “Yo trabajaba en ‘El Molino’, ella vivía con la señora de Chida, así que fue nos conocimos. Estuvimos dos años de novios y nos casamos en la Iglesia Merced”.

Tuvieron dos hijos: Diego (46), de novio con Patricia, y Sebastián (43), casado con Valeria. Es abuelo de dos nietos: Franco (6) y Ailén (10). 

Es un hombre de fe católica y comparte con su esposa la rutina de rezar el rosario todos los días. “Tengo mucha fe. Ella es muy ‘santera’ y me contagió”, bromea y comenta: “Rezamos el rosario juntos y vamos a misa a la Iglesia de La Merced donde nos casamos”.

 

Su presente

Reitera no tener asignaturas pendientes pero admite que le hubiera gustado seguir trabajando. “Extraño mucho mi trabajo. Estoy todo el día de gusto sentado acá. La costumbre del trabajo me gusta, porque eso me mantenía muy activo”, confiesa y reconoce que extraña.

Pasa tiempo en familia y tiene a su perra “Luna”, de quien disfruta en lo cotidiano de sus días. Sus rutinas son sencillas. Vive en el barrio Luis Sandrini, en la casa que tienen desde hace 25 años en una zona de la ciudad que refiere se ha transformado significativamente: “El barrio está muy distinto a lo que era cuando nosotros llegamos, que prácticamente era todo baldío. Hoy experimenta un gran crecimiento”.

Le gusta el fútbol y es hincha de Independiente. El deporte ha sido siempre motivo de comentarios y de anécdotas en los lugares que trabajó porque “el fútbol está presente en la charla de cualquier bar”, menciona.

En su juventud jugó pelota paleta en El Socorro. “Pero era muy chico, después no seguí jugando”.

También comparte tiempo con los amigos. Entre ellos menciona a uno: Juan Barbieri, a quien conoce desde la juventud. “Lamentablemente he perdido otros que han partido. Y tengo muchos amigos de mis trabajos, con mis compañeros siempre he forjado una amistad que mantengo. Uno pasa mucho tiempo trabajando y allí se arman lindas y verdaderas amistades”.

 

La cosecha de su trabajo

Pergamino es un lugar en el que le gusta vivir. Aquí está la vida que eligió, la que se forjó a fuerza de empuje y de trabajo. Ama la tranquilidad con la que aún se vive. “Es una linda ciudad, tengo familiares en El Socorro, pero voy muy poco. Mi vida está acá”.

Se siente reconocido en lo suyo: “Me gustó siempre mi oficio. Lo más lindo que tiene este trabajo es el trato con la gente y los conocidos y amigos que uno se hace”.

No conserva fotos de su paso por las confiterías y bares más emblemáticos de la ciudad. Pero todos lo recuerdan. Como él mantiene intactas las vivencias, esas que cuenta a sus nietos y comparte con los amigos cada vez que un encuentro los reúne. Asegura haber cosechado en tantos años de trabajo la amistad y el afecto de mucha gente. Esa es quizás su mejor recompensa. “Los clientes son amigos. A mí me conoce todo Pergamino”, afirma.

Para él es común caminar por las calles y que todos lo saluden. Su vida como mozo lo transforma en un personaje entrañable de la ciudad. Hay pocos que no refieran en él cuando recrean el paso por los bares y confiterías más conocidos de Pergamino.  En uno o en otro según la época, Ricardo estuvo ahí, siempre dispuesto a hacer lo que sabe y a brindar con calidez lo mejor de sí para ofrecer un buen servicio. Lo que le vale solo a los buenos mozos.


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