Perfiles pergaminenses

María Dina Rodríguez, viuda de Zitelli: la preceptora del primer jardín de la ciudad


 María Dina Rodríguez viuda de Zitelli en la intimidad de su hogar trazó su perfil pergaminense (LA OPINION)

'' María Dina Rodríguez viuda de Zitelli, en la intimidad de su hogar, trazó su perfil pergaminense. (LA OPINION)

Su historia de vida es testimonio de sencillez y entrega al servicio de lo que se transformó para ella en su vocación: cuidar a los niños que asistían al Jardín de Infantes Nº 901, donde trabajó durante 35 años. A la par de la vida laboral formó su familia, de la que hoy disfruta. Ama viajar y añora con conocer la tierra de su padre.


María Dina Rodríguez, viuda de Zitelli, tiene 86 años que no se notan en su aspecto. Sí en la riqueza de su historia de vida que es testimonio de sencillez y humildad. Vive en el barrio Centenario, junto a una de sus hijas y se dedica a la vida de su hogar. Le gusta cocinar y amasa las pastas para el encuentro en familia. Recorrió una larga vida y hoy disfruta de la vejez rodeada por los suyos. Ama viajar.  Nació en el barrio Martín Illia, en una quinta llamada “La Marchelliana”. Allí creció con su padre, Manuel Rodríguez Gil, venido de España; su madre, María Luisa Barrios; y sus hermanos: Zulema, Mabel, Inés y Ricardo (fallecido).  De ese lugar recuerda las vivencias de la infancia. Fue a la Escuela Nº 18 donde se podía hacer hasta cuarto grado. Quinto y sexto grado lo cursó en la Escuela Nº 22.

“Recuerdo mucho a la familia Illia. El papá del presidente venía a visitar a sus hijas al centro y cuando salíamos de la escuela nos volvíamos caminando con él”, relata. También menciona a la familia Pico. Su memoria recuerda el tiempo en que se creó la Capilla Santa Inés, un espacio en el que además de alimentar su fe cristiana, asistía para aprender cocina, bordado y costura.

Su papá era lechero, en la época en que se repartía casa por casa. “Llevaba un recipiente para medir el litro de leche y la repartía en una jardinera tirada a caballo”, recuerda Dina y menciona a su mamá que se dedicaba a los quehaceres domésticos. 

Vivió en la sencillez de ese hogar hasta los 20 años, asumiendo los valores de la dedicación y el trabajo. La enfermedad de su padre fue una prueba difícil que les tocó atravesar.  Cuando él falleció se quedaron un tiempo más viviendo en aquella quinta y finalmente se mudaron al barrio Centenario que los recibió desde entonces. Vivían en una casa en Emilio R. Coni y Estrada. “Nos vinimos con mi mamá y mis hermanos, cuando papá ya había fallecido”, cuenta.

Dina trabajaba en un lavadero que funcionaba donde hoy está la Fábrica de Helados La Fe. “Un día una amiga que trabajaba en el Consejo Escolar, de apellido Pico, me comentó que se iba a inaugurar el Jardín de Infantes Nº 901 y me preguntó si me quería anotar para trabajar allí”. Corría por entonces 1950 y Dina aceptó la propuesta y tuvo la suerte de ingresar y ser parte del primer plantel profesional de ese establecimiento educativo que, según refiere, fue el primer jardín de infantes que funcionó en la ciudad.

“Estaba ubicado en Florida 450, después nos mudamos donde funciona actualmente, donde estaba el Instituto de Perfeccionamiento Docente”, relata.

“Primero me nombraron como celadora. En 1957 nos pasaron a perceptora en la planta del personal docente porque yo tenía algunos cursos realizados de dactilografía y teneduría de libros. Había estudiado en una academia que funcionaba en calle Castelli. Tuve una linda trayectoria laboral en el jardín”, afirma. 

Recuerda como ayer el primer día de trabajo cuando ese establecimiento educativo abrió sus puertas. “Fue el 16 de septiembre de 1950. Me acuerdo que algunos chicos lloraban, algunos papás se quedaban esperando, otros se iban. Era una época en que la gente no sabía bien cómo era un jardín de infantes. A un nene lo tuve que llevar caminando hasta cerca del Cementerio cuando salimos de clase”.

Como esa anécdota recuerda otras tantas. En todas se recuerda feliz, haciendo algo que le gustaba: brindar su amor y dedicación a otros. Quienes la conocieron trabajando la recuerdan con cariño y muchas de esas apreciaciones están volcadas en un cuaderno de calificaciones que conserva. Allí están los mensajes de las directoras que tuvo. Todos refieren a su compromiso y responsabilidad.

La vida en el jardín fue buena para ella y puso en su tarea lo mejor de sí. “Era el único jardín que funcionaba en la ciudad, así que muchos chicos asistían. Yo me iba caminando desde mi casa y a medida que iba pasando por las distintas cuadras iba tocando timbre recolectando niños que llevaba al jardín”, cuenta y refiere que todo ese trayecto lo hacía caminando. “Algunos se cansaban y se sentaban en el tapial de alguna casa. Eran todos muy chiquitos, pero en ese momento no existía el transporte escolar”, relata.  

Lo que cuenta es testimonio de predisposición y de entrega. Asegura que trabajando en el jardín desarrolló una vocación profunda y tuvo muy buenas compañeras. Las recuerda a todas. Trabajó allí durante 36 años y se retiró cuando se lo permitió el sistema, ya que en ese momento iban llegando a la vida los nietos y el deseo de cuidarlos.

Afirma que la mayor satisfacción que le dio su trabajo fue el trato con los niños. “Poder ayudarlos, cuidarlos, fue muy gratificante. Me decían que parecía la gallina con los pollitos”. 

Aún hoy hay muchos de esos niños que la recuerdan. Algunos la cruzan por la calle y le prometen que van a ir a visitarla para compartir un mate cocido con bizcochos. “Era lo que tomábamos en el jardín”.

 

Su vida familiar

Dina se casó con Angel Rodolfo Zitelli, fallecido hace 17 años. Lo había conocido en el barrio. Tuvieron tres hijos: Griselda, Mónica y Rodolfo. Su nuera se llama Laura Caldentey y sus yernos: Pedro Grilli e Ignacio Regner. Tiene ocho nietos: Macarena y Maira Grilli; Camila, Erica y Laureano Regner; y Ludmila, Esteban y Candelaria Zitelli.

“Ya están grandes mis nietos, la mayor tiene 33 años. No tengo bisnietos todavía porque todos los chicos se han dedicado a estudiar”, señala en un momento de la conversación que se desarrolla en la cocina de su casa, café de por medio.

Siempre compartió tiempo con los nietos y la calidad de ese tiempo se nota en el tono de voz de las anécdotas que refieren a la vida transcurrida cerca de ellos.

 

Su presente

Retirada hace muchos años de la actividad laboral, Dina tiene una vida sencilla y sin sobresaltos. Le gusta cocinar, dedica tiempo a elaborar pastas caseras y siempre se muestra dispuesta a compartir tiempo en familia. Tiene muy buena relación con sus hermanas a las que ve con frecuencia. “Una de mis hermanas vive cerca de la Capilla de Santa Rita y han formado un Centro de Jubilados en ese barrio, así que me invita a participar de algunas actividades. Aunque en verdad yo soy socia del Centro de Jubilados de 25 de Mayo al que íbamos con mi esposo”.

Es una mujer de fe católica y la profesa. “Me gusta ir a la Iglesia del Perpetuo Socorro, donde está el padre Juanito”. Le gusta leer y ese es otro de sus pasatiempos. 

Cuenta que le agrada viajar y lo hace cada vez que puede. Su compañera de viaje es María Elena Albani, una vieja amiga de su infancia. “Tuve la suerte de conocer muchos lugares. Viajamos a Salta y cuando cumplí los 80 años me fui a Ushuaia y este año nos fuimos a Brasil.

“Eramos compañeras de la escuela primaria, después crecimos, nos casamos, tuvimos nuestros hijos y nos vimos un poco menos, pero después nos reencontramos y hoy coincidimos en la posibilidad de viajar”, comenta.

Pergamino es un lugar en el que le gusta vivir. También se siente cómoda en el barrio en el que vive. “Hace tantos años que estoy en esta casa que no me imagino en otro lugar. Nos vinimos a vivir aquí cuando ya tenía a las chicas”, menciona y hace referencia al oficio de su esposo que fue constructor. Sus manos tuvieron mucho que ver con poder levantar esa casa que se transformó en el hogar de ellos. Asegura que fueron muy compañeros. “Esta casa la compramos trabajando los dos, con un crédito compramos el terreno y empezamos a edificar con un crédito del Banco Hipotecario”.

 

Volver al origen

Cuando la entrevista va finalizando, entre fotos, recuerdos del jardín y vivencias, Dina confiesa un deseo: anhela poder conocer la tierra donde nació su papá en España, en la provincia de Orense. Y cuenta la historia de un inmigrante, como tantos, que llegó dejando del otro lado del mundo toda una vida: “Mi padre se vino de allá teniendo 15 años, llegó con una familia amiga, y nunca más vio a su familia. Empezó a trabajar acá en la estancia de Jacquelin, era cocinero de la estancia. Después se hizo lechero y un día estando en el Hotel Sarmiento le comentaron que había pasado un señor preguntando por él. Se había ilusionado que pudiera ser su hermano. Al que nunca volvió a ver. Solo se reencontró con su hermana que vino a la Argentina”.

Esa historia de desarraigo marcó su vida y recrearla le genera cierta nostalgia. Eso se nota en su mirada. Tiene la asignatura pendiente de conocer aquella tierra.  Quizás su pasión por viajar, haga realidad ese sueño.  

Se lleva bien con el transcurso del tiempo. “No pienso demasiado en la vejez, pero me llevo bien con ella porque he disfrutado de mis nietos, los he visto realizados, esas son las satisfacciones que da el paso del tiempo, poder ver con mis propios ojos cómo van cumpliendo sus sueños”, concluye sin anhelar mucho más que verlos seguir creciendo felices.


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