Perfiles pergaminenses

María Susana Giácoma de Cuesta: una mujer que supo cumplir sus sueños


 María Susana Gicoma de Cuesta en su casa recreando su historia de vida (LA OPINION)

'' María Susana Giácoma de Cuesta, en su casa, recreando su historia de vida. (LA OPINION)

Es multifacética, y tiene el temple de las personas que saben sobreponerse a la adversidad y aferrarse a la alegría. Su familia y los amigos; el teatro y el voleibol, además de su actividad comercial, constituyen sus rutinas. Llevó adelante cada uno de los proyectos que emprendió. Hacia el futuro solo desea que sus hijos puedan hacer realidad sus anhelos.

María Susana Giácoma de Cuesta vive en la Ciudad Deportiva del Club Sirio Libanés con su esposo Pedro Alberto, con quien lleva 41 años de casados. Por las tardes atiende el negocio familiar de venta de indumentaria deportiva en el barrio Centenario y el resto del tiempo lo organiza para disfrutar de sus hijos y nietos y realizar diversas actividades que contemplan sus ensayos de teatro, sus prácticas de voleibol y su peña con las amigas de siempre. Es una mujer sociable. Excelente anfitriona. Recibe la entrevista en la galería de su casa, frente a un gran ventanal desde el cual se ve un árbol de gingko biloba que ella misma vio crecer cuando proyectaron la construcción de su casa. Dice que luce en todo su esplendor en otoño, cuando las hojas se vuelven doradas, pero en pleno verano el verde ilumina el jardín. 

Susana ama su lugar y se nota. Cada detalle está perfectamente cuidado.

Tiene cuatro hijos: María (40) que es veterinaria, está casada con Juan José y vive en Lobos; Luciana (38) casada con Fernando, estudia Ciencias Económicas y trabaja con ella en el negocio familiar; Inés (35) es bailarina de tango junto a su esposo Mauricio; y  Juan (21), soltero, estudió Relaciones Públicas en Rosario y vive en Buenos Aires donde trabaja. También tiene siete nietos: Manuel y Alejo; Julia y los gemelos Octavio y Lorenzo; Luna y Lucas. 

Aunque su vida estuvo signada por algunas muertes prematuras como la de su padre y su hermano, no se queda aferrada a la tragedia, por el contrario se aferra a la alegría como condición inevitable.

“Nací en 1950, estoy a un paso de cumplir 65 años y me gusta la vida que tengo, nací en la Clínica Pergamino y nos fuimos a vivir a la casa de mis abuelos, en la casona donde hoy funciona Point, sobre la Avenida de Mayo. Después nos mudamos a Moreno y 11 de Septiembre hasta que nos fuimos a vivir a Pehuajó donde mi padre, Lorenzo Giácoma, ‘Luro’, trabajaba en una barraca de cueros de la familia Biscayart. Estuvimos allí hasta que mi padre falleció, teniendo 42 años. En ese entonces mi hermano tenía apenas 5 meses y yo seis años.  Con mi madre ‘Tití’ Aguirre regresamos a Pergamino, a la casa de mis abuelos”, cuenta en la síntesis de la biografía de su primera infancia.

Cuando habla de su madre siente una fuerte identificación con su manera de concebir la vida. “Ella vivió hasta los 92 años, falleció hace apenas dos, y fue una mujer con una mente abierta y una fuerza increíble que sobrevivió a la muerte de mi hermano Carlos Lorenzo que falleció en un accidente a los 18 años.

“Aquella fue una pérdida enorme, él murió el día que nació mi primera hija”, recuerda y asume que “en cierto modo tuve una vida trágica”. Lo dice y enseguida sale de esa visión y agrega: “Hay gente que se queda llorando en el dolor y encajada en la tragedia y la verdad es que yo no y creo que mi madre tampoco, ella demostró tener una entereza terrible. Era una mujer increíble”.

Los recuerdos vuelven sobre su adolescencia cuando recuerda que su casa era el lugar al que todas sus amigas elegían ir porque “mi madre era mucho más moderna que nosotras”.

Aunque “Marisú”, como la llaman, hizo parte de la primaria en la Escuela Nº 2, casi todo su trayecto educativo fue en el Colegio Nuestra Señora del Huerto, donde se recibió con el título de maestra. Guarda de aquel tiempo las mejores vivencias y rescata en todo momento la “complicidad” de su madre. “En la década del 60 mi madre consideraba que teníamos que ir a la cama con nuestros novios antes de casarnos, algo que era casi revolucionario. Nos encantaba ir a las carreras de Turismo Carretera, a ninguna de mis amigas las dejaban ir, así que la única que sabía era mi mamá, teníamos una amiga que estaba de novia con un corredor así que nos íbamos a Arrecifes con su consentimiento”.

Conoció a su esposo en aquella adolescencia y transitó con él gran parte de la vida. Cuando terminó el Colegio se fue a vivir a Buenos Aires donde incursionó en varias carreras y entró a trabajar en Obras Sanitarias, donde estuvo diez años. Ya casada armó su vida de familia en Capital hasta que decidieron volver a Pergamino, en tiempos de la dictadura militar. “La vida en Buenos Aires fue linda hasta que llegaron los militares, en ese momento todo se volvió muy inseguro, había edificios que estaban ‘señalados’ tiraban bombas por todos lados y era como vivir en una guerra. Cuando nació mi segunda hija decidimos volver”, cuenta.

 

La vuelta a casa

Recuerda que cuando volvieron a Pergamino se dedicaron a fabricar muebles de caña. Más tarde su esposo, junto a dos socios Posteraro y Barros, pusieron un negocio mayorista de deportes. “Cuando disolvieron la sociedad compramos una casa de Deportes en Rojas, mi marido viajaba todos los días, durante 18 años. Después pusimos una en Pergamino en la Avenida de Mayo y Doctor Alem, al lado de la Farmacia San Antonio, en un tiempo en que ese sector no tenía el desarrollo comercial de hoy. Cuando vendimos el local de Rojas, nos establecimos en la Peatonal y después en Centenario, donde estamos actualmente”.

En otro momento también tuvo la regalería “Facundo” y también trabajó durante varios años como docente en el Colegio Industrial y en el Colegio Nacional. De cada experiencia saca el mejor aprendizaje y en su presente laboralmente está abocada al negocio que atiende todas las tardes.

 

El teatro, su vocación 

Inquieta por el conocimiento y siempre dispuesta a emprender nuevos proyectos, comenta  que estando en Buenos Aires “probé con varias carreras, hice el ingreso en Arquitectura, estudié Diseño publicitario, algo de Antropología, Italiano y cursé más de veinte materias de Abogacía”. Sin embargo, confiesa que su vocación de siempre fue el teatro, aunque recién después de los 50 años se dedicó de lleno a esta actividad.

“De joven había integrado TEA, una asociación juvenil muy conocida, hacíamos un festival el día previo al Día del Estudiante, editábamos una revista y hacíamos una obra tipo comedia, estuve tres años trabajando allí, nos dirigía ‘Mambo’ Ferrari y Carlos Otegui, Enrique Auil era nuestro presidente. Esa fue mi primera incursión de algún modo en el mundo del teatro. Después me desconecté hasta que un día, ya de grande, fui a ver una obra de Marta Lere, Venecia, me acerqué a felicitarla al final de la función y me preguntó por qué yo no iba a los talleres. Esa pregunta fue para mí una invitación y durante dos años fui al taller de Marta. Después dejé porque en ese tiempo estaba trabajando en la docencia”, relata.

Lejos de los ensayos, siempre estuvo dispuesta a disfrazarse para los cumpleaños de sus amigas y esa fue la génesis para contactar a Neme Carenzo y armar un grupo de teatro en la Ciudad Deportiva. “En aquel tiempo jugábamos al tenis, convoqué a Neme, pedimos la confitería y empezamos a tomar clases. Nos propuso ir a Florentino a ver el escenario y así fue como nos integramos a los talleres que él dictaba allí.

“Hice cuatro años de taller en forma sistemática, al principio éramos las ‘Cuntry star’, después algunas abandonaron y quedé yo. Ahora en Habemus Theatrum, con el grupo ‘Tamo en el Aire’ que integro, estamos poniendo la obra ‘Alicia, entonces cayó’”.

Como sucede siempre que alguien habla de sus pasiones, algo se ilumina en su mirada cuando habla del teatro y confiesa que lo que más le gusta es “actuar” o como ella misma le dice a su profesor “tomar parte”.

El voleibol

Pero las tablas no son la única actividad de esta mujer que asegura que a los 65 años “hacer algún tipo de deporte es lo que te mantiene con vida”. Con esa filosofía hace un tiempo recuperó otra de sus pasiones: el voleibol. Integra el Grupo Mixto de Voleibol que compite en los Torneos Bonaerenses de la Tercera Edad.

“Durante muchos años había jugado en Gimnasia, integramos el primer equipo de Pergamino de Mami Voley, después ese grupo se desarmó y hace cinco o seis años cuando la disciplina se incorporó en los torneos, nos empezaron a juntar para formar un grupo que es fabuloso. Entrenamos dos veces por semana en Tráfico’s y compiten en Mar del Plata cada año. “Más allá de los resultados en esa experiencia nos jugamos otras cosas, nos encontramos con gente querida y nos divertimos mucho”.

 

Estrechar lazos

María Susana es un ser sociable por naturaleza. Ella misma cuenta que tiene muchos “ámbitos de pertenencia”. “La mayor parte del tiempo se la dedico a mi familia, a mi esposo, mis hijos y mis nietos y después me hago tiempo para compartir con amigos. ‘Las Atilias’ son mi barra del Colegio, nuestra peña es sagrada cada miércoles. Voy a voleibol y a teatro, además del negocio y siempre estoy haciendo cosas”.

Asegura que mucho de lo que hace es posible por el apoyo incondicional de su compañero. “Con mi marido hemos logrado una armonía, toleramos las cosas del otro y respetamos mucho las actividades de cada uno”.

Se define como una mujer “muy amiguera” y menciona entre sus afectos a Susana Spiatta, a quien define como “una hermana”.

 

 Su lugar en el mundo

La entrevista termina a la sombra de su árbol preferido, ese que representa la vida.  Susana siente que allí está su universo íntimo. “Nuestra experiencia de vida aquí es fantástica, comenzamos a construir nuestra casa hace quince años. Veníamos de sufrir 27 robos y yo no conseguía acostumbrarme a tomar una actitud más precavida. Cuando llegamos no había nadie, desde el terreno veíamos la cancha de golf. Enseguida empezó a crecer hasta transformarse en lo que es hoy”, refiere y asegura que es su lugar en el mundo.

Frontal, sin dobleces, asume que su elección de todos los días es “vivir con alegría”.

“Estoy preparada para morirme en cualquier momento así que vivo cada día como si fuera el último. Me encanta la vida, pero no me molesta morirme si la muerte es con dignidad. De hecho ya no me hago controles porque no me interesa hacerme ningún tratamiento si me enfermara. Sé que no voy a tener cáncer porque soy optimista y el cáncer es una enfermedad que le agarra a la gente que piensa triste”.

Con la profundidad de ese comentario, que sintetiza de algún modo una filosofía de vida. “Ya no tengo ningún sueño pendiente, los cumplí todos. Lo único que anhelo es que mis hijos realicen los suyos, es lo único que ambiciono, lo demás ya está hecho”, concluye.


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