Perfiles pergaminenses

“Mery” Merlino: una voz del tango que dedicó su vida a la música y la docencia


 “Mery” en la intimidad de su hogar relató parte de su historia de vida (LA OPINION)

'' “Mery” en la intimidad de su hogar relató parte de su historia de vida. (LA OPINION)

Se define como una luchadora que supo “hacerse” a sí misma. Fue docente, está jubilada y hoy se dedica a la música ciudadana. Vive en la misma casa desde que nació y es una pergaminense de ley. Fiel a una filosofía de vida, siempre consiguió sobreponerse a las dificultades y ser feliz.

María Angélica Merlino “Mery” es una mujer que aparenta menos edad que la que tiene. De aspecto jovial recibe la entrevista en su casa de Echevarría, frente a la Plaza 25 de Mayo, con la amabilidad de las personas sencillas. La conversación fluye casi como si no fuera una entrevista y como casi todas las historias de vida comienzan con el relato de la niñez. Vivió toda su vida en esa que define como su casa y como algo más que eso: su lugar en el mundo. Aquel por el que pasaron sus padres y su hermano que partió tempranamente. El lugar donde crió a sus hijos y donde hoy disfruta de su presente y de sus nietos.

“Soy súper oriunda de Pergamino porque mi bisabuelo llegó en 1856 y edificó la famosa Quinta de Merlino”, cuenta y señala que su familia estaba integrada por su papá Raúl, su mamá Angélica y su hermano Jorge. “Yo era la más chica y soy el último eslabón que queda de esa cadena”, refiere. Pero no lo dice con nostalgia, sino con el tono sereno de quien acepta el fluir de la vida.

Su familia de hoy es pequeña y está integrada por sus tres hijos: Luis Furlano, que es peluquero y actor; Eugenio que fue campeón nacional de gimnasia acrobática y hace 16 años vive en Barcelona y Christian que es contador y está casado con Soledad Villarreal, a quien quiere como una hija. Completan su universo afectivo sus nietos, bisnietos, cuñada y sus sobrinos; además de los amigos entrañables de siempre, entre ellos su amiga “Techa” Repetto.

Define a sus hijos y nietos como “seres adorables”. “Nietos tengo cinco: María Eugenia, Fausto y Custodio, que son hijos de Luis; y Salvador y Antonia, que son hijos de Christian. También soy bisabuela de Benjamín, y de otra niña que viene en camino y se llamará Sisa”.

Separada del padre de sus hijos hace 42 años, asegura guardar una muy buena relación con él y se define como una mujer feliz que supo “hacerse” a sí misma.

 

Un ícono

En un momento de la charla Mery acerca a la conversación los recuerdos de la emblemática Quinta de Merlino. Aunque confiesa que “mucho de lo que sé de este lugar lo sé por la reconstrucción que he hecho de los recuerdos de mi hermano, ya que yo era más chica que él y no tengo demasiados recuerdos propios de ese lugar.

“Lo que sí puedo contar es que mi tío era un personaje divino, que dejó en cuarto año de Medicina para dedicarse a los animales, hablaba con las aves y ellas le entendían. El hacía de esa quinta un vergel, llegó a tener más de cien clases de rosas y una cantidad inmensa de faisanes”, relata. El lugar se vendió cuando fallecieron su tía y su tío, eran cuatro manzanas que representaban un icono. “Era común señalar la quinta como un punto de referencia del barrio Acevedo y no hay gente mayor que no haya ido alguna vez a robar naranja a la Quinta de Merlino”, refiere.

 

Su casa

Así como el relato permite una reconstrucción de aquel lugar, también posibilita descubrir el amor que “Mery” siente por su casa. “Llegué a esta casa estando en la panza de mi mamá, éstas eran las orillas de Pergamino y nadie quería vivir en este lugar porque lo que estaba enfrente no era la plaza sino un fuerte en donde estaban los presos. Esta propiedad había sido adquirida por los antepasados de mi papá y no sé lo que es mudarse a ningún lado. Toda mi vida transcurrió acá y me van a sacar con los pies para adelante”.

Reconoce que le gusta vivir como vive. Y ni siquiera los recuerdos de momentos dolorosos que tuvo que atravesar por adversidades propias de la vida la cargan de nostalgia. Tiene un espíritu alegre. “Amo este lugar, es mi lugar”, expresa sentada a la mesa de la cocina, compartiendo un mate.

 

La docencia

Cursó sus estudios primarios en el Colegio Las Siervas de San José que funcionaba en 9 de Julio, entre Pueyrredón y Bartolomé Mitre. Allí tuvo buenos compañeros que recuerda, entre ellos Pablo Ulla, los hermanos Martín y Galletti. Terminó allí sexto grado y después continuó su escolaridad en el Colegio Nuestra Señora del Huerto, de donde egresó con el título de Maestra Normal Nacional.  Fue en 1962. Un año más tarde comenzaba su actividad docente en la Escuela Pío XII. “Era una escuela que recibía a los expulsados de todos los colegios, la señorita María Rosa Torres Traverso era la directora, después siguió la señora Pruso Bonaldi. Yo tenía 18 años y tenía alumnos de 12. Trabajé con ‘Negrita’ Raimundo, con las mellizas Pérez, Dolores del Fabro, Nora Carrica, Marta Donelli y la señora de Fuentes; fue un grupo muy lindo que marcó mi primera experiencia laboral”.

Cuando se casó en 1965 dejó de trabajar por unos años. Y volvió a la docencia un tiempo más tarde. “La vida me dio un cachetazo, habíamos perdido un campo que teníamos, y fue momento de sacarle la polilla al título y volví a la docencia, una carrera que me ha dado múltiples satisfacciones”.

Coincidió con una época en que ya no era tan difícil conseguir cargos docentes y había posibilidad de elegir. “Nunca me faltó el trabajo; empecé en 1978 y no paré hasta que me jubilé hace cuatro años.

“Trabajé en la Escuela Nº 1, de preceptora en el Centro Mi Casa, en la Escuela Nº 502, hasta que en 1985 me fui a estudiar a La Plata de maestro bibliotecario. Enseguida el Ministerio de Educación comenzó a otorgar cargos de bibliotecarios en las escuelas, así que nunca me faltó el trabajo. Dejé la preceptoría y el grado. Entré a trabajar como bibliotecaria provisional en la Escuela Nº 22 y titularicé en la Nº 8 y en la Nº 53. En 1990 piden bibliotecaria en la Escuela Superior de Artes Visuales así que ahí ya tenía dos titularizaciones e hice provisional con continuidad quince años”. 

En una época, tuvo la agencia de lotería, Prode y marroquinería “La mosca loca”, en el inmueble que hoy ocupa Litoral Gas. “Fue desde 1974 hasta 1985, y por esa época era el único negocio de ese rubro en Pergamino”.

 

Otra etapa

Mery reconoce que se preparó para la jubilación, y confiesa que no extraña la escuela. “Lo que extraño es a los seres humanos a los que conocí estando en la docencia, pero estoy súper feliz”.

Sus rutinas cambiaron sin el horario laboral, pero siempre se mantiene activa. “Soy feliz, me levanto, voy a hacer gimnasia a Davreux, a la tarde voy a la pileta, ensayo con mis compañeros de tango, a la tardecita me llegan las toallas de las peluquerías de los chicos, las lavo, las seco y me quedó con la computadora hasta que me voy a dormir. “También con mis compañeros de la docencia mantengo relación, por ejemplo con las chicas de la Escuela Nº 53 siempre estamos viajando, ahora nos vamos a Córdoba para celebrar el Día del Maestro. 

 

La música

Cuando habla de sus ensayos de música, se refiere a los encuentros que comparte con sus compañeros de tango: el “Vasco” Luzuriaga, Eduardo Gaza, Alberto Digilio, Mónica Rodríguez y “Cora” Tulliani, “gente maravillosa con la que no existe competencia, algo que no es tan común en el ambiente artístico”.

Es parte de ese mundo desde siempre. Recuerda que en el álbum familiar que iba completando su madre, siempre anotaba que a “Mery” desde pequeña le gustaba cantar. “Mi mamá cantó en el Teatro Verdi  y tenía una voz maravillosa. Yo siempre estuve en los coros, en el de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced, en el del Colegio del Huerto y el último que formamos ‘14 de Canto’ con Angel Concilio”, menciona y señala que tuvo dos o tres actuaciones con Ana Coletta.

Transcurrieron los años y un día la vida le dio la posibilidad de cantar en público, casi por casualidad. Se valió de lo aprendido en su casa, donde siempre se había escuchado el tango. “No se oía otra música que no fuera tango, así que desde siempre me sé la letra de las canciones del repertorio tanguero conocido”.

Más tarde llegaron los Torneos Abuelos Bonaerenses y la posibilidad de competir. Se presentó en Bellas Artes. El primero en hacer sus pistas para cantar había sido Mario Berrondo y fue una de las primeras caras que vio cuando llegó allí para el certamen. Eso le dio confianza. “Cuando llegué a Bellas Artes y vi que estaban todos los artistas que yo conocía, pensé que no me iba a animar a cantar, pero me animé y salí primera. Durante quince años competí y siempre viajé a Mar del Plata. Fueron experiencias inolvidables y en mi última participación conseguí una mención especial”.

Asegura que a la par de ese certamen, ensayando, formándose en un arte que adquirió desde la cuna, se fue soltando en el circuito artístico. “Hoy me llaman de muchos lugares para cantar. Me encanta hacerlo, tengo temas melódicos, pero soy tanguera.  Le tomé el gustito a cantar, pero no se me subieron los patos a la cabeza”, afirma. Se apasiona cuando lo dice y enseguida aclara que si bien en algunos espacios canta profesionalmente siente la tarea como un servicio y siempre se muestra dispuesta a colaborar cuando la convocan para cantar con algún fin solidario.

 

Su fe, una filosofía

Cuenta que es una mujer de fe y asegura que su creencia en la metafísica es una filosofía de vida. “Soy metafísica desde hace muchos años, me formé con Graciela Davreux y después tuve como profesor a Alejandro. Se me abrieron todos los caminos de mis dudas y la metafísica me fue dando las respuestas.

“Me ayudó a comprender la adversidad, a saber que todo lo que hacemos lo pagamos y que hay que dejar morir el resentimiento, el orgullo y la envidia. La metafísica me iluminó la intuición y eso fue además muy reparador”.

Sobre el final de la charla cuenta que va a cumplir 71 años y que se siente plena. Quizás porque aprendió a disfrutar las pequeñas grandes cosas. Y a afrontar las pérdidas. “Fui muy rebelde, todo lo que quise lo hice, pero me hice sola. Mi padre se murió en mis brazos cuando yo tenía 16 años, de tristeza porque mi mamá había enfermado y estaba internada en un instituto en Rosario. Cuando volvió la cuidamos hasta el último día de su vida, en esta casa, hasta 1989.

“Tuve que atravesar experiencias difíciles, pero aprendí de cada circunstancia y hoy vivo como si tuviera 20 años, pero sin asignaturas pendientes. Salvo una, mínima: aprender a andar en bicicleta. “Quizás algún día lo haga, porque soy una guerrera”.

Así se define como una luchadora capaz de conseguir lo que se propone. “Vivo  guerreando, pero con educación y prudencia. No me permito que nadie me lleve por delante porque me hice sola en la vida”, concluye.


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