Perfiles pergaminenses

Mirta La Licata viuda de Manilla: peluquera, emprendedora y valiente


 Mirta La Licata en su casa del barrio Acevedo relató sus anécdotas de vida (LA OPINION)

'' Mirta La Licata, en su casa del barrio Acevedo, relató sus anécdotas de vida. (LA OPINION)

Por sus manos pasaron las cabezas de muchas pergaminenses que la eligieron como su peluquera, un oficio y arte que abrazó desde niña. Hoy conserva algunas de sus clientas a las que visita en sus domicilios semana a semana. Es una mujer luchadora que supo ganarle a la adversidad y le sonríe a la vida con gratitud.

Mirta La Licata, viuda de Manilla tiene 65 años. Nació en Pergamino el 22 de febrero de 1950 y pasó toda su vida en el barrio Acevedo. Creció en Paraguay y Roque Sáenz Peña y hoy vive en calle Guido. Hija de Angela Esper y Salvador La Licata, ambos fallecidos. Es la mayor de los dos hijos del matrimonio. Su mamá fue ama de casa y su papá carpintero y las vivencias de su infancia y su relación con su hermano, Salvador Ricardo, son parecidas a las de tantos vecinos nacidos y crecidos en una ciudad muy distinta a la de ahora, en la que se podía jugar en la calle y vivir sin más preocupaciones que la rayuela, las figuritas que faltaban en el álbum o el arroz con leche. “Fui a la Escuela Nº 4, recuerdo a todas mis maestras y a mis compañeras con muchas de las cuales nos seguimos reuniendo”, cuenta en el comienzo de la entrevista.

Desde chica soñó con “ser peluquera” y jugaba a “la peluquería”. Aunque fue muy buena alumna, cuando terminó sexto grado sus padres le dijeron que no iban a poder mandarla a estudiar porque significaba un enorme esfuerzo para ellos y porque en aquella época se privilegiaba que fuera el varón el que estudiara. Fue en ese momento que el juego preferido de su niñez se transformó en la posibilidad de futuro. “No había tenido a ninguna peluquera en la familia, pero por alguna razón yo jugaba a esto y me pasaba horas peinando a mis primas y haciéndoles cosas en la cabeza. Cuando terminé sexto grado mi padre, que le había hecho unos trabajos de carpintería a ‘Yiyi’ Nardi -que había llegado a Pergamino y tenía la peluquería en 9 de Julio, frente a la Plaza 25 de Mayo-, me llevó para que me enseñaran el oficio. Recuerdo que había terminado el colegio un 30 de noviembre y los primeros días de diciembre me llevó en bicicleta. Cuando me vieron me dijeron que era muy chica, con mi altura no llegaba siquiera a la pileta de lavar cabezas”, refiere.

Un tiempo después de aquel episodio, cuando surgió una vacante, “Yiyi” la llamó. “Fue el 16 de marzo de 1963, nunca olvidaré ese día, tenía 13 años cumplidos. Allí empezó mi aprendizaje y mi camino como peluquera.

“Era un lugar en el que se trabajaba mucho, iban señoras muy importantes de Pergamino que tenían su turno fijo, el trabajo era continuo. Empecé lavando cabezas, limpiando ceniceros, poniendo el cortador, recibiendo a las clientas, observando. Todo lo que sé lo aprendí allí con la enorme generosidad de quienes me enseñaron”. Era la más chica del equipo. Por aquel entonces ‘Martita’ Ponce era la mano derecha de ‘Yiyi’ y varias peluqueras conocidas ya habían salido de allí para instalar sus propios salones. Era una verdadera escuela. Entré con Lourdes Caruso y ‘Martita’ Ponce se transformó en ‘una hermana’ para mí. Me enseñó muchas cosas del oficio y de la vida, porque en aquel momento ella tenía 20 años y era toda una mujer”, cuenta.

Con el tiempo Mirta se transformó en la mano derecha de ‘Yiyi’ y siguió aprendiendo. Más tarde se casó con José “Pepe” Manilla, a quien conoció a poco de haber comenzado a trabajar porque él estaba en el taller mecánico de Cordich que quedaba cerca de la peluquería.

“Estuvimos seis años de novios y casados 41 años hasta que falleció en enero de 2012”, señala Mirta, y vuelve a su experiencia de trabajo en la peluquería de Nardi, para referir que estando recién casada fue ‘Yiyi’ quien la impulsó a que armara su propia peluquería. 

“‘Yiyi’ quería dejar porque estaba decidido a dedicarse a los cepillos, así que me impulsó a que yo continuara. Fue él quien me instaló una línea de teléfono en casa, porque ‘Pepe’ y yo no teníamos para poner teléfono, me dio todas sus cosas, secadores de pelo, espejos, elementos de trabajo y mi papá que era carpintero hizo la instalación de mi propia peluquería en casa.

“Lo único que me pidió ‘Yiyi’ fue que no abandonara a sus clientas y yo nunca pensé que ellas me iban a seguir. Pero lo hicieron. Fueron años muy lindos. Era mi primera peluquería, instalada en el living de casa”, señala con infinita gratitud y recuerda a alguna de aquellas clientas: “Negrita” Solá, “Vieja” Marino Aguirre, Perla Huerta, ‘Kety’ Duffy de Mas Baeza, la abuela del doctor Garat, la señora de Monclú y otras tantas que sería imposible enumerar.

 

En la Galería La Plaza

El esposo de Mirta era joyero de oficio. En dos oportunidades lo asaltaron y eso lo desalentó a seguir en esa actividad. Ella refiere que fue una época en la cual la pasaron “muy mal”.

“Yo lo entusiasmé para que hiciera algún curso y trabajara conmigo. Lo convencí. Vendimos el auto que teníamos y nos decidimos a instalar el salón de peluquería en la Galería La Plaza, en una época de oro de ese lugar. Allí pusimos la peluquería, él trabajó como colorista, yo como peluquera y ‘Norita’ Calomarde era nuestra asistente”, relata.

Las vivencias que cuenta de esa época describen la postal de un Pergamino floreciente, en un lugar estratégico. “La Galería La Plaza era el mejor lugar de la ciudad, era la alegría de todo Pergamino, de noche era un paseo, había una calesita y todos los negocios estaban llenos. 

“Allí pasamos gran parte de nuestra vida, allí crecieron nuestras hijas y con los comerciantes de la Galería fuimos una gran familia. Era un paseo muy lindo que todo el mundo elegía. Con algunos comerciantes de entonces seguimos encontrándonos”, señala y menciona a algunas de las mujeres que se atendían en aquel salón: “Nena” García Cano, Norma Labaronnie, Mabel Palaversich, Marta y Susana Renati, “Negrita” Apesteguía, Irma Bergroth, ‘Pety’ Sorasio, Zulema Lanternier, ‘Luisita’ Gandolfi y las hermanas Montardit. 

“En ellas y en muchas otras más a las que pido disculpas por no nombrar, va mi más enorme gratitud, ya que con ellas realicé mi vocación y con cada una establecí un vínculo que perdura”, refiere.

Estuvo allí muchos años hasta que un problema de salud la obligó a alejarse un poco de la actividad. “Mis médicos, a los cuales les debo la vida, me dijeron que era el trabajo o yo y con angustia tomé la decisión de cerrar la peluquería”.

 

Un obstáculo

La adversidad que le puso delante el deterioro de su salud, la ayudó a descubrir también su fortaleza y jamás se amedrentó ante el obstáculo. “A los 32 años tuve que someterme a una operación muy traumática para mí, que dejó sus huellas, pero pude superarlo”. Lejos de dejarse vencer, por el contrario, se dejó  ayudar por sus médicos, los doctores Julio Lanternier (padre) Roberto Buils y Jorge Hernández. “A ellos les debo la vida gracias a que cuidaron mi salud y me ayudaron a fortalecerme psíquicamente”, confiesa.

Hasta restablecer su bienestar hizo una pausa en su oficio. Sin embargo, fieles, sus clientas la llamaban para que las atendiera. Así que aún en las peores circunstancias siempre encontró el modo de responderles y de estar ahí, para trabajar. “Cuando cerramos la peluquería mi marido puso una librería, así que yo estaba ahí, ayudándolo. Más tarde trabajé como secretaria en un Instituto de Kinesiología y cuando cerraron volví a lo mío en ‘La Pañalera’, que funcionaba en la esquina de Merced y Pueyrredón”.

 

Clientas fieles

En varias oportunidades Mirta hace referencia a la fidelidad de sus clientas, a las de antes y a las de siempre. “Cuando tuve que dejar de trabajar lo viví con mucha angustia porque tenía una relación muy fuerte con mis clientas. Todas fueron muy fieles, yo tenía gente que se iba a vivir a otro lugar y venían a Pergamino para atenderse conmigo. “Me costó dejar, lo viví con angustia, pero estaba transitando un momento difícil, cuando me reinicié fueron años hermosos porque esa experiencia me dio la posibilidad de reencontrarme con mucha gente, había señoras que pasaban por la vereda, me descubrían trabajando, mirando por una ventana, y entraban para atenderse”, cuenta, emocionada.

 

Conectada al presente

La pérdida de su esposo en 2012 fue otra dura prueba. Se acompañaron y comprendieron mutuamente y habían compartido juntos gran parte de la vida. “Nunca me imaginé que él se iba a ir antes que yo, porque siempre decía que iba a vivir hasta los 90 años. Son las cosas que no tienen explicación”, afirma.

“El me enseñó con su optimismo a mantenerme en pie. Era una persona muy positiva que me enseñó que hay que vivir día a día. Me quedé con muchas enseñanzas y con inolvidables recuerdos”, agrega.

Su principal tesoro son sus hijas y nietos. Los muchos amigos y la familia siempre dispuesta a tender una mano. “Mi hija María Laura (44) está en pareja con Sergio Serafini; y Ana Carolina (40) está casada con Gerardo Navarrette.

“Tengo seis nietos y una del corazón: Ignacio (25) y Agustina (23) Osés; Camila (10) y Brenda (26) Serafini; Delfina (15), Mateo (10) y Francisco (3) Navarrete”.

“Los miro y no paro de agradecerle a Dios. También disfruto mucho de compartir con mi hermano, mi cuñada Mónica Pascuali, y mis sobrinos Julieta y Joaquín La Licata”.

Con respecto a la peluquería, en el presente solo se quedó con cuatro clientas a las que atiende a domicilio: “Chichina” Paterlini, ‘Carmencita’ Escobar, Irma Gómez y ‘Beba’ Fernández. “Son un poco mis mamás sustitutas y lo hago con mucho placer. Las atiendo en sus casas”, cuenta. 

Confiesa que es una apasionada de las peluquerías y que le gusta recorrerlas y observar cómo trabajan. Aunque más allá de sus clientas de hoy, ya no está en actividad, no duda en retocarle el flequillo a nietos y amigos. Y lleva en el alma su oficio. “La felicidad mía es que mi nieta Delfina, que cumplió 15 años hace poco, me eligiera para que la peinara en su fiesta”.

 

A mano con la vida

Con la templanza que da el haber transitado la adversidad, sostiene que la enfermedad tanto la propia como la de seres queridos, lo que deja como aprendizaje es una mayor valoración de las cosas. “Uno aprende a vivir el hoy, a disfrutar del presente; aprende que el dinero ayuda, pero que cuando hay problemas de salud no sirve para nada.

“Yo fui muy golpeada con mi salud, pero todo lo que pasé lo afronté con coraje, pidiéndole a Dios que me diera vida mientras vivieran mis padres, porque sabía por algunas de mis clientas lo devastador que era para ellos perder algún hijo. Dios me concedió ese deseo”, afirma y confiesa que mucho más que su propia enfermedad le preocupó un problema de salud que debió afrontar uno de sus nietos. “Ignacio nació con un problema en el corazón, lo iban a tener que operar cuando tuviera una determinada edad y yo sabía que él podía morir entonces. Eso me marcó mucho, fueron años de mucho sufrimiento hasta que llegó la intervención y todo salió bien”.

Mirta lleva adelante el relato de cada una de las experiencias vividas con total serenidad y en ningún momento se victimiza. Por el contrario, está plantada frente a la vida sabiendo que no quedan asignaturas pendientes. Tampoco sueños, porque los realizó a todos.

Ama su casa, disfruta de su familia y de sus amigos. “Creo que me pasó todo y viví a pleno. Todos los días agradezco disfrutar cada momento y que mis seres queridos estén cerca. Tengo la suerte de tener una familia que me quiere, mis tíos La Licata que siempre están pendientes de mí. Considero que soy una mujer que vivió de todo, y que ahora disfruta todo lo bueno. Disfruto de ir al Centro de Adultos Mayores de San Roque y a La Casita de mis Viejos, en donde realizo varias actividades, soy un poco la payasa del grupo y siempre me preocupo por sacarles una sonrisa a quienes tengo cerca”.

Esa apreciación la define, en su buen humor, en su don de saber escuchar y aconsejar cuando es preciso. Algo así como si esas cualidades fueran su clave para la vida.


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