Perfiles pergaminenses

Nelly Fonseca viuda de Perrotta, una maestra de ley


 Nelly Fonseca de Perrotta docente con una rica trayectoria en Pergamino y en la Patagonia (LA OPINION)

'' Nelly Fonseca de Perrotta, docente con una rica trayectoria en Pergamino y en la Patagonia. (LA OPINION)

Ejerció la docencia en Ingeniero Jacobacci, Río Negro y más tarde en nuestra ciudad donde se radicó con su familia. Trabajó con niños y adultos. Hoy a los 90 años recrea las anécdotas de un tiempo en el que la educación era el verdadero pilar de la sociedad. Con nostalgia recuerda su vida en el sur, pero mira hacia adelante donde la espera la vida que honra a diario.

Amí me gusta la vida y soy muy agradecida del modo en que la gente siempre está dispuesta a tenderme una mano. Tengo los años que he juntado, que ya son 90, pero me siento bien”, dice Nelly Fonseca, viuda de Perrotta, mientras abre la puerta de su departamento para la entrevista. La acompaña su bastón y una sonrisa complacida. Lamenta no poder caminar todo lo que quisiera, pero en ningún momento su relato se instala en la queja. Por el contrario, refiere que sale todos los días a visitar amigas, que va a la peluquería y que los remiseros se han transformado en sus principales aliados para sortear las dificultades de su movilidad. No se notan en su rostro los 90 años, tampoco se advierten en su actitud que es jovial, aunque recta. “Yo en realidad nací en Buenos Aires, pero como mi padre compraba cereales y trabajaba para una empresa lo mandaban de un lugar a otro, así estuvimos en Rosario y gran parte en San Francisco, Córdoba, donde me crié y viví hasta los 21 años en que me fui a la Patagonia para trabajar”.

Como maestra se estableció en Ingeniero Jacobacci, Río Negro. Corría 1946. “Cuando me propusieron esa oferta de trabajo, enseguida acepté, mi madre me acompañó hasta la Estación Constitución, en Buenos Aires, tomé el tren y ahí comenzó para mí una nueva vida”, cuenta.

Con regresos a Córdoba en tiempo de vacaciones –en aquel tiempo en el sur las clases se dictaban de septiembre a mayo- esa experiencia duró para Nelly 15 años. “Cuando llegué después de varios días de viaje en tren encontré un poblado pequeño, recuerdo que miré si había luz en las calles porque siempre le tuve temor a la oscuridad, pero enseguida me adapté porque la experiencia en la escuela fue fabulosa, éramos más de 20 maestros y asistían niños con muchas necesidades, varios de ellos descendientes de indígenas y vivían en una ranchada ubicada al pie de los cerros”.

Cuando narra la experiencia se define como “una mujer corajuda” para aquella época y en todo momento confiesa que esa decisión de irse a la Patagonia fue acompañada por una profunda vocación docente que abrazó desde siempre.

“Vivía junto a otras maestras en un hotel y fuimos recibidas por un pueblo de gente muy buena, en su mayoría ferroviarios, que nos trataban muy bien”, agrega.

Su estadía en Jacobacci fue el puente para ir organizando también la vida familiar porque a poco de estar allí conoció a un pergaminense, Hipólito Perrotta con quien se casó en 1948.

“El era pergaminense pero se había ido a vivir allá, entró a trabajar en el Ferrocarril y llegó a ser jefe de tracción, hasta que quedó cesante y se dedicó a su oficio de carpintero”, señala y comenta que a los dos años de casados nació Ana María (Punchi); a los cuatro años María Alejandra y cinco años después María Fernanda.

 

La llegada a Pergamino

Vivieron en Río Negro hasta que su hija mayor terminó quinto grado. Se radicaron en Pergamino en 1960 y ya establecidos en nuestra ciudad, su esposo se dedicó a la carpintería, actividad que desarrolló hasta que falleció, hace doce años.

“Hasta ese momento a Pergamino solo habíamos venido de visita, cuando llegamos nos fuimos a vivir con un hermano de mi esposo hasta que conseguimos casa; nos mudamos a calle General Paz, después a Italia, donde vivimos muchos años; y un mes antes de la inundación nos mudamos a Monteagudo, así que el agua se llevó todo; y finalmente cuando enviudé mis hijas buscaron para mí un departamento que es éste, donde vivo”.

Las referencias sobre sus hijas, la mayor vive en Pergamino y las otras dos en Río Gallegos y El Bolsón, ocupan gran parte del relato. Siempre está rodeada de afecto y la distancia no es para Nelly un escollo, comprende que “cada uno tiene que hacer su vida, de hecho yo también me fui muy joven de mi casa para transitar mi propio camino; además estamos siempre comunicados, y nos vemos seguido, yo casi no voy porque no quiero ‘ser piedra’ en el sentido de interferir con las actividades que ellos tienen.

“Por suerte tuve la fortuna de armar una buena familia, tengo diez nietos (Carolina, Maximiliano Raggi; Paola, Ornella, Gianna, Caterina Papini; Paula, Matías, Mariángeles y Luciana Chazarreta) y seis bisnietos (Martiniano, Valentina, Antonela, Lautaro, León y Jerome).

En la mesa del living y en las paredes del departamento hay fotos de sus afectos más queridos. En una de ellas está junto a su esposo, jóvenes y enamorados. Nelly habla de él con alegría, cuenta que cuando lo conoció tenía una novia, pero en cada baile la sacaba a bailar.

“El vivía frente al Hotel donde nos alojábamos las maestras, imagínate que llegamos un miércoles y el domingo ya estábamos de baile en el club. Como él estaba de novio con una compañera y a pesar de eso siempre se desvivía por sacarme a bailar, como yo no quería lastimar a nadie, opté por no ir más, me enclaustré. El me llamaba por teléfono y me decía que cuando yo volviera después de las vacaciones, él ya no iba a estar de novio. Así fue. Estando en Córdoba me anoticié de que se había peleado y cuando volví era un hombre libre, estuvimos 64 años juntos”.

Su compañero ahora tendría 92 años. Y Nelly recuerda lo felices que fueron en el 50 aniversario de su casamiento cuando sus hijas le hicieron una fiesta sorpresa. Lo extraña, pero entiende que “así es la vida” y se queda con los mejores recuerdos de una vida vivida plenamente, en la que viajaron mucho, conocieron el país. “Volvimos al sur varios años después para participar del aniversario de un museo que se había creado cuando estábamos allá. Lo pasamos muy bien, nos alojamos en la casa de una alumna y fue increíble la cantidad de exalumnos que fueron a saludarme, fue muy emocionante, fue una satisfacción maravillosa, me traje de allí el mejor reconocimiento”.

 

Siempre maestra

En Pergamino Nelly trabajó en la Escuela Nº 77 (hoy 53) en el barrio Centenario. “Cuando se provincializaron las escuelas Lainez, pedí el pase al servicio de Adultos que funcionaba en la Escuela Nº 2, allí trabajaba de 18:00 a 19:00 y estuve hasta que me jubilé en 1979”.

“Hice la mitad de mi carrera en inferior, también como maestra de quinto grado y como maestra de adultos”, describe y de cada experiencia tiene una anécdota.

“Todo fue muy distinto cuando llegué a Pergamino, los chicos con los que yo estaba acostumbrada a trabajar tenían otras necesidades, en Jacobacci los chicos necesitaban de todo, cuando tenían piojos, la directora nos daba la máquina cero y nosotras mismas los pelábamos y les pasábamos un algodoncito con kerosene”.

Dueña de un marcado sentido de la adaptación a las distintas circunstancias, enseguida se integró a la comunidad educativa pergaminense y ejerció con mucho compromiso. Fue impulsora del kiosco de la Escuela Nº 77 y participó en distintas comisiones y formó el Club de Madres, era la primera en llegar a la Escuela y la última en irse. “Me encantaba”, confiesa. Enseguida comenzó a sentirse “pergaminense” y la escuela facilitó ese sentido de pertenencia por cuanto de inmediato hizo amistad con las maestras, con muchas de las cuales se mantiene actualmente vinculada.

“Creo que mi esposo se hubiera vuelto al sur, yo siempre digo que quizás por esa razón mis hijas viven en el sur, es un lugar que tiene un cielo diferente; pero a mí me gustó Pergamino, y siempre me sentí muy bien recibida”, refiere en otro momento de la charla.

A la par de ello comenta que también fue misionera de la Iglesia Merced, una experiencia maravillosa compartida con el Padre Gastón Romanello. “Tenía mi manzana en calle Italia y cuando me mudé seguí yendo a misionar allí”, refiere y seguramente su condición de trabajadora incansable y comprometida fue lo que facilitó su inserción en distintos espacios de la comunidad.

 

Su presente

Con 90 años Nelly se mantiene activa. Sale todos los días a visitar a sus amigas. “También voy al geriátrico  a visitar a Eulalia Tobar de Farrán;  voy a lo de ‘Tita’ Mosto, un año mayor que yo, y el remisero que me lleva me pregunta quién va a cuidar a quién; también soy muy amiga de Haydé Sued y de Soledad Lezcano; y también de Juanita López, una santiagueña con la que trabajé y que ya no está en Pergamino porque su hijo se la llevó a vivir a Córdoba”.

Recuerda con entrañable cariño a compañeras que ya no están como “Nenita” Bollero y “Tuna” Bussi. Además menciona su amistad con “los conocidos del barrio” y muestra su gratitud hacia sus vecinos del complejo de departamentos en el que vive.

Transita el presente “esperando que pasen los años” y no tiene anhelos pendientes. Tampoco asignaturas. Disfruta de rutinas simples, va a la peluquería, comparte su tiempo con seres queridos y siempre se siente acompañada. No le teme al transcurso del tiempo. Disfruta de la lectura y confiesa que le gustan las novelas románticas. “Siempre aprovecho la noche cuando me acuesto para leer, ya que durante el día no tengo tiempo. Las chicas de la biblioteca me dicen que me van a tener que dar los estantes porque ya no me quedan libros por leer”.

Tiene de la educación una mirada crítica. “Veo un profundo desgaste de la educación y me quiero morir cuando veo los cuadernos de los chicos de hoy, no puedo entender cómo no se corrigen los errores, es inconcebible que las maestras tengan faltas de ortografía”.

Esa visión no le impide conservar las gratificaciones que le dio la docencia. Por el contrario. “Cuando me jubilé tuve alumnos particulares y todavía guardo un cuaderno con los nombres de todos los que pasaron por casa; aún me llaman algunos que hoy tienen hijos para preguntarme si sigo enseñando particular, pero les digo que ya no”. Asegura que lo más lindo que tiene la docencia es “estar con los chicos y con sus familias”.

Tranquila, agradecida, conversadora inteligente, confiesa que “me cuesta quedarme callada cuando veo que los chicos no están educados como yo querría” y se muestra convencida de que la única forma de volver a transformar a la educación en pilar de una sociedad es “trabajando a destajo”.

“No se puede construir nada de otro modo”, reflexiona con la templanza que dan los años y sobre el final concluye: “A la Escuela Nº 77 le decían la universidad por su nivel de excelencia. Esas son satisfacciones, pero para lograr eso trabajábamos a destajo, en la escuela hay que trabajar así, no se puede lograr objetivos sin trabajo incansable”.


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