Perfiles pergaminenses

Nora Hulten, una mujer que supo sobrellevar con entereza las dificultades de la vida


 Nora Hulten en la intimidad de su hogar trazó su Perfil y recreó las vivencias como preceptora del “Nacional” (LA OPINION)

'' Nora Hulten, en la intimidad de su hogar, trazó su Perfil y recreó las vivencias como preceptora del “Nacional”. (LA OPINION)

Durante 25 años fue preceptora del Colegio Nacional. Mamá de cuatro hijos, dos de los cuales fallecieron, lo que representó para ella “una pérdida irremediable”. Desarrolló la templanza para observar la vida con sabiduría. A los 78 años y ya jubilada cultiva la relación con sus afectos más entrañables y gusta de las rutinas sencillas.


Nora Beatriz Hulten es conocida por varias generaciones por su labor como preceptora del Colegio Nacional “Almirante Brown”. Es una vecina de la ciudad que ha vivido en esta geografía toda su vida. Ama el lugar en el que habita y considera que ha sido su refugio y su aliado para afrontar difíciles situaciones. El tono blanquecino de su pelo cuidadosamente sujetado con una cola, su collar de perlas y el tono rosado del maquillaje de sus labios, hablan de su impronta. Es sencilla y jovial y conserva la frescura de las personas que han trabajado con adolescentes. Recuerda a cada una de las promociones de los alumnos que estuvieron a su cargo en los salones del emblemático Colegio Nacional del que se jubiló hace dos años. Conserva de ese lugar los amigos y las mejores vivencias. Con el dolor de haber perdido a dos de sus cuatro hijos, mira al futuro a través de sus nietos y de su primera bisnieta que nació hace apenas unos días.

Cuando nació un 22 de abril hace 78 años sus padres vivían en el centro de la ciudad, en Merced, entre Pinto y Echevarría. Pero gran parte de su infancia la vivió luego en el barrio Acevedo, cuando se mudaron a calle Sarmiento donde vivió un tiempo y más tarde en Siria en la casa de su abuela paterna donde habitó hasta que se casó.  Sus padres fueron Nicolasa Gallardo y Luis Hulten. El ferroviario y ella ama de casa. Tiene un hermano siete años menor, Luis que también vive en Pergamino.

Hizo los primeros años de su escolaridad en la Escuela Nº 4 y después se pasó al Colegio Normal donde finalizó el primario y el secundario, egresando con el título de maestra.

Recuerda su infancia como “una época feliz”, rodeada de chicos y chicas. “Mercedes Carrera, la actriz, vivía enfrente de mi casa y las mujeres como parte de nuestros juegos habíamos creado una biblioteca y le alquilábamos los libros a los varones que nos pagaban diez centavos”, relata. También recrea en la memoria los juegos en los que unos y otros se disfrazaban para compartir largas tardes entre amigos.

Se casó muy joven, a los 20 años, y tuvo a sus hijos: Sergio, Sandra, Javier y Hernán “Noni”. La separación de su esposo la puso frente al desafío de criar a sus hijos sola. Puso en esa tarea toda su pasión. Se le nubla la mirada cuando menciona el hito que cambió su vida para siempre: el fallecimiento de dos de sus hijos. Fue en distintos momentos y con dolores idénticos.

“Desgraciadamente dos de mis hijos fallecieron, Sergio, que hoy tendría 58 años,  perdió la vida en un accidente de tránsito. Estaba en Buenos Aires por su trabajo, era primer teniente de Aeronáutica y le faltaban dos materias para recibirse de psicólogo. Y ‘Noni’ falleció en el 2000. El tenía una discapacidad y falló su corazón”, relata y confiesa: “Nunca me repuse de esas pérdidas”.

Sus hijos Sandra y Javier son sus pilares. Lo mismo que sus nietos de los que habla con orgullo. “Sandra tiene tres hijos: Juan Manuel, Facundo y Federico y uno de ellos Juan Manuel me hizo bisabuela de Sofía que nació el 24 de abril y vive en Rosario. Javier está casado con Myriam y tienen dos hijos: Gastón y Melanie”.

Algunos de sus nietos viven en Pergamino y otros en Rosario. Con todos tiene una dinámica de vida familiar de la que disfruta. Su casa de calle 9 de Julio donde vive desde hace muchos años suele ser el lugar de encuentro. A Nora le gusta mucho cocinar y a decir de los suyos lo hace muy bien. Acepta ese halago y lo honra cada vez que los recibe.

Sus vivencias como madre y abuela atraviesan su relato como un eje vertebral. Quizás porque es lo que la ha definido.  “Mis hijos se criaron en el Club de Viajantes del que soy socia vitalicia, los llevaba siempre a los chicos. Fui una mamá muy presente y lo agradezco. Supe ponerles límites, pero siempre estuve cerca de ellos y atenta a lo que les sucedía”.

 

El Colegio Nacional

Su historia como preceptora del Colegio Nacional se inició luego de haber “trabajado de otras cosas”. “Cuando me separé fui verdulera, también en los comienzos de Canal 4, haciendo abonados casa por casa cuando las oficinas estaban en calle Pueyrredón”, cuenta. “Hice de todo hasta que después ingresé al Colegio Nacional como preceptora donde trabajé durante 25 años hasta hace dos en que me jubilé”, agrega.

En este punto cuenta que sus amigas Milena Badía y Alicia Coso, la llamaron para decirle que la habían anotado para que fuera preceptora en el establecimiento. “Mis hijos ya estaban más grandes y acepté. Comencé a trabajar y nunca más me fui del Colegio hasta que me jubilé”.

Asegura que los más lindos recuerdos de su historia laboral están relacionados al vínculo con los alumnos. “La promoción de 1994 un día tocó el timbre de mi casa para decirme que tenía pago el viaje a Bariloche para que los acompañara. Yo estaba muy mal porque había fallecido mi hijo, no quería ir, pero mis otros hijos me insistieron. La verdad es que fue una experiencia inolvidable, lo pasamos genial. Yo era la encargada de pegarles los botones y arreglarles los calzoncillos si se les rompían. Les debo un agradecimiento eterno”.

Destaca las buenas relaciones que supo cosechar en su trabajo. También con el plantel docente y con sus compañeros. Reconoce que jubilarse le costó, pero se adaptó a su nueva rutina más libre de horarios. Desde afuera de la tarea observa la realidad de la educación con cierta preocupación y se lamenta por algunos cambios que les han hecho a los educadores y a la propia institución perder autoridad y respeto.

“Los otros días en la calle me encontré con un alumno de los que tuve a mi cargo, es policía, me tomó por la espalda y con una complicidad entrañable me dijo: ‘¿Se acuerda la patada en la cola porque me portaba mal?’. Me di vuelta y le respondí que me acordaba perfectamente de ese episodio. Y reflexioné que hoy la realidad es completamente diferente, hoy no se puede retar a los chicos ni ponerlos en penitencia y eso cambia mucho el trabajo del preceptor. Hoy analizo cómo está la situación general de la educación y realmente me da mucha pena.

“Nunca tuve problemas con ningún grupo. Cuando empecé tuve los primeros años y después siempre fui preceptora de cuarto y quinto. Hoy voy por la calle, se me acercan y me presentan a sus hijos. Es muy gratificante. Nunca he encontrado a alguien que se haya quejado por mi trato con ellos. De a ratos era la preceptora y en muchas ocasiones era confidente de las cosas que les pasaban”.

El haber trabajado con gente joven le ha conferido una impronta particular, jovial y saludable. “Me apasiona compartir tiempo con gente joven, disfruté mucho de mi trabajo con los chicos y nunca tuve un problema ni sufrí de parte de ellos una falta de respeto”.

 

El tesoro de los afectos

Por fuera de su familia, que constituye su pilar, Nora tiene muy buenos amigos. Muchos de ellos los hizo en el trabajo. Menciona a algunos: Milena Badía y Alicia Coso; Fernando Maglione, Raúl Pico, y otros a los que quiere muchísimo. Señala que el lugar de encuentro es el café que comparten en la Peatonal. Ir es su única salida. “Con Fernando Maglione nosotros empezamos a ir a tomar un café a un bar de la Peatonal y los demás se fueron sumando. Armamos un encuentro muy lindo”, refiere.

En verano Nora, Fernando y Raúl comparten ese encuentro “casi todos los días” y los demás se van sumando según la ocasión. Hablan de la vida, de las anécdotas del Colegio Nacional, de las cosas que les pasan. “Para mí es la única salida que me distrae”, menciona. Cuenta que hoy su vida es tranquila. Le gusta estar en su hogar y a la tarde la casa se llena de hijos y nietos que pasan a visitarla. De la vida también tiene amigos incondicionales.

 

Los aprendizajes de la vida

Nunca habla de la vejez ni la imagina. Solo la tiene presente cuando siente algún lugar físico. Pero trata de mantenerse activa. Su casa tiene una gran escalera en el ingreso y aunque sus hijos le insisten en que busque un lugar más cómodo, se resiste. Siente que ese es su lugar. “Yo les digo que se queden tranquilos, que cuando yo no pueda subir las escaleras les voy a avisar”.

Se define como una mujer de carácter fuerte. Defiende la premisa de decir siempre lo que piensa y ha desarrollado la templanza necesaria para observar la vida y el transcurso del tiempo de un modo reflexivo. La revela la mentira, la traición, la falta de respeto. La altera el desprecio.

Habla de la discapacidad de su hijo “Noni” con ternura.  “El andaba, caminaba, lo llevaba a diario al Taller Protegido y tuvo una vida independiente, se aparecía a las tres o cuatro de la mañana porque se quedaba cenando en algún lado, se iba al club con amigos”, cuenta.

Como mamá rescata el aprendizaje: “Con él aprendí que todos tenemos algo de discapacidad. ‘Noni’ sufría mucho porque razonaba bastante bien y me preguntaba por qué él no podía tener novia para casarse y tener hijos. Yo sufría a la par de él frente a esas cosas”.

Vuelve sobre la infancia de sus hijos, casi sobre el final de la charla, y la define como “un tiempo hermoso”. Nunca le fue un inconveniente criarlos sola. Los amigos fueron incondicionales. Confiesa que siempre fue “muy mamá” y que su deseo era haber tenido seis hijos porque le gustan las familias numerosas. “La vida quiso que fueran cuatro. Me apasiona la maternidad, me gusta cuidar al otro, respeto ese lazo que es indestructible”, señala.

La tristeza invade la charla cuando regresa el sentimiento de la pérdida. Pero se sobrepone, como puede. “Ver morir a los hijos es algo para lo que jamás se está preparado”, dice, esta mujer que sentada en la cocina de su casa se recuerda a sí misma siendo niña y cantando -llegó a ser soprano cuando iba al colegio y actuaba en los conciertos del viejo Cine Monumental-. Aunque sigue gustando de la música, el jazz y los buenos tangos, ya no canta. “Dejé de cantar con la vida”, finaliza y se sobrepone pensando en el futuro y en el de los suyos. Y ahí, sonríe.


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