Perfiles pergaminenses

Oscar Carranza: un comerciante que dedicó parte de su vida a la perfumería


 Oscar Carranza en LA OPINION para trazar su “perfil pergaminense” (LA OPINION)

'' Oscar Carranza, en LA OPINION para trazar su “perfil pergaminense”. (LA OPINION)

Fue dueño de uno de los negocios más importantes del rubro. Hoy tiene la representación de varias marcas y recorre la región vendiendo. Apasionado del automovilismo, incursionó en el Turismo 27 y le hubiera gustado ser corredor de otras categorías. Familiero y pergaminense de ley, disfruta de rutinas sencillas, rodeado de su gente.

Oscar Manuel Carranza tiene 75 años. Nació en Manuel Ocampo donde vivió hasta los 10 años. Es hijo de Paula Buscaglia y Manuel Carranza, peluqueros. No tuvo hermanos, pero creció rodeado de amigos y de afectos que conserva. Tuvo una infancia feliz. Cuando sus padres se mudaron a Pergamino se instalaron en Jujuy y Lorenzo Moreno. Oscar creció en el ambiente de la peluquería, en una época en que las permanentes se hacían a vapor y los hombres llegaban dos veces por semana para recortarse la barba. 

Practicó deportes desde chico y su infancia y primera adolescencia transcurrió en el  barrio Trocha. “Siempre me gustó el deporte, jugaba el fútbol y a la pelota a paleta en la cancha que estaba en la esquina de Alsina y Rocha. Eramos amigos del dueño y nos daba permiso para entrar fuera de horario, porque no dejaban pasar a menores. Perdíamos casi siempre, pero nos divertíamos mucho”, cuenta en el comienzo de la charla.

Los recuerdos de Manuel Ocampo tienen escenario en la Escuela Nº 3 a la que concurrió. De su infancia recuerda un Día de Reyes en que su papá lo trajo a Pergamino porque los reyes habían dejado su regalo en la Estación del Ferrocarril Bartolomé Mitre. Era una bicicleta de goma maciza. “Conservo intacto ese recuerdo, porque cuando vi aquella bicicleta sentí una emoción enorme. Era la inocencia de la infancia, creí que los reyes habían llegado para mí en el tren y me habían dejado el regalo”.

Ya en Pergamino concurrió a la Escuela Nº 22, después a la Escuela Nº 5 que funcionaba en avenida entre Moreno y Alberti. Más tarde fue a la Escuela Nº 6 y el secundario lo hizo en el Colegio Normal.

Las vivencias que relata refieren a “otro Pergamino”. Era la época en que Rocha tenía canteros en el medio y la Plaza se cerraba de noche. “De chico fui mucho a la Plaza de Ejercicios Físicos, donde estaba la pileta, era una de las pocas que había y allí competí en natación en los Campeonatos Evita”.

 

Dedicado al comercio

Ya finalizados los estudios trabajaba en Siderurgia. Su madre quería que volviera, así que buscando una actividad para hacer en Pergamino, comenzó a transitar el camino que marcaría su historia laboral. Se transformó en comerciante. “Casi por accidente comencé a vender productos de peluquería en mi casa. A través de un aviso me enteré de que buscaban vendedores de spray, empecé y luego siguiendo la inquietud de mis clientes fui incorporando otros productos. Tiempo después puse mi propia perfumería en Doctor Alem”.

La Perfumería Carranza forma parte de la historia misma de la ciudad. Junto a la Perfumería Spiata eran las únicas que existían y por allí pasaron generaciones de pergaminenses. Las puertas de este comercio permanecieron abiertas por más de cuatro décadas. “Tuve la perfumería durante 45 años, los clientes fueron muy fieles y muchos de ellos actualmente me piden que traiga perfumes, porque siempre trabajé con las fragancias originales”.

Reconoce que cerrar la perfumería no fue para él una decisión fácil de tomar. Pero no se arrepiente del camino elegido. “Cerré en 2002, pero seguí trabajando, actualmente tengo la representación de firmas comerciales en el rubro perfumería. Cerrar fue iniciar otra etapa, porque es cierto que la vida se organiza en función del trabajo. Pero no estoy arrepentido porque ahora trabajo la mitad y recompenso lo mismo. Además me gusta viajar para visitar a mis clientes”. 

 

La vida familiar

A la par de la actividad comercial, Oscar fue armando su familia. Se casó con Mercedes Montenegro y tuvo dos hijos: Fabiana y Fabio. De ellos tiene a sus tres nietas: Macarena, Candela y Delfina. Se define como un hombre “familiero” y confiesa que nada en el mundo paga el precio de tenerlos cerca. A su esposa la conoció en un baile, se pusieron de novios y hace 51 años que están juntos. Asegura que la clave de la permanencia está dada por la comprensión mutua.

“Soy muy ‘familiero’ y tengo la suerte de que mi mujer y mis hijos también lo son. No hay domingo que coma solo, siempre están los chicos y vamos juntos a todos lados. No hay dinero que compre esa felicidad de compartir la vida en familia”, refiere.

Inquieto y dedicado a los suyos, intervino en distintos espacios acompañando a su hijo. Uno de ellos la comisión provincial de mini basquetbol. “Fui delegado del Club Sports; mi acercamiento al basquetbol fue a través de mi hijo. Empecé a trabajar en la subsomisión junto a Gallo, un gran amigo. Anduvimos por muchos lugares y sigo yendo a Sports, me sigue gustando el basquetbol y disfruto de ver los partidos”.

 

Su pasión por los fierros

Amante del automovilismo, Oscar reconoce que le hubiera gustado ser “corredor de autos”. Alguna experiencia en el rubro tuvo y recuerda: “Con Hugo Apesteguía que era mi copiloto, empezamos a participar del Turismo 27. Eran autos modelo 27 reformados para poder competir. Los dueños del auto éramos nosotros dos y Donofrio y Flores. ‘Tití’ Sticoni nos ayudó mucho y nuestro chapista era Rocha.

“Era muy lindo. Esa aventura duró varios años, las competencias eran en pueblos cercanos como Santa Teresa, Peyrano y Alfonzo. Era un ambiente muy familiar y todavía conservo muchos amigos de esa experiencia”.

Años más tarde su tío Bernardo Carranza le regaló un Renault modelo 63, un vehículo que conserva y que de algún modo lo vinculó al mundo de los autos clásicos. “Es un auto original, que además tiene un valor afectivo enorme. Mi tío un día me llamó y me dijo: ‘Llevate el auto que es tuyo’. Lo puse en el garage, durante algunos años lo usó mi hijo y fue en 2000 que surgió Auto Clásica y empecé a usarlo. Comenzamos a ir a las exposiciones, a las carreras y a los rally de autos antiguos. Mi compañero es Rodolfo Buscaglia, hace muchos años que estamos juntos en esta aventura”.

Comenta que esa experiencia le ha significado “andar por todos lados” y rescata que “es una comunidad fraterna, hacemos encuentros de familia, viajamos mucho”.

En el tono de voz que usa para relatar las vivencias a bordo de su auto antiguo. “Es un vehículo noble. Tiene el motor original y nunca tuve que hacerle nada más que cambiarle las cubiertas. A 80 kilómetros, vamos donde quiera”, afirma este hombre que admite tener vocación de corredor.

Cuenta que quien le enseñó a manejar fue su papá que cuando tenía 16 años le regaló su primera chata modelo 27. Fue un 20 de septiembre y al otro día fui al pic nic de la Primavera en la curva de Peña y la cambié mano a mano por una moto que era del ‘Vasco’ Inchauza. En esa época tener una moto era lo que hoy manejar un auto de alta gama.

“Reconozco que por ahí me hubiera gustado ser corredor de autos en serio, ganamos dos carreras de Turismo 27, pero hubiera querido incursionar en otras categorías, solo que para eso hacía falta dinero”, refiere y cuenta que se conformó con ser un seguidor del automovilismo como espectador, hasta que en una carrera perdió a un amigo, “Pichino” Servi, y dejó de asistir.

Hoy disfruta de manejar haciendo su trabajo y sabe que se dará cuenta que llegó la vejez cuando decida bajarse del auto. Toma con calma el devenir de los tiempos y disfruta de un presente en el que se siente bien y feliz.

“Creo que el tiempo no transcurre para mí. Me siento muy feliz como estoy y todos los días quiero hacer algo distinto. Lo que me molesta es no tener nada que hacer. Si no tengo trabajo, lo busco”, confiesa este hombre que en el tiempo libre opta por planificar actividades en familia, incursionar en el uso de su computadora y leer sobre automovilismo. 

 

Una ciudad que le gusta

Afirma convencido de que Pergamino es un lugar en el que le gusta vivir. “Aquí hay muy buena gente, nunca he tenido problemas, he vivido bien y me han dejado vivir bien”, insiste. Y sobre el final vuelven los recuerdos de la infancia cuando la única preocupación era la pelota de fútbol que compraban en sociedad con los amigos del barrio. “Jugábamos días enteros en el gran baldío del barrio. Habíamos comprado un fútbol de cuero cocido con tientos de esos que si cabeceabas te quedaban las marcas en la frente. Pero nos las ingeniábamos para jugar,  y una vez por semana uno de nosotros se ocupaba de llevárselo a su casa, secarlo, engrasarlo e inflarlo para que estuviera listo al otro día”, cuenta y recuerda: “Teníamos un vecino que cuando la pelota se iba para su casa no nos la daba y cuando la agarraba la rompía; le habíamos tomado el punto, entonces cuando la pelota se iba, un grupo iba a tocarle timbre y mientras iba adelante para atender, otro saltaba por el fondo y rescatábamos la pelota”.

En las añoranzas de aquellos recuerdos, Oscar relata su infancia y como si la conversación volviera a empezar aparecen otras vivencias cuando termina la entrevista.


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