Perfiles pergaminenses

Raúl Horacio Castells: un hombre entrañablemente ligado al Club Juventud


 Raúl “Ruli” Castells contó su historia de vida a LA OPINION (LA OPINION)

'' Raúl “Ruli” Castells, contó su historia de vida a LA OPINION. (LA OPINION)

Llegó por primera vez a esa entidad cuando recién se había inaugurado y durante gran parte de su vida fue dirigente además de “hincha” fanático. Apegado a sus raíces, en un diálogo mantenido con LA OPINION delineó su “perfil pergaminense”, recreó anécdotas de la experiencia dirigencial y de la vida personal que lo definen.


Raúl Horacio Castells “Ruli”, como lo conocen los amigos, tiene una historia de vida asociada al Club Juventud, un lugar al que llegó cuando tenía apenas 4 ó 5 años y en el que transitó parte de su camino como dirigente.

Tiene 75 años. Nació en Pergamino el 22 de marzo de 1942. Al comienzo de la charla habla de su apodo: “Cuando tenía 2 ó 3 años tenía el cabello ondulado y mis hermanos comenzaron a decirme ‘Ruli’”. Esa referencia lo lleva a los recuerdos de su infancia, de sus padres: José Castells y Matilde Aguilá, ambos catalanes; y de sus hermanos, una mujer y un varón mayores que él. “Con mi hermana nos llevábamos 19 años y con mi hermano 14”, cuenta y menciona que el varón se fue a estudiar a La Plata y su hermana siempre vivió con ellos. “Fui el pequeño de la familia y crecí en la panadería de mi padre, un comercio que estaba en Moreno, entre Avenida y Pueyrredón.

“Vivíamos en la misma casa donde mi padre había construido la panadería, así que muchas de las anécdotas de mi primera infancia tienen que ver con ese lugar, y también con la Plaza de Ejercicios que nos quedaba muy cerca”.

Más tarde se mudaron a Merced al 1300 donde vive actualmente.

Hizo la escuela primaria en la vieja Escuela Normal que funcionaba en calle Florida y llegó hasta tercer año del secundario en la misma institución. “De mi adolescencia recuerdo a los amigos, jugaba al basquetbol en Gimnasia, a muchos de mis compañeros de escuela los sigo viendo: ‘Mené’ Avalos, Horacio Giácoma y tantos otros”.

La cercanía de su casa con el Club Juventud hizo que su vinculación con esa entidad fuera entrañable. El club se había inaugurado hacía muy poco tiempo. “Cuando nosotros llegamos al barrio el 10 de octubre de 1946 hacía un mes y medio que se había fundado el Club Juventud y desde entonces estoy ligado a esa institución que hace poco cumplió 71 años”, refiere.

En su memoria guarda el recuerdo de un muchacho que le ayudaba a cruzar la calle Merced, que por entonces era de doble mano, para llevarlo al club. “De chico jugaba, me entretenía con los chicos, había muchos juegos de salón”.

A medida que fue creciendo, ese niño que llegó a la institución con apenas cuatro o cinco años, comenzó a vincularse con cada una de las dinámicas de ese lugar, al juego sobrevino el basquetbol, deporte que practicó con esa camiseta y “me transformé en un fanático”.

“Siempre jugué al basquetbol y más tarde fui dirigente de la institución, ocupé varios cargos y eso me dio enormes satisfacciones y me permitió cosechar buenos amigos”, expresa.

Así cuenta que su acercamiento a la tarea dirigencial se dio por “estar con gente mayor que yo, que me fue inculcando la importancia de la participación y fue viendo en mí condiciones para poder aspirar a cargos de representación que me permitieran trabajar por la institución”.

“Ruli” comenzó de la mano de Mario Cremona que fue presidente del club y después con la mayoría de edad comenzó a integrar la comisión directiva, la subcomisión de basquetbol, fue tesorero durante varios años y llegó a ser vicepresidente. “Hoy ya no participo dirigencialmente, pero sigo a Juventud en lo deportivo.

“La mayor satisfacción que me dio la labor dirigencial fue haber podido construir el Gimnasio del club y haber podido ser testigo de la evolución de esta entidad y el crecimiento de sus distintas disciplinas deportivas”, continúa y afirma con emoción que “no hay palabras para describir lo que uno experimenta en un club. Es un lugar donde se cosecha experiencia, se ejercita la responsabilidad y  se hacen amigos incondicionales”.

Entre los amigos “del club” menciona a Abel Carrica, “el dorado” Merlo, “Chingolo” Zeperizza, “Lito” Mémole, Alberto Zorzini, Ricardo Picado y Francisco Trepat (fallecido).

Se define como “hincha de Juventud, Independiente y el Barcelona” y afirma que le gusta mucho el deporte. “Soy fanático de Juventud aunque los partidos no los veía nunca porque siempre estaba en la boletería”, refiere y cuenta que también fue delegado de la Asociación de Basquetbol “con ocho presidentes”.

Por fuera de lo deportivo también tuvo desempeño en otras instituciones, durante seis años estuvo en el Consejo de Administración de la Caja de Crédito que funcionaba frente al Banco Nación en calle San Nicolás. “Fue la entidad que después se transformó en Banco Local y hoy es Banco Credicoop.

“Fui consejero seis años durante la presidencia de Jorge Vidaurreta”, añade en el relato y confiesa que siempre se sintió motivado a participar institucionalmente tratando de contribuir a que las cosas mejoren.

Por decisión propia se retiró del accionar público en el seno de las instituciones cuando sintió que era tiempo de “dar paso a las nuevas generaciones”.

“Actualmente solo soy revisor de cuentas en la Liga de Fútbol de Pergamino”, menciona.

Hoy solo vuelve a su querido Club Juventud para participar de algún espectáculo y lo hace experimentando la nostalgia de quien llega a un lugar distinto al que conoció cuando apenas tenía 52 días. “Entrar a ese lugar, es como hacer un recorrido por la vida”.

Su vida personal

Cuando la conversación lo lleva al terreno de su vida personal, cuenta que siempre vivió solo hasta que se casó, a los 50 años. Su madre falleció cuando él tenía 20 años. Afirma: “Tuve una soltería organizada muy buena, aunque no es lo ideal estar solo. Me casé de grande, a los 50 años, con Carolina Píccoli”.

Se conocieron en un baile del Centro Vasco, pasó tiempo y decidimos casarnos. “Ella trabajó en Casa Bo y después fue telefonista y administrativa de la Clínica Pergamino”. No tuvieron hijos juntos, pero mantiene una entrañable relación con Gastón Ariel Nemi, hijo de su esposa. El lo acompaña en la entrevista. “Era un adolescente cuando nos conocimos y nos queremos mucho”, afirma Raúl y se miran con la complicidad que da la familia. “Organizar una vida de familia fue muy fácil por la calidad de esposa que me tocó. Eso me ayudó mucho”.

Habla con orgullo de sus nietas: Karen Milagros (18) y María Pía (11) Nemi.

Laboralmente siempre se dedicó al comercio. Antes de tener su propio negocio, siendo muy joven trabajó en La Estrella, el primer autoservicio de Pergamino. “Allí trabajé durante siete años, un año de cadete, un año en fiambrería y cinco años en la caja. Fue hasta que me tocó hacer el Servicio Militar en San Nicolás.

“Al regresar, con la ayuda de mi hermano puse el negocio en el fondo de casa, abrí para Semana Santa del 66 y me faltaba un mes para la Semana Santa de 1999 cuando decidí cerrar”, agrega y comenta que luego comenzó a trabajar en la recepción de Tanques Milei, durante once años y actualmente aunque está jubilado, colabora por amistad con Genitrini Hermanos. “Voy todos los días, pero con libertad de horario, colaboro con los mandados y algunas tareas de limpieza. Yo había trabajado con ellos y debido a la gran amistad que nos une, y la calidad de personas que son, me permiten ir un rato a la mañana para darles una mano”.

Mantenerse activo es una “clave de vida para él” y cuando no está trabajando disfruta de pasar tiempo en su casa. “Soy muy casero, en esa casa he vivido gran parte de mi vida y es un lugar en el que me gusta estar”, señala. Habilidoso para las manualidades, se entretiene haciendo trabajos manuales con hierro, elementos de campo y lámparas. “Lo hago por hobby, lo aprendí de copiar”, agrega.

Apegado a sus raíces

Pergamino es un lugar que le gusta vivir. Confiesa que nunca se mudaría. “Este es mi lugar. Solo me gustaría conocer Barcelona, para visitar la tierra de mis ancestros.

“Me gustaría ir a España para conocer Barcelona, si no me llevan a Madrid o a otras ciudades no importa, ya estoy hecho”, bromea y no descarta que ese sueño pueda cumplirse algún día. No tiene otros pendientes. Disfruta de pasear con sus nietas y su esposa. “Nos hemos ido varias veces de viaje en familia.

“Me reconozco apegado a mis lugares, a mis afectos y soy muy afortunado por la familia que formé y de los amigos que tengo”, asevera y solo se lamenta de haber dejado pasar tanto tiempo para conformar su familia. “Hoy siento que me tendría que haber casado a los 28 ó 30 años, me hubiera gustado tener hijos. Fui de mucha palabra, en algo que ahora no lo cumpliría: desde chico dije que no me iba a casar hasta los 50 años y el 22 de marzo de 1992 me casé, a esa edad”, recrea en una anécdota que lo define.

Imagina la vejez “tranquilamente”, como vive. Solo desea poder seguir trabajando hasta “el último suspiro, sin perder mi autonomía ni darles trabajo y preocupaciones a los míos”, refiere y con ese anhelo concluye.


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