Perfiles pergaminenses

Santos Liardo: oficial panadero, repartidor de galletitas y amante incansable de la vida


 Santos Liardo multifacético y emprendedor conocedor del oficio de amasar el pan (LA OPINION)

'' Santos Liardo, multifacético y emprendedor, conocedor del oficio de amasar el pan. (LA OPINION)

Aprendió a amasar el pan a los 10 años y ese fue su trabajo durante mucho tiempo. Y aunque luego cambió de rubro hasta transformarse en un emprendedor que trabajó por su cuenta, guarda la pasión por ese oficio, que es un arte. Con 82 años vive plenamente abocado a rutinas sencillas y rodeado por su gente.

Santos Liardo tiene 82 años. Entre sus allegados “Pichín”, sobrenombre con el que lo conoce mucha gente de diversos ámbitos. La panadería, la albañilería, el reparto de galletitas, el Club Argentino, Douglas Haig y su casa han sido parte de su universo. Recibe la entrevista con una sonrisa dispuesta y es buen anfitrión. Conversador ameno y dueño de un sentido del humor que lo deja reírse de sí mismo, recrea las historias que fueron conformando su vida. El 2 de noviembre cumplirá 83 años, pero no representa esa edad en apariencia. Por el contrario se lo ve jovial. Reconoce que se cuida y que le gusta vivir.

Está acompañado por su esposa, Isabel Bazán, una mujer nacida en Catamarca con la que comparte la vida hace más de 58 años. Ambos hablan de sus hijas: Patricia y María de los Angeles; sus nietos: Florencia, Nicolás, María Antonela y María Laura; y sus bisnietos: Mateo, Clara, Luca y María Isabella.

Cuando se inicia la entrevista los recuerdos lo llevan a su infancia.  Nació en el barrio San José, en Pinto y Perú, allí vivió unos meses y luego con su familia se mudaron a San Lorenzo y Conscripto Silva, en el barrio Ameghino. Habla de su mamá Josefa y de su papá Santos. Este murió cuando él tenía 7 años y eso marcó su infancia, y de algún modo condicionó la forma en que vivieron después. “Nosotros éramos cuatro hermanos, dos varones y dos mujeres, y cuando mi papá falleció los dos varones fuimos a vivir con unos tíos para trabajar en la juntada de maíz y en quintas; y las dos mujeres con mi mamá y mi abuelita se fueron a vivir al Asilo de Jesús”, cuenta este hombre que trabajó siendo un niño. “Fui a la Escuela Nº 10, hice primer grado y nunca pasé de ahí; después me pasé a la Escuela Nº 8, pero solo llegué hasta segundo, nunca pude estudiar, había que trabajar”.

 

Del campo a la panadería

Tenía 8 años cuando con sus tíos colaboraba en la tarea de juntar maíz. “Trabajé desde muy chicos. A los 10 años mi mamá había logrado salir del Asilo de Jesús y alquilar una casita. Ella fue la que me consiguió trabajo en la panadería ‘El Aguila’ de Ferrari. Ahí me transformé en oficial panadero”.

Cuando relata las vivencias de aquel tiempo se ve en una mesa grande en la que le enseñaron a amasar el pan. Por entonces no había máquinas, todo el proceso se hacía a mano. Trabajó allí hasta que le tocó el Servicio Militar.

“Me tocó en Puerto Belgrano, en la Marina. Me tuvieron 24 meses y quince días, y solo pude venir tres veces gracias a colectas que hacían mis amigos, tomaba el tren que salía a las diez de la noche para Retiro, de allí iba a Bahía Blanca en el Roca, luego hacía Punta Alta y Puerto Belgrano. Lo que recuerdo de ese tiempo es que se me truncaron varios proyectos de los que se tienen cuando se es joven. Yo estaba solo porque ya había fallecido mi mamá; como era bueno me ofrecieron quedarme como marinero, pero al capitán de navío que me lo propuso le dije que me quería volver a Pergamino”.

El regreso no fue sencillo porque varias cosas habían cambiado en su ausencia. Se había formado una cooperativa de patrones y la empresa en la que él trabajaba como panadero antes de la Marina ahora estaba en manos de un directorio que se oponía a su reincorporación. Su lugar estaba ocupado. “Me ofrecieron una indemnización, el directorio no me quiso, fui a la Secretaría de Trabajo, resolvimos esto y empezó para mí una nueva etapa”.

 

 El bar

Con el dinero que cobró en concepto de indemnización compró un bar en Paraguay y Mendoza. Personalmente lo atendía. Tenía un billar y organizaba torneos. “Lo tuve durante dos años y prácticamente me lo hizo cerrar la Policía”, refiere y cuenta que la “vedette” del lugar era la mesa de billar y los largos torneos que se realizaban allí. “Yo me iba a Buenos Aires a comprar los premios, la gente se entusiasmaba, empezábamos a las 18:00, pero se hacía tarde jugando y como había algunos menores, la Policía me llamaba la atención. Me cansé y lo cerré, hoy a la distancia reconozco que tenían razón, pero bueno, son los errores que uno comete o las imprudencias propias de cuando uno es joven”.

Finalizada la instancia del bar, se dedicó a la albañilería. “Trabajé como empleado de dos constructores que fallecieron. Pero un día trabajando en la obra de Monteagudo y Belgrano, tuve una diferencia con mi patrón, tomé mi bicicleta y me fui”, cuenta y refiere que en ese momento fue tiempo de volver a lo suyo.

 

Volver al oficio

En ese entonces comenzó el periplo para conseguir trabajo como oficial panadero. “Durante un buen tiempo fui al Sindicato de Panaderos, en Alberti y Puey-rredón, para ver si conseguía un lugar. Iba a lustrar el banco, cantaban listas para ir a trabajar al otro día, pero nunca me tocaba. Andaba de changas y así fue que un día me encontré con Reverter que me dijo que me quería pedir por lista para tomarme como amasador efectivo. Yo estaba quinto en la lista, así que al día siguiente fui al Sindicato, recuerdo que una de mis hijas estaba internada con un problema de salud, mi esposa se quedó cuidándola y yo me fui para conseguir el empleo. Los patrones de las panaderías te pedían, pero tenías que salir por listado. Se me dio y así fue que empecé a trabajar en Reverter, en donde estuve 23 años”. 

Trabajó como panadero hasta 1963. En una época tuvo un reparto de diarios, cuando el Diario LA OPINION estaba en manos de la familia Venini. “Así que también fui canillita”, refiere.

Incansable en la búsqueda de nuevas actividades, también fue repartidor de galletitas cuando tomó la representación de la marca “Ciudad del Encuentro” de Baradero. “Se ganaba poco como panadero, así que fue mi esposa la que llamó por teléfono para ver si me daban la representación. A los pocos días viajé hasta esa localidad y la obtuve. Primero fui empleado y más tarde me independicé: compraba y vendía por mi cuenta”.

 

La receta secreta

Siendo panadero y aunque durante muchos años trabajó en la panadería que las fabricaban, confiesa que no conoce la receta de las famosas “Galletitas Reverter”. Sí sabe fabricar unas marineras de las grandes que en algún tiempo se vendían allí. “Yo las hacía, la receta era mía y de hecho tuve una diferencia con Reverter por esa receta. De varias panaderías me llamaron para que las hiciera, pero yo no quería trabajar por un sueldo. En un tiempo le alquilé la panadería a Gilli, producía y vendía con repartidores, me cobraban un porcentaje de amortización de máquinas, pero cuando me ofrecieron un sueldo por esas marineras no acepté. Ya no se hacen más, pero yo no me olvidé la receta”.

 

Un emprendedor

Inquieto y activo, Santos siempre consiguió lo que se proponía. Durante épocas en el tiempo libre se dedicaba a amasar pan dulce o pizzas y las vendía. Así compró su Ford A y fue dando forma a sus sueños. Su casa del barrio Ameghino es el testimonio de lo que fue capaz de hacer con sus propias manos. “Esta casa la levantamos con mi esposa y mi suegro, a pulmón, ella con tacos altos”, cuenta y recuerda: “Cuando estábamos  hormigoneando se le quebró el taco llevando un balde con mezcla”.

 

Para la familia

En la actualidad está retirado del oficio, pero reconoce que “nunca se deja de ser panadero”. “Siempre me gustó amasar el pan con mis propias manos y amaso todavía, para la familia y los amigos”. Si fuera por él la casa siempre debiera estar llena de nietos y bisnietos. Le gusta recibirlos, como también le gusta ocuparse de todo. “Me gusta cortar el pasto, amasar pan, pastas o pizzas. Siempre estoy en actividad. También me gusta viajar, aunque no siempre se puede”. 

Hincha del Club Argentino, refiere que en ese club creció. Recuerda con nostalgia los tiempos del doctor Bomarito y de Polola. También se reconoce simpatizante de Douglas Haig. “Como pergaminense soy douglista porque ese club flameó los colores de Pergamino por todo el país.

“Fui abastecedor de maní para el club durante todos los años en que el equipo estuvo en la Primera B y tengo un pergamino de recuerdo. Cuando faltaba algo de mercadería, ‘Pichín’ salía y lo buscaba, siempre que pude colaboré y conocí el país con Douglas Haig porque en un tiempo organizábamos viajes siguiendo al equipo”.

Amigo de los amigos, “pícaro” como él mismo se define, tiene un presente tranquilo. En un tiempo jugó a las bochas en Ameghino, pero hoy opta por sus caminatas por el terraplén y sus clases de gimnasia en “La casita de mis viejos”.

“Somos treinta y yo el único varón, la profesora siempre me reprende porque ando haciendo picardías, pero hay que tener sentido del humor porque eso es lo que te sostiene frente a la vida”, afirma y mira cómplice a su esposa a quien define como “una gran compañera que está a punto de cumplir sus 80 años”.

Juntos han sabido transitar la vida y hoy disfrutan de tenerse. “Me gusta vivir”, afirma Santos y confiesa que aunque le gusta ser pergaminense, si  siendo panadero se hubiera animado a irse a Mar del Plata a hacer temporada, quizás su vida se hubiera organizado allá. “Pero estoy acá, y también me gusta viajar a Catamarca, de donde es mi esposa, donde tengo grandes amigos”, agrega.

Sobre el final de la charla rica en anécdotas, sigue relatando sus rutinas cotidianas que incluyen los cuatro kilómetros que varias veces por semana camina en el terraplén y las flores que le lleva a la imagen de la virgen que está emplazada en ese espacio. Eso habla de su forma de vivir y de sus valores, esos que lo definen como una persona “sencilla y querible” por quienes lo conocen. Atributos que en la vorágine de la vida muchas veces parecen haber quedado de lado.


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